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7 de febrero 2013 - 16:01hs

Un hombre con trastorno bipolar sale del hospital psiquiátrico en el que estuvo internado ocho meses, después de casi matar a golpes al amante de su mujer y regresa obsesionado con recuperarla. Una joven, viuda de un policía, pierde su empleo debido a su reciente ninfomanía. Bradley Cooper y Jennifer Lawrence no interpretan a la típica pareja de las comedias románticas pero no están solos, porque en El lado luminoso de la vida, el nuevo filme de David O. Russell, a todos les faltan algunos caramelos en el tarro.

La nueva feel good movie que este año aterrizó en los Oscar (lugar que en otras ediciones ocuparon Little Miss Sunshine o Juno) es una loa a la diferencia. Eso sí, apelando a lo más previsible y liviano del cine estadounidense. Un elogio a la locura made in Hollywood.

Después de las ocho nominaciones al Oscar (cuatro de ellas en las categorías interpretativas) y de los comentarios entusiastas de la crítica, que ha llegado a hablar de Russell como un nuevo Billy Wilder, es difícil no esperar un filme que revolucione a las comedias románticas. No obstante, la sensación final es la de que Harvey Weinstein lo hizo de nuevo. El productor del filme, considerado uno de los más poderosos de Hollywood, es especialista en colar sus cintas en los premios de la Academia, como sucedió en años anteriores con otras películas aclamadas con excesivo entusiasmo y marketing como El discurso del rey y The artist.

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Sacándole las etiquetas que le quedan grandes, la película no deja de ser entretenida, sobre todo en su primera parte, antes de convertirse en una serie de tópicos americanos. Cooper convence en el rol de Pat, el bipolar con el corazón roto que regresa a la casa de sus padres con el único propósito de recuperar a su mujer.

Robert De Niro y Jacki Weaver interpretan a los padres de Pat. El primero es un hombre que perdió su trabajo y apuesta su dinero en el fútbol americano y que, aunque no esté diagnosticado, ha sido toda la vida un obsesivo compulsivo. El actor no se aleja mucho de ese rol de padre maniático que tan bien le sienta, como también pueden verse en él reminiscencias de su pasado mafioso, pero De Niro es De Niro y siempre brilla. La nominación de Weaver como mejor actriz secundaria sorprende más porque su rol de madre y esposa devota tiene poca trascendencia adicional a la de mirar con ojos vidriosos y sonrisas luminosas las locuras de los hombres de la familia.

Pero es la mezcla de intensidad y fragilidad que le imprime Jennifer Lawrence a Tiffany uno de los motivos por los que sobrevive la película. Amén de que el director parezca obsesionado con su voluptuoso cuerpo, ella se reafirma como una de las mejores actrices de su generación con este papel que le valió el Globo de Oro y el premio del Sindicato de Actores. Como Amy Adams en el anterior largometraje de Russell, El ganador, Lawrence rescata al anti héroe que encarna Cooper, haciéndolo ensayar para participar en un concurso de baile.

Más allá de las actuaciones, una buena banda de sonido y algún que otro chiste gracioso, poca es la novedad que ofrece el filme: fútbol americano, una apuesta ridícula, el baile con su poder de redención, la rivalidad entre hermanos y la paleta de corrección racial (un psicólogo indio, un amigo negro loco y verborrágico –como es habitual en Chris Tucker–, y otro latino).

En una escena de la película, Pat, en su plan por recuperar a su mujer, lee una de las obras que ella, que es maestra, le da a sus a alumnos. Se trata de Adiós a las armas, de Ernest Hemingway, libro al que Pat arroja por la ventana ofuscado por su pesimismo. La vida es demasiado difícil para complicársela más, argumenta. El lado luminoso de la vida también está imbuido de ese positivismo neurótico pero, al igual que Pat, tampoco se complica mucho en encontrarle una vuelta de tuerca menos banal al asunto que plantea.

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