“Antes teníamos el doble”, cuenta Laura Guerra mientras señala las decenas bolsas de arroz, fideos, lentejas, botellas de aceite y canastos de fruta donados. En la tarde del jueves, como en las otras 64 jornadas desde fines de marzo, la olla popular del barrio Capurro prepara una comida caliente para los que se arrimen.
La iniciativa se desarrolla de lunes a sábado en las instalaciones cedidas por el Sindicato de Trabajadores de la Industria Química (STIQ). La sede es grande y Guerra sabe que cuenta con bastante más infraestructura que otras ollas.
Además, cada guiso se nutre de aportes diversos, desde la generosidad de vecinos, comercios y donantes anónimos, hasta gallinas entregadas cada semana por el PIT-CNT y canastos de vegetales rescatados por la Red de Alimentos Compartidos (Redalco).
“El otro día nos quedaban como $200 en la cuenta. Si nosotros estamos así, imaginate otras”, dice.
Tras una explosión drástica de las solicitudes por seguro de desempleo, cerca de 400.000 trabajadores informales alejados del sostén de la seguridad social y un shock inicial para muchas empresas, las ollas populares fueron una respuesta inmediata para el resentimiento socioeconómico de la emergencia sanitaria.
En un acto organizado por el PIT-CNT y la Intersocial el 4 de junio, el secretario general de la central sindical, Marcelo Abdala, se refirió al surgimiento de unas 500 iniciativas de este tipo. A fines de mayo, la directora ejecutiva de la organización Techo, Belén González, estimó en Radio Sarandí que unos 50.000 niños comen en ollas populares.
Sin embargo, a tres meses del fatídico 13 de marzo cuando se confirmó el arribo del covid-19 al país, las iniciativas solidarias la tienen difícil para sostenerse. Todas las consultadas dan cuenta de una caída en las donaciones.
“En abril y mayo llovían”, relata Federico Dusser, que participa en una olla del barrio Colón. “Teníamos polenta y arroz para tirar para el techo. Verduras nos donaban de todos lados”, cuenta.
“Desde que el 25 de marzo estamos trabajando, y fue nuestra mejor semana, el volumen de donaciones ha disminuido considerablemente”, afirma Gustavo López, voluntario en Barrios Solidarios, un colectivo dedicado a recolectar aportes y distribuirlos entre organizaciones montevideanas.
“Nuestra primera semana, logramos recolectar unos 147 kilos de alimentos y productos de limpieza, y no de ropa”, sostiene. En cambio, 15 bolsas de ropa y casi ningún alimento son la medida de una “mala semana”.
“Realmente estamos necesitando comida y productos de higiene personal. Nos estamos proveyendo de ropa, y entendemos que a veces es el único esfuerzo que puede hacer la gente”, expone López.
“Mucha gente que tal vez al inicio aportaba, empezó a sentir la crisis de la pandemia. Igual se mantiene una cantidad importante. Capaz que la donación no es tan masiva, pero hay una gotita que se mantiene”, declara el secretario general del PIT-CNT, Marcelo Abdala, a El Observador. Consultado sobre el cierre de ollas populares por la merma en donaciones, responde: “No, se mantienen. Capaz que a un ritmo menor, pero se mantienen todas”.
El Ministerio de Desarrollo Social (Mides) apostó desde un primer momento a alternativas como la duplicación del monto transferido a la Tarjeta Uruguay Social, el reforzamiento de las partidas del Instituto Nacional de Alimentación (INDA) para comedores y merenderos y mayor inversión en canastas básicas, con un valor de $1.200.
Las ollas populares, por su parte, fueron desaconsejadas a fin de evitar aglomeraciones.
El subsecretario del Mides, Armando Castaingdebat, explicó a El Observador que el INDA gestiona dos tipos de alimentos. Por un lado, aquellos comprados por licitación que tienen “parámetros marcados por nutricionistas”, que son destinados a comedores municipales. Por otro, cuenta que reciben “muchísimas donaciones” que no pueden tener el mismo destino al no enmarcarse en los valores definidos por nutricionistas, como por ejemplo los altos en sodio. “Eso se les manda a los gobiernos departamentales, y ahí muchos están abasteciendo ollas populares”, cuenta el jerarca.
No obstante, el sindicalista Abdala niega saber de cualquier apoyo del gobierno a estas iniciativas.
Vista la caída en aportes solidarios, ¿hasta cuándo van a seguir las ollas populares?
“Lo nuestro es todo a pulmón”, contesta Matías Robales, estudiante avanzado de Medicina y militante de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEUU). “Va a depender mucho de lo que hagan las organizaciones grandes”, añade.
La olla en la que colabora, ubicada en el barrio Aguada, forma parte de una red de militancia e iniciativas de organizaciones como Fancap (sindicato de Ancap) y AUTE (Agrupación de Funcionarios de UTE). Esto da más espalda a la movida desarrollada por la Brigada Estudiantil 1958 y el gremio del Liceo 63, que atiende cada día a unas 120 personas.
En la tarde de este viernes, su sexagésima desde el comienzo, la olla cierra la jornada con unas 94 personas atendidas. Robales reconoce que es poco, y que a fin de mes el número asciende.
Los estudiantes preparan el almuerzo de lunes a lunes en un local prestado por el sector “Izquierda en marcha” de la lista 205 del Frente Amplio. Robales comenta que uno de los ingredientes que más escasea entre las donaciones es la salsa de tomate, puesto que es necesaria para cada guiso y todos los días debe llenarse la olla con capacidad para unos 40 o 60 litros.
Lo mismo dice Laura Guerra, del barrio Capurro e indica que también las lentejas escasean cada día más. Guerra sostiene que “todo lo perecedero”, como vegetales y frutas, es más difícil de conseguir.
José Pérez, cura salesiano instalado en el departamento de Salto, coordina la olla popular de la Obra Social Don Bosco. Allí llegaron a entregar un pico de 620 platos por día. “Hoy hay un cierto respiro. Por ejemplo, la gente que cuida coches ya comenzó a laburar hace semana y media. Está la cosecha de naranjas también, que da un respiro importante”.
Consultado sobre la disminución en donaciones, responde: “No nos ha tocado todavía. Pero lo que pasa, me parece a mí, es que hay una institución atrás. Es un cierto respaldo esto de la Obra, como de: “acá están los salesianos””.
“Igualmente, en otras ollas sí se está complicando. Yo también estoy en la Pastoral Social de la diócesis, y desde ese equipo, que apoyamos a 13 iniciativas, vamos sintiendo, sí. La carne, por ejemplo, es una lucha para conseguirla”, cuenta Pérez.
Explica que en su caso requiere entre unos $4.000 y $5.000 mantener parada la olla, hoy focalizada en los barrios salteños Quiroga y La Esperanza, donde se acercan 130 familias.
“Vamos a continuar hasta agosto, setiembre”, sostiene el sacerdote. “Más ahora que se vienen los fríos”.
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