William West / AFP

Los reveses de la covid-política

El ejemplo más burdo de cómo no hacer política con el coronavirus, las vacunas y sus derivaciones lo ha dado esta semana el gobierno australiano

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14 de enero de 2022 a las 05:04

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Pocas veces se ve en la política internacional una decisión tan chapucera como la que esta semana tomó el gobierno australiano sobre Novak Djokovic. No digo decisiones malas y hasta nefasta, como las ha habido y probablemente las habrá siempre, en la historia de la humanidad. Me refiero a eso, a una decisión chapucera, una verdadera chambonada internacional, absolutamente innecesaria y sin precedentes.

Tampoco estoy hablando de si uno está en contra o a favor del tenista, tal como se ha planteado el debate en un mundo donde todo se polariza, se tribaliza de forma muy primitiva y siempre termina habiendo dos bandos agriamente enfrentados; en torno a lo que sea, sea el Brexit, sea Donald Trump, e inexplicablemente, también en torno al virus. Un virus, algo absolutamente impensado genera una división y unos odios indecibles. Y por extensión, también nos dividen las vacunas para combatir ese virus, su carácter de obligatorias en algunos países; y ahora, hasta el tenista que se niega a inocularse con una de ellas. Esto genera unas divisiones irreconciliables que hay que ver. Por momentos, todo parece una gran pesadilla distópica de la que pronto hemos de despertar y enterarnos de que estamos aún en enero de 2020 y nada de esto ha sucedido realmente.

Pero no, tampoco a eso me refería. Me refería al show que ha decidido hacer el gobierno australiano del caso Djokovic, sabiendo como sabía que iba a jugar el Abierto de Australia, que Tennis Australia -el organizador del evento y que además pertenece al Estado australiano- le había otorgado al serbio una exención para jugar el torneo y que este estaba viajando al país con una visa en regla. Es más, hasta las autoridades del estado de Victoria, del que Melbourne es la capital, también habían exonerado al número uno del mundo de la obligación de la vacuna.

Esto lo sabía todo el mundo y, por supuesto, lo sabía el gobierno central de Canberra. Sin embargo, inesperadamente, a Djokovic decidieron cancelarle el visado a su ingreso a Australia. Ahora se sabe que las autoridades australianas no actuaron de buena fe, ya que en el aeropuerto los agentes migratorios cambiaban a cada rato de parecer, como si estuviesen recibiendo órdenes de más arriba que contradecían su lógico accionar como agentes de Migración. Fue por eso que el juez federal de Melbourne Anthony Kelly decidió revocar la decisión gubernamental y dio la razón al tenista.

Se sabe también y, he aquí acaso la madre del borrego, que el primer ministro, Scott Morrison, va a elecciones en mayo, donde se juega un segundo mandato. “Las reglas son las reglas; sobre todo cuando se trata de nuestras fronteras. Nadie está por encima de esas reglas”, escribió Morrison esa mañana en Twitter, en un increíble acto de demagogia, llevando las cosas a un plano personal, y con doble mensaje populista: por un lado, de mano dura contra la migración ilegal, aunque parezca mentira; y por el otro, de falsa igualdad: “nadie está por encima de las reglas”, cuando al serbio ya se le había extendido de antemano la excepción a la gran regla en cuestión.

Para colmo, lo metieron en un hotel de Melbourne que es símbolo de aberración para los movimientos pro migración, en las peores condiciones de higiene, donde alojan a los refugiados y emigrantes sin papeles, y que además hasta se había convertido en un foco precisamente de covid.   

Algunos analistas australianos, como Osman Faruqi del Sydney Morning Herald, piensan que el cálculo de Morrison fue simple: la enorme mayoría de los australianos apoya la vacunación; buena parte de ellos, además, ha perdido la paciencia con quienes se niegan a vacunarse. Y Djokovic, por su personalidad, no es precisamente el tenista que mejor cae entre la afición.  

Morrison pensó que era jugar y cobrar. No solo reforzaría su imagen de duro en los temas migratorios, sino que además, jugando la carta igualitarista con el número uno del tenis mundial en momentos de gran ansiedad social por la variante ómicron, pensó que no podía perder. 

Por cierto, no es el único político que ha decidido hacer demagogia con las divisiones en torno a las vacunas. El presidente francés, Emmanuel Macron, quien también va a elecciones en abril para revalidar mandato, declaró hace unos días a Le Parisien que su intención era “emmerder” a los no vacunados; es decir, “joderlos”. Pero como va dicho, ninguna de estas salidas ha sido tan chapucera como la de Morrison, que se ha convertido en un escándalo internacional en varios actos.

Y ahora con el fallo adverso del juez Kelly, le ha salido el tiro por la culata y sigue posponiendo su decisión sobre si deportar a Djokovic de todas maneras.

Ahora todas son malas. Ahora cualquier cosa que haga el gobierno estará mal: si lo deporta por todo lo anterior y por saltarse el fallo de la Justicia; y si no lo deporta, porque el serbio podrá jugar y encima, tal vez, ganar el Abierto de Australia por décima vez, infligiendo al gobierno una derrota aun más estrepitosa, de la que seguramente ya no se reponga antes de la elección. Morrison se ha metido en un brete de proporciones.

Sería bueno que esto nos hiciera reflexionar a todos como sociedad. No podemos seguir dividiéndonos en tribus ante cada asunto que aflora a la opinión pública, reduciendo a un código binario cuestiones que son complejas, como si fuéramos todos políticos populistas en busca del voto fácil. De lo contrario, no nos vamos a poder poner de acuerdo cuando tengamos que enfrentar algo que amenace nuestra propia existencia como especie; como podría ser, por ejemplo, una pandemia.

Ah no. No estaba teniendo pesadillas. De verdad estoy despierto y no nos ponemos acuerdo para combatir una pandemia.

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