Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Zikitipiú

Periodismo de periodistas, una bazofia

Una de las modalidades periodísticas de menor calidad, incluso por debajo del periodismo policial
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03 de enero de 2013 a las 00:00

Los periodistas informamos y opinamos de todo y sobre todos. Políticos, sindicalistas, empresas y empresarios, médicos, abogados, delincuentes, policías, deportistas, dirigentes de fútbol, etc, etc, etc. En nombre del interés público (no del interés del público que suena igual pero suele ser más bastardo) los periodistas se meten con el mundo y como ellos son parte del mundo lo lógico es que se metan también con los periodistas.

El periodismo de periodistas tiene defensores y detractores, aunque nadie debería defender la idea de que los periodistas sean actores públicos que, por alguna razón, merezcan estar por fuera de la agenda informativa cuando la agenda informativa lo impone. Me ha tocado informar sobre periodistas y, se los aseguro, son los peores a la hora de soportar el ver u oír su nombre en las noticias. Cuando les toca a ellos ser noticia, se convierten en potenciales censores, rabean, incendian la pradera.

Pero en Uruguay el periodismo de periodistas tiene un problema muy puntual: es una bazofia. En su forma y su espíritu, una bazofia, por debajo incluso del periodismo policial, una especialidad que destila grasa, ignorancia e intencionalidad de la mala por donde se lo mire, al menos en términos generales. El periodismo de periodistas es peor.

Primero por las formas. En general, cuando alguien llama a algún actor público para divulgar su punto de vista sobre un aspecto de interés público, si el entrevistado ataca o denuncia a un tercero es común llamar a ese tercero para ver qué tiene para decir.

Una aclaración importante: no siempre el periodista que recoge estos ataques está obligado a llamar al atacado y menos obligado está en hacerlo antes de publicar esos ataques. Lo lógico es publicar esa eventual crítica, por ejemplo, de un político a otro, y al día siguiente, si el criterio editorial o periodístico lo considera necesario, se llama a la contraparte.

No siempre se impone esa segunda llamada, pero obviamente que hay veces en que sí es necesaria. Pues bien, en el periodismo de periodistas esto no ocurre casi nunca, por no decir nunca. Si un periodista, por ejemplo, entrevista a un político y este defenestra e incluso insulta a un periodista de la competencia, el entrevistador nunca llama a su colega para ver qué tiene para decir.

Es más, hay algunos periodistas especializados en desmentidos. Refritadores empedernidos (a veces de forma hábil para no tener que citar a la fuente original) hay algunos expertos en atentar contra la credibilidad de sus colegas empezando la pregunta con un “¿es correcta la información que publica hoy….?”.

En ocasiones les pido a los periodistas del diario que, si es posible, la noticia no esté necesariamente en el primer párrafo porque sé que los refritadores suelen ser vagos, y si tienen que leer mucho para copiar o plagiar, se cansan rápido y prefieren perder una noticia que trabajar para tenerla, incluso aunque el trabajo lo haya hecho otro.

En los casi 30 años que llevo de periodista me han llamado muchas veces colegas para para pedirme opiniones, análisis, a veces quizás para llenar algún vacío o por diversas razones, pero creo que nunca lo hicieron para darme la chance de replicar a un político, sindicalista o empresario que en su medio desmintió algo que publiqué en el diario.

Se ve que no les gusta que una voz de la competencia aparezca en su dial o en sus páginas, entonces permiten que disparen contra la competencia y nunca dan la chance de la defensa. ¿Se imaginan al editor de un diario reproducido en las páginas del diario que es competencia? ¡Vade retro!

Pero esto no es nada al lado de la cuestión ética. Es común, o debería serlo, que si un periodista está involucrado en alguna causa o asunto, el medio evite que ese mismo periodista informe de ese asunto si es que el mismo se convierte en un tema de interés público. Pues bien, en el periodismo de periodistas esto no importa.

Un ejemplo: además de trabajar en este diario lo hago en un programa de TV. En aras de incursionar en el periodismo de periodistas parece que en este país está permitido que desde el diario yo pueda realizar una furibunda crítica a alguno de los periodísticos que se emiten en otros canales. O sea, desde un medio (el diario) disparo contra quienes son competencia mía en otro medio (la TV) y todos tan campantes: soy un adalid de la transparencia, un cruzado contra los malos periodistas, o sea, mis competidores. ¿Y les doy la posibilidad de réplica? Que manden una carta que irá en la página de carta de los lectores. Así funciona la ética del periodismo de periodistas.

Pero además, el periodismo de periodistas destila falta de independencia y un personalismo que asquea. Después de tantas décadas metido en este oficio comulgué en varias capillas y conozco los pecados que son moneda corriente de cada una (creo que, salvo mentir a sabiendas, debo haber cometido casi todos los pecados que un periodista puede cometer). Y en este país de tribus también sé bien a qué secta pertenece buena parte de la comunidad periodística local. Hay algunos que nunca, pero nunca, hablarán bien de otros. Eso de la independencia, de dar un palo cuando lo merezca y una caricia cuando lo requiera, acá no funciona. Si escribe fulano sobre sultano, ya se sabe que no lo hará bien nunca, pero nunca.

Es una pena que una comunidad que maneja información, que a veces genera opinión y chapotea cerca de los lodos del poder como es la de los periodistas, esté virtualmente incapacitada para ser fiscalizadora de sí misma, por rencillas personales, por falta de coraje, por vedetismo o incapacidad, tanto da. Por eso, cuando lea o escuche a un periodista escribir o hablar de periodismo de periodistas, desconfíe. O mejor, cuando lea o escuche a un periodista escribir o hablar, desconfíe.

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