Siempre duele. En el pecho, atrás de la espalda y en los riñones. Supura con molestia y se siente en la punta del codo, en la rótula izquierda, en las manos que mantienen la cabeza escondida de la vergüenza, que quieren darse por vencidas y dejarla caer. Es un golpe, y ese golpe es hondo; perder es una espina que se clava profunda, que nunca termina de extraerse y que siempre está al borde de la infección. Se aferra, se vuelve parte del perdedor y después es casi imposible sacarse el estigma. Perder es horrible. Más aún si la preparación tomó semanas, meses, años. Hay que saber cómo acusar el golpe y aprender a levantarse, pero es más fácil decirlo que hacerlo. La mayoría de las veces, simplemente no se puede: la frustración es demasiado pesada. Y en esta sociedad que demanda ganar y ganar y ganar, ¿para qué molestarse? Seamos perdedores eternos y vivamos con ello.
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