ESTEBAN COLLAZO / ARGENTINA

No, Sr. Fernández

¿De qué sirvió la dichosa cuarentena forzada, que muchos atribuyen más a motivos políticos que sanitarios?

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21 de junio de 2020 a las 05:02

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Si alguien tiene dudas de por qué Argentina está a punto de llegar a su noveno default, basta seguir la conducción del gobierno del presidente de Alberto Fernández durante la pandemia. Su cuarentena forzada llega este sábado 20 a los 90 días, con algunas idas y vueltas, y amenaza seguir hasta el 15 de setiembre, es decir, unos seis meses. Sería una récord digno del libro Guinness. Lo más trágico es que con un encierro tan largo, que ha derrumbado la economía (más de lo que ya estaba) y alterado la salud mental de muchas personas obligadas a permanecer recluidas en sus hogares, no ha logrado aplanar la curva de contagio. Apenas se reabrió limitadamente la circulación peatonal para hacer actividad física y dar una vuelta a la manzana con la mascota, el número de casos se disparó nuevamente. ¿De qué sirvió la dichosa cuarentena forzada, que muchos atribuyen más a motivos políticos que sanitarios? Apenas se vio la nueva curva de contagio, el presidente dijo: “Querían salir a correr, a abrir comercios, acá están las consecuencias”. Ahora para salir a correr se les pedirá a los corredores su documento de identidad y un día correrán los que terminan en par y otro los que terminan en impar. Un gran control ciudadano en lugar de haber hecho los testeos oportunos y preparar la estructura sanitaria durante el tiempo de cuarentena. Parece que la cuarentena forzada fuera algo natural.

Alberto Fernández se caracteriza por compararse con sus vecinos Brasil y Chile. Con Chile pifió en varias oportunidades al dar cifras erróneas que mostraban un enorme número de muertos, cuando ello no era así. Y respecto a Brasil dijo: “No me puedo hacer el distraído, los que le prestaron atención a la economía están como acá al lado, con más de 40 mil muertos”.

Pero Fernández nunca miró para Uruguay. Nunca se fijó en otro modelo que no fuera la cuarentena total y obligatoria. Y se aprovechó de la escasa precaución de Brasil para controlar la pandemia. Nunca vio la importancia del nivel ni del tipo de testeos. Tuvo que luchar contra la corrupción en la provisión de elementos médicos. ¿Por qué será que hay estos líos en cada licitación pública con pandemia o sin pandemia? La tradicional avivada argentina no cede ni ante la pandemia.

Paralelamente, el gobierno de Fernández se ha manejado a sus anchas a través de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU), que sustituyen las leyes, aprovechando la menguada actividad del Poder Legislativo. Ello le ha servido para limitar libertades y derechos civiles sin control del Legislativo y menos aun de la Justicia, que está envuelta en enormes disputas propias y donde cuesta encontrar jueces independientes, competentes y no politizados.

No le vendría mal al gobierno argentino (y tampoco al brasileño) una lectura del artículo de The Economist de esta semana sobre por qué a Uruguay le ha ido tan bien en la lucha contra el coronavirus. La “libertad responsable” a la que apeló por íntima convicción el presidente Lacalle. El recurso al consejo de los expertos. La realización de testeos masivos, el mayor número por habitante en América Latina. El uso prudente de la autoridad. Y un sistema institucional sólido, donde, a pesar de las burocracias, se sabe que se puede conseguir los elementos necesarios. Y un sistema sanitario disponible a todo el mundo.

Por eso, el Sr. Alberto Fernández no tiene razón en decir que les fue mal a los que prestaron atención a la economía. A Brasil no le fue mal por prestar atención solo a la economía sino por el estado de negación que exhibió el gobierno de Jair Bolsonaro ante la llegada del virus: ni economía ni salud, solo negación de la realidad, como los músicos que seguían tocando cuando se hundía el Titanic. Salud y economía van de la mano. No son excluyentes. Al contrario, se refuerzan. Hay que saber administrarlas y potenciarlas. Pero para eso hay que confiar en la libertad y confiar más aun en la responsabilidad. Algo que, lamentablemente, no exhibe el peronismo, ni el cristinista ni el albertista, que ya van camino a ser una misma cosa. Y tampoco el populismo de Bolsonaro, que juega el partido según sus propias reglas.

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