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Macri adopta gestos y tácticas peronistas para ganarle al peronismo

El peronismo ingresó en un debate respecto de si el macrismo es un fenómeno coyuntural o no es más perdurable
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05 de noviembre de 2017 a las 05:00
Era una de las consecuencias esperables de la elección legislativa argentina: el tema de "la crisis del peronismo" está instalado como una de las principales cuestiones para políticos, analistas, empresarios y todo aquel que presuma formar parte del "círculo rojo".

No es la primera vez que ocurre, por cierto. Ha sido un clásico de cada revés electoral o ante cada situación de vacío de liderazgo. En otros momentos, ese debate dio lugar al surgimiento de corrientes internas como el "peronismo renovador" en los 1980 o a la alternativa de un peronismo más volcado a la izquierda en los años 2000 ante la crisis de la opción menemista.

Pero esta vez el debate tiene un componente especial. El riesgo que ve el peronismo no es que el electorado esté favoreciendo a alguien a quien consideran en sus antípodas. Más bien al contrario, el mayor peligro es que el antiperonismo encontró en Mauricio Macri una opción que adoptó modalidades y lenguaje peronistas.

"Se ha peronizado, nos sorprendió", admitió en plena campaña electoral Horacio González, dirigente del colectivo Carta Abierta que defendió la gestión de Cristina Fernández de Kirchner y contribuyó a la elaboración del llamado "relato K".

Y la frase de este intelectual referente del kirchnerismo sintetiza la gran novedad del momento político actual de la Argentina.

De hecho, siempre el peronismo había visto a los gobiernos de otro signo político como ingenuos. Capaces, a lo sumo, de ganar una elección cada tanto, cuando se impone una alternancia de poder.

Pero incapaces de comprender las complejidades de la sociedad argentina y sus conflictos, su continua puja distributiva y su dificultad para privilegiar el largo plazo.

He ahí la gran novedad de Macri. Lo que inquieta al peronismo en estos días no es el hecho de que la alianza Cambiemos pueda ganar una elección ni que Cristina Kirchner sufra el acoso judicial.

A fin de cuentas, también Fernando de la Rúa había arrasado en las urnas, con una victoria en primera vuelta y casi enseguida logró el apoyo del mercado financiero global con el famoso "blindaje" mientras Carlos Menem estaba preso. Y sin embargo, su poder se esfumó en menos de dos años.

La evaluación que el peronismo hace sobre Macri es que una de las claves de su éxito es que antepuso el pragmatismo por encima de la ideología. Es decir, una virtud típicamente peronista.

El presidente podrá enarbolar una retórica anti K, pero tuvo cuidado en no desmantelar las políticas kirchneristas más populares.

Por ejemplo, mantuvo –para irritación de los economistas liberales– el programa Precios Cuidados para combatir la inflación.

Y –también para enojo de los fanáticos del equilibrio fiscal– accedió a votar la ley de "emergencia social", que implicó el traspaso de unos US$ 2.000 millones a piqueteros, sindicalistas y organizaciones sociales.

Por otra parte, cuando tuvo caída en la recaudación no tuvo empacho en incumplir su promesa de bajar las retenciones a la exportación de soja, uno de los símbolos de la gestión K.

Macri destacó que en el reciente envío de la ley de Presupuesto se incrementaron los rubros de asistencia social y obra pública. Además, ratificó que resistirá toda presión a cortar con el gradualismo fiscal, aunque eso implique que deba seguir endeudándose para financiar el déficit.

Todo ello deja al peronismo en la situación de utilizar, como argumento de oposición, la crítica a la deuda, lo cual resulta políticamente incómodo porque es un tema de escasa llegada a la sensibilidad popular y que lo equipara con los economistas del ala ortodoxa.

En el kirchnerismo, los analistas más lúcidos ya admiten sin tapujos que Macri está lejos de la caricatura del "ajustador insensible" que se denunció en la campaña y que demostró más "cintura política" de lo que se preveía.

Por lo pronto, el antropólogo Alejandro Grimson, entrevistado en Página 12 tras las legislativas, destacó que Cambiemos ganó una batalla cultural, porque aunque la mayor parte de la gente no sienta una mejora económica, sí tiene confianza en una mejora a futuro.

"Ganó porque pudo resolver la interpretación de la causa de esos problemas y, para sus electores, consiguió quedar fuera de la responsabilidad", afirmó Grimson. Y sintetizó la habilidad para manejar la campaña en un tiempo de vacas flacas: "No ganó por cash sino por expectativas".

Uno de los análisis que más revuelo provocó en la oposición, en especial en los sectores más volcados a la izquierda, fue el de José Natanson, el influyente editor de Le Monde Diplomatique, quien desafió a la oposición al señalar que "el macrismo no es un golpe de suerte".

Tras la victoria en las primarias de agosto, instó a la oposición a empezar a "tomarse en serio" al macrismo y a plantearse la pregunta "¿Qué entendió Macri de Argentina?".

Destacó, entre otros aspectos, cómo el kirchnerismo había subestimado la angustia que el narcotráfico generaba en el sector más pobre de la sociedad, que debía convivir con el accionar de las mafias. Y señala cómo ese sector fue receptivo a "la línea antimafia que subraya Vidal".

Pero acaso el punto que más polémica causó en el artículo de Natanson fue la crítica a quienes se empecinan en asimilar al macrismo con el menemismo de los 1990 –o, peor aún, con la dictadura militar– por entender que esa comparación refleja "la incapacidad para comprender la verdadera naturaleza de la criatura política que tenía enfrente".

Desde ese punto de vista, Cambiemos no sólo encarna "una nueva derecha" que se diferencia de experiencias anteriores al eludir los ajustes drásticos, mantener la asistencia social y rechazar las reprivatizaciones. Implica, sobre todo, cierta victoria en el campo cultural, al articular un discurso sobre la recuperación de la "cultura del trabajo" y la condena a "los atajos y las avivadas".

Curiosamente, uno de los primeros en observar que el macrismo podía constituir un nuevo movimiento político con aspiraciones de largo plazo –y no apenas una reacción pasajera de las clases altas contra el kirchnerismo– fue Horacio Verbitsky, el director del Centro de Estudios Legales y Sociales y uno de los intelectuales más influyentes de la izquierda nacional.

Ya antes de su llegada al poder, cuando se produjeron las manifestaciones masivas tras la muerte del fiscal Alberto Nisman, un impresionado Verbitsky escribía que el país estaba asistiendo a "la presentación de una nueva derecha política que además de capacidad electoral en algunos distritos" comenzaba a desarrollar "aptitud para la movilización callejera".

Y hasta se animó a calificar ese hecho como "un saludable elemento estabilizador", dado que implicaría "una novedad significativa que podría poner remedio a la fisura más profunda del sistema político".

En definitiva, lo que los peronistas más lúcidos entendieron es que su peor enemigo no es aquel que se ensaña contra la esencia y los símbolos peronistas y quiere ser todo lo opuesto.

Al contrario, ese tipo de antinomia es lo que garantiza su eterno retorno al poder.

En cambio, el mayor peligro para el peronismo lo constituye aquel que intenta captar rasgos peronistas y asimilarlos, entender las causas profundas por las que el peronismo se enraiza en los sectores de clase media baja y baja.

Es un fenómeno comparable con lo que, 70 años atrás, hizo el propio Perón con la izquierda, a la que le "robó" las banderas de la justicia social y le infiltró los sindicatos.

No por casualidad, una de las principales características diferenciales del peronismo es que logró instituir un sindicalismo no marxista, una rareza absoluta en América latina.

Bien lejos del antiperonismo clásico, Macri no tuvo problemas en inaugurar, cuando era jefe de gobierno de la Ciudad, un monumento a Perón, en compañía del líder sindical Hugo Moyano.

Y, en su reciente participación en un coloquio empresarial, reivindicó al Perón veterano de los años 1970 que rechazaba la confrontación social.

Ante esta situación, proliferan los casos de gente confundida.

El kirchnerismo duro promueve la respuesta de oposición firme, con movilización callejera y denuncia permanente de la "estafa ideológica".

Algo similar ocurre en la vereda de enfrente, lo cual se ve sobre todo en el nerviosismo de economistas de la línea liberal ortodoxa, que advierten que, de tanto imitar al peronismo, el macrismo puede terminar siéndolo.

Es la ya célebre acusación en el sentido de que el macrismo, por su negativa a un ajuste inevitable, no es más que "un kirchnerismo co n buenos modales".

Ajeno a estos debates sobre cambios de cultura política, Macri se concentra en cuestiones más urgentes de la economía mientras allana el camino a su reelección.

Su estrategia es simple: se basa en administrar dosis equivalentes de "billetera" para amigarse con los gobernadores provinciales y de retórica para agitar ante la clase media el peligro del regreso kirchnerista. Es decir, una estrategia con mucho del ADN peronista.

La ambiciosa agenda del "relanzamiento"

Los días posteriores a las elecciones legislativas fueron de vértigo. Convencido de su consigna es "ahora o nunca", el gobierno de Mauricio Macri decidió traducir su apoyo electoral en acciones concretas.

La redefinición de la agenda nacional fue vista por analistas como un "relanzamiento de la gestión". En cambio, los opositores lo perciben como el aprovechamiento de su mayoría coyuntural para hacer la parte dura del ajuste que no se atrevió a concretar antes.

En su presentación ante empresarios, líderes sindicales y gobernadores provinciales, Macri planteó tres ejes para la segunda etapa de su gestión: búsqueda de equilibrio fiscal y caída de la inflación; estímulo al empleo; y mejora de la calidad institucional.

Macri eligió el lema "Consensos básicos", sobre un gran cartel a sus espaldas cuando anunció el sentido de las reformas. La negociación en el Congreso dirá qué tan cierto es lo del consenso, dado que buena parte de las medidas implica tocar los bolsillos de diversos sectores.

Pero, por lo pronto, el macrismo logró instalar temas en la agenda que antes estaban directamente vedados al debate.

Los sindicatos, para sorpresa del ámbito político, se mostraron dispuestos a dialogar sobre temas como la flexibilización laboral .

El otro gran eje temático en el que el gobierno quiere avanzar es el impositivo.

Al mismo tiempo, el capítulo de la mejora institucional es el más complejo porque implica cambiar los privilegios –de funcionarios públicos– instalados a lo largo de décadas.

US$ 2.000 millones

Fue el traspaso que el gobierno de Mauricio Macri realizó a organizaciones sociales y sindicales cuando accedió a votar la denominada ley de "emergencia social".

14

provincias le dieron un contundente triunfo a Cambiemos, el partido del presidente, en las elecciones legislativas del pasado 22 de octubre y que implicaron la consolidación de su modelo de gestión.

US$ 80.000 millones

Es el alivio impositivo proyectado para el sector productivo –equivalente a un punto y medio del PIB– como parte de la reforma tributaria que aplicará el gobierno de Macri.

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