una marcha masiva de emigrantes de distintos países centroamericanos se dirigía hacia la frontera de Estados Unidos para protestar contra la política inmigratoria de ese país

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Los inmigrantes latinos son los nuevos chivos expiatorios de los problemas estadounidenses

La población blanca vive la afluencia de millones de personas de origen latino como una amenaza al estilo de vida y las costumbres norteamericanas
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09 de junio de 2022 a las 05:00

En México, una marcha masiva de emigrantes de distintos países centroamericanos se dirigía hacia la frontera de Estados Unidos para protestar contra la política inmigratoria de ese país, que aumentó las restricciones durante la era Trump y las reforzó aún más con motivo de la pandemia, instrumentando expulsiones masivas hacia sus países de origen sin posibilidad de apelación alguna, como informó El Observador este martes.

La protesta, aprovechando la presencia de medios de todo el mundo por la Cumbre de las Américas que se realiza en Los Ángeles, busca difundir una situación de larga data en las relaciones de Estados Unidos con los países latinoamericanos, especialmente México, Guatemala, Honduras y El Salvador, que conforman el mayor porcentaje del constante flujo migratorio legal e ilegal que atraviesa la frontera en busca de posibilidades laborales o por razones de inseguridad o persecución política en sus lugares de origen.

La población latina en los Estados Unidos sufrió un incremento considerable desde los años sesenta, con seis millones de personas de ese origen que representaban sólo el 3,24% de la población total, concentrados en pequeños núcleos en los estados del Sur, contra los sesenta y dos millones censados en 2020 representando el 18% del total y dispersos por toda la geografía estadounidense. La contundente realidad de este crecimiento contrasta con el hecho de que la población blanca ha descendido por primera vez desde el siglo XVIII. Según los datos del censo de 2020, hay casi un millón menos de habitantes que los registrados en el censo del 2010.

El impacto de este crecimiento explosivo de la población latina -que ha superado en número a los habitantes de origen afroamericano- sobre la economía, la cultura y la realidad política norteamericana es difícil de medir ya que es el resultado de una intrincada trama de realidades económicas regionales e internacionales, de la política exterior y la presencia militar norteamericana en el Hemisferio Occidental, de la política aduanera y control de fronteras y de las aspiraciones de potenciales migrantes de los países de Latinoamérica.  

El cambio drástico en la realidad demográfica de Estados Unidos puede ubicarse en los años sesenta cuando la combinación de factores exógenos como la Revolución Cubana y las tres oleadas de emigración hacia Florida o las crisis económicas y el atraso de otros países de Latinoamérica, generadas por las políticas del FMI y estructuras económico-sociales dominadas por oligarquías y capitales extranjeros generan flujos crecientes de gente que abandona su país de origen para buscar mejores condiciones de vida.

Pero en la medida en que los latinos comenzaron a crecer significativamente en número y visibilidad, comenzaron a sufrir lo que podría denominarse “racialización”, un proceso sistemático de construcción de fronteras sociales y estigmatización dirigidos a su encasillamiento como un grupo social amenazante de los valores de la cultura norteamericana. Fueron demonizados por los medios, excluidos de hecho de los derechos y protecciones del ciudadano común y sujetos de constante atropello y malos tratos por las fuerzas policiales y el sistema judicial.

Una narrativa de “la amenaza latina” se constituyó paralelamente al crecimiento de la inmigración y culminó hacia el año 2000 con una verdadera “guerra contra el inmigrante”. Esto significó la virtual militarización de la frontera, la expansión del sistema de centros de detención y la puesta en marcha de una política de deportaciones masivas. Las medidas represivas se profundizaron después del 11 de setiembre de 2001 cuando la “guerra contra el inmigrante” se imbricó con “la guerra contra el terror” establecida en la Patriot Act promulgada como fundamento de la escalada bélica contra las bases del terrorismo en Afganistán.

En la historia de los Estados Unidos, los inmigrantes han servido como chivo expiatorio de los problemas internos del país, culpando al extranjero -especialmente si es latino e indocumentado- por la pérdida de puestos de trabajo, bajos salarios, aumento del gasto social y mala influencia moral para niños y adolescentes. Varios estudios han permitido relacionar los episodios de xenofobia con la ocurrencia de fenómenos económicos negativos como el estallido de la burbuja del mercado de acciones en 2000, los ataques terroristas de 2001 y el colapso de la economía en 2008.

Es muy significativa la aparición de metáforas bélicas en la narrativa antiinmigración a partir de lo años noventa. El trabajo de la patrulla de frontera es descripto como una “batalla” donde los atacantes son “invasores” y los funcionarios de frontera son “defensores” que valientemente “mantienen la posición” contra “hordas” de atacantes. En las ciudades, los latinos se constituyen en “bombas de tiempo” que pueden explotar destruyendo el estilo americano de vida. La visión del latino como hostil a lo norteamericano se profundizó notablemente durante la presidencia de Ronald Reagan quien catalogó a los inmigrantes indocumentados como “una amenaza a la seguridad nacional”.

El académico Samuel Huntington llegó a afirmar que “el constante flujo de inmigrantes hispánicos amenaza con dividir a los Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos lenguas y este peligro es ignorado”.

La segregación y discriminación de los latinos no implica solamente su exclusión social y su encasillamiento negativo en el imaginario de la población blanca. Tiene consecuencias materiales concretas sobre la realidad laboral, el nivel de remuneración de hombres y mujeres latinas y su acceso a los derechos laborales. Está comprobado que el trabajador o la trabajadora de origen o ascendencia latina, aún los que han obtenido la ciudadanía norteamericana, tienen acceso a los peores trabajos -usualmente en los servicios personales las mujeres y actividades de escaso nivel de entrenamiento y complejidad los hombres-, cobran menores salarios y son privados habitualmente de sus derechos laborales, como las licencias por maternidad o enfermedad.

El deterioro de los ingresos de la población latina se refleja también en el mercado inmobiliario. En los noventa, la población de ese origen era menos propensa que la población negra a sufrir discriminación en el alquiler o venta de propiedades, pero a partir del segundo milenio esa realidad se ha revertido y en la actualidad son los latinos quienes tienen más dificultad a la hora de elegir dónde y en qué tipo de vivienda establecerse. La consecuencia directa de esta segregación habitacional es la territorialización étnica de la vivienda, la multiplicación de barrios y guetos de familias latinas cuyo confinamiento espacial refuerza la imagen de las mismas como algo ajeno y hostil a la realidad de una supuesta “pureza” étnica de la sociedad norteamericana.  

Si bien existen mucha organizaciones y personalidades que se ocupan de la defensa de los derechos de la población latina, de promover sus valores culturales y alentar iniciativas tendientes a resolver la situación de los indocumentados o con situaciones irregulares de residencia, en el sentido común del norteamericano blanco promedio sigue imperando la idea de que latino es sinónimo de vagancia, narcotráfico y mala vida, imagen que muchos medios y la industria cultural se han encargado de difundir. Los villanos actuales en el cine de Hollywood son terroristas árabes, sanguinarios narcotraficantes mexicanos o pandilleros salvadoreños.

(Pew Research.org, National Library of Medicine, American Latino them study, Unidos US, Latino Memphis)

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