Pancho Perrier

Mitos sobre población rural y asentamientos

Migración campo-ciudad y pobreza urbana

Tiempo de lectura: -'

03 de julio de 2021 a las 05:04

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

En su nuevo proyecto de Rendición de Cuentas, presentado el miércoles, el Poder Ejecutivo propone desviar dinero de compra de tierras del Instituto de Colonización para regularizar asentamientos precarios.

¿Por qué un programa a costa de otro? El gobierno no tiene muchos sitios de donde sacar recursos sin aumentar impuestos. En segundo lugar, porque cree que hay tela para cortar en Colonización, que tiene muchas tierras baldías por adjudicar, además de colonos morosos o irregulares. En tercer lugar, para complacer a Cabildo Abierto, un socio decisivo, que no desea que Irene Moreira pase sin pena ni gloria por el Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial.

Voceros de la izquierda sostuvieron que dar menos tierras para Colonización supondrá alimentar la migración campo-ciudad y nuevos asentamientos; y la formalización de una “guerra de pobres contra pobres” por los mismos recursos.

Ciertamente hay una dimensión ideológica. La medida resta poder al Instituto Nacional de Colonización (INC), que fue una trinchera del MPP durante los gobiernos del Frente Amplio, y de organizaciones y funcionarios vinculados. “La “reforma agraria se llama Instituto de Colonización; no hay que inventar el agujero del mate”, sostuvo José Mujica en marzo de 2014, cuando era presidente de la República.

Pero es un mito que los pobladores de los asentamientos provengan del campo, salvo en parte ínfima. 

Pudo haber sido parcialmente cierto entre las décadas de 1930 y 1960, cuando un proceso de emigración campo-ciudad, muy temprano para los estándares latinoamericanos, contribuyó a crear un cinturón de “cantegriles” en torno a Montevideo.

Esa migración, inevitable en la modernidad, fue avivada por una extraordinaria concentración de los servicios públicos y empleos industriales protegidos en la capital del país, a costa de la depresión de la renta agropecuaria y el vaciamiento de los pueblos. 

El área metropolitana de Montevideo pasó de contener el 29,4% de la población del país en 1929 a 50,5% en 1963. Semejante catástrofe social y demográfica, que cambió la suerte del país, se produjo en apenas 34 años. 

Sin embargo desde comienzos del siglo XXI, debido al auge de las agroindustrias, el interior en conjunto no estaría perdiendo población ante el área metropolitana de Montevideo. En el largo plazo el centro del país siguió vaciándose, pero surgieron polos alternativos: Maldonado, la frontera con Brasil, las ciudades del litoral del río Uruguay. 

Durante los gobiernos del Frente Amplio se adjudicaron más de 100.000 hectáreas a Colonización, cerca del 20% del total histórico, pero no por eso se frenó el crecimiento de los asentamientos urbanos, que tienen su propia dinámica.

Los pobladores de los más de 600 asentamientos del país —entre 165.000 y 200.000 personas, según se cuenten— casi nunca son emigrados rurales directos, sino caídos de la propia trama urbana, como consecuencia de la pobreza y la fractura social: mujeres trabajadoras, madres cargadas de hijos, jóvenes de escasa educación formal, obreros de baja calificación, además de un profuso lumpenproletariat que no iría a trabajar al campo ni a punta de pistola, al modo del Khmer Rouge en la Camboya de fines de los años ’70.

Desde 1996 se regularizaron o relocalizaron unos 100 asentamientos, una tarea homérica. Pero otros tantos “cantes” afloraron de inmediato, en todo el país, así como las ocupaciones ilegales de terrenos. Fueron estimulados por la carestía de viviendas, el oportunismo de ciertos activistas y de negociantes furtivos, la inacción de las autoridades municipales y la morosidad de los jueces, que suelen catar los vientos políticos dominantes. 

Mientras tanto, poco más de 4% de la población de Uruguay, unas 150.000 personas, vive en el campo. Otro porcentaje similar se desplaza cada día desde los pueblos a la campaña para cumplir tareas específicas: peones jornaleros, tractoristas, mecánicos, domadores, alambradores, quinteros, maestras, molineros, esquiladores, veterinarios, albañiles, administrativos, técnicos de todo tipo.

Uruguay es una pequeña potencia agropecuaria sin campesinos. En realidad, el éxito agropecuario en el mundo se debe no solo a las tecnologías y la mecanización, sino también al descenso del número de trabajadores rurales.

Los países de mayor productividad agropecuaria, desde Nueva Zelanda a Estados Unidos, tienen muy poca gente en los campos. Los servicios y la mano de obra especializada se concentran en una constelación de pequeñas ciudades. Por el contrario, los países más pobres y de baja productividad de la tierra, desde África a América Central, suelen tener grandes masas de campesinos.

El INC fue creado en 1948, por una iniciativa de Tomás Berreta, antiguo chacarero de Canelones y presidente de la República fallecido el año anterior. Procuraba retener a las familias en el campo, según hacen muchos otros países, como los de la Unión Europea, un caso paradigmático aunque extremo por el elevado monto de los subsidios.

Colonización dispone de más de 600.000 hectáreas, distribuidas en casi 300 núcleos o colonias de pequeños productores. Es el principal propietario individual de tierras en el país, incluso por encima de las grandes empresas forestales, que pertenecen a decenas de miles de accionistas. 

Más de 5.000 colonos y sus familias explotan el 90% de esa superficie, la mitad de ellos viviendo en el predio, en tanto 10% de las tierras está sin adjudicar. El 40% son arrendatarios, con un precio subsidiado, y otro tanto son propietarios, que compraron a largo plazo. 

La mayoría de los colonos han sido o son administradores de estancias, peones rurales y familiares, y pequeños propietarios que desean ampliar sus terrenos. 

Representan el 12% de los titulares de explotaciones agropecuarias del país y su productividad es despareja. Es difícil obtener ganancias hoy de pequeños predios de entre 50 y 120 hectáreas, como poseen casi todos los colonos. Entonces muchos los subarriendan, lo que está prohibido, obtienen una diferencia, y se retiran a pueblos y ciudades. Otros desertan tras años de fracasos y deudas impagas, pese a que reciben todo tipo de asistencia: créditos blandos, asesoramiento técnico, viviendas, electricidad y caminería.

Entregar sólo un pedazo de tierra rústica, sin capital ni guía, puede ser la mejor forma de destruir una idea y un sueño.

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.