Por Ricardo González Falcón
“El formidable despegue de Roma, que alcanzará su apogeo con el sucesor de César, Cayo Julio César Octaviano Augusto”, que afirma Bottinelli en su artículo Ese espanto llamado popularium, se dio a partir del 49 a.c. Está observado deformadamente.
El populismo, al terminar de derruir principios políticos y económicos que fueron el inicial fundamento del éxito de Roma –aunque ya venían en decadencia en los últimos años de la República Romana y cuando César arrasa con las instituciones producen que se incremente el “populismo”– llevaban el huevo de la serpiente que la formidable expansión militar del imperio ocultó, pero que inexorablemente llevaron a la partición y a la fatal caída de la civilización en manos de los bárbaros.
Los populismos son nefastos, antes y ahora.
Recientemente, en este mismo diario, Nelson Fernández en su artículo Diez propuestas económicas para soñar despierto ha dado cátedra de lo que son y a qué llevan las fantasías populistas. Y para dar solo una segunda referencia, más extensamente, Daron Acemoglu y James A. Robinson demuestran claramente en Por qué fracasan los países lo nefasto de las prácticas populistas, probadas a través de toda la historia humana, que son los desencadenantes del ‘fracaso’ político y económico de las naciones.
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