Camila Fabbri

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Camila Fabbri: "Puedo ver Gran Hermano y una de Tarkovsky; para escribir son importantes las dos cosas"

Elegida como una de las mejores escritoras en español menores de 35 años por la revista Granta, la argentina Camila Fabbri llegó a Uruguay para dar talleres
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30 de marzo de 2023 a las 05:02

La mirada de Camila Fabbri —34 años, argentina, autora, dramaturga, actriz, integrante desde 2021 de la lista de los mejores escritores en español menores de 35 años que elaboró la prestigiosa revista Granta— tiene una chispa de alerta encendida. Un brillo en el fondo, algo que vincula la extrañeza y curiosidad por el mundo que siente, y la posibilidad latente del peligro. Es curioso: pasa incluso cuando sonríe, algo que, de hecho, sucede varias veces. Pero ahí está: el gesto que denota la atención a la eventualidad, al accidente, al lugar a donde escapar para poder decir "estamos a salvo".

Puede ser lógico o no, pero esa idea también está en su obra. En Los accidentes, su primer libro de cuentos; en El día en que apagaron la luz, su abordaje a la tragedia de Cromañón, algo que la tocó de muy cerca; y también en su última publicación, Estamos a salvo, una colección de cuentos que salió en 2022 y donde la estabilidad y la seguridad de todos los personajes parece pender de un hilo. Y por ese mismo hilo camina la literatura de Fabbri, una literatura que en más de un sentido se emparenta y se refleja con la de Romina Paula o la propia Inés Bortagaray. Justamente, es con esta última que, este jueves, dará una charla en la librería Escaramuza a partir de las 21, lugar en donde también brindará una serie de talleres hasta el domingo que, todavía, tiene sus inscripciones abiertas.

Y sobre esa instancia va esta entrevista, aunque también sobre el germen de la escritura, el abono necesario para encararla, la posibilidad del oficio, el impacto de la lista de Granta, el vínculo generacional y físico con el universo Cromañón y, sí, claro, la latencia del riesgo. Que cruza su vida, su obra y su palabra.

En muchos casos los talleres como los que vas a dar sirven como impulso o contagio de la escritura. ¿Cómo fue tu caso? ¿Te contagiaron o sentís que te “enfermaste” por tu cuenta?

No me enfermé sola, por suerte (risas). Pienso ahora en muchos tipos de contagios, pero pasando la adolescencia me encontré con un libro de Romina Paula, que es una escritora y dramaturga argentina, y me gustó encontrarme con una mujer muy joven que escribía, que dirigía teatro, que también escribía teatro, que reunía actividades eclécticas y variadas. Algo de ese combo me atrajo muchísimo, más allá de que me encanta cómo escribe Romina. Y a partir de ese encontronazo con ese libro, que había sacado Entropía y que se llama ¿Vos me querés a mí?, la contacté y me comentó que justo estaba empezando a dar un taller. Era en una sala de teatro mini, un lugar que no quedaba muy lejos de mi casa, y fui. Era un taller muy pequeño, muy amateur, de primera instancia, que luego creció un montón, pero en ese momento eran los amigos de los amigos de Romina, un amigo mío y yo. Ahí empecé a domesticar un poco la escritura, empecé a escribir cuentos a partir de consignas que ella proponía. Para mí era muy extraño estar asistiendo a un taller de una persona tan joven y tan cercana, sentía que podía ser una amiga, una hermana, una prima. En algún punto de esa cercanía y ese tono de voz me encontré con que eso podía ser un oficio. También me encontré con que tenía ganas de dirigir esos textos que escribía. Todo fue surgiendo ahí, con ella.

De hecho, se puede decir que hay puntos de contacto con lo que escribe Romina Paula y lo que se encuentra en tus historias. Algo de cómo vemos el mundo que estamos parados, cómo lo asimilamos. Además, como pasa con ella, la escritura para vos no corre sobre los carriles formales del "libro". Puede decantar a una obra u otra cosa. ¿Está la escritura en el centro y luego se abre? ¿Te funciona así?

Sí, me gusta esa idea de que el centro es la escritura. En definitiva lo es. Me ocupo de escribir, más allá de que después el trabajo y las formas de ganarse la vida son otra cosa, pero la ocupación o el oficio que elijo es escribir, y luego eso va tomando caminos o disciplinas. Ahora terminé de escribir un guion que me encargaron para una película, y el encargo sugería también que lo dirigiera, así que la escritura te va llevando por otros lados. Se trata de tener una especie de poder sobre el texto y que ese poder sea también tratarlo en otro registros.

La palabra taller habla de un espacio en el que uno se puede sentar a escribir, de encontrar el tiempo para leer, pensar, pero sobre todo para trabajar. ¿Crees que la dimensión del trabajo que hay detrás de la escritura queda oculta detrás de otras cosas que están en la superficie?

Totalmente. En ciertas personas que tienen una distancia con la escritura hay una idea falsa de que es algo gratuito, que lo podés hacer en cualquier momento, en cualquier lugar, y que no es trabajoso. Y lo es. La fuerza de voluntad por sí misma, como algo individual, es carísima. Hay que pelear con la pereza, la neurosis, la angustia, no sé, hay muchas cosas puestas en la escritura que son invaluables. Trabajar el músculo de la escritura a diario es un tremendo laburo, y hay veces que se puede y hay veces que no. Trabajar solamente de escribir puede ser agotador.  Un escritor o una escritora no sólo tiene que dedicarse a escribir porque también hay un momento en el que no tenés nada sobre qué escribir si es lo único que hacés. Es importante o está bueno poder tener otros oficios en paralelo u otros proyectos que no necesariamente tengan que ver con tener ideas para escribir o con contar. La escritura es algo que necesita alimentarse de otras cosas.

¿Qué significó para vos el sello de la selección de Granta? A nivel de escritura, profesional, a un nivel quizás más íntimo de ciertas seguridades que te dejó. 

No sé si hay nuevas seguridades. Siento poca distancia con la noticia, así que no sé si terminé de encontrarme con cosas distintas en cuanto a las oportunidades que aparecieron. Sí conocí a mucha gente, a muchos autores y autoras que forman parte del catálogo, conocí sus obras. Quizás tuve la oportunidad de ponerme en conversación con otras editoriales, editores de otros países. En ese sentido sí, algo se abrió un poco más, se amplió, me llegaron otros nombres, otras caras. Pero en lo concreto, creo que todavía no cambió mucho de lo que venía siendo. Otras personas llegaron a leerme y quizás en otras circunstancias eso no hubiera pasado. Yo en el momento no sabía mucho el alcance que tenía la selección, no sabía lo importante que era o el alcance que podía tener a nivel medios. Y eso fue bastante sorprendente. Como lectora no seguía muchas listas, no era un lugar al que necesariamente concurría o acudía para conocer nuevos autores. Soy más de ir al suplemento Radar de Página/12, o al catálogo editorial, me rijo mucho por eso.

En una entrevista mencionabas que la familia es algo que te da mucho material para escribir, y eso queda patente en Estamos a salvo, por ejemplo, pero también parecen darte material los desplazamientos. En auto, en tren, en lo que sea. ¿Por qué?

En mi primer libro, Los Accidentes, la portada es una foto de una madre con su hijo viendo el despegue de aviones, por ejemplo. Y hay algo de los aviones que está como bastante presente, sobre todo los accidentes aéreos, y después en la tapa del último libro Estamos a salvo, que también es otra recopilación de cuentos, está Christa McAuliffe, una maestra que murió cuando explotó el transbordador Challenger, en 1986. Supongo que tiene que ver con la idea de catástrofe, más que con los medios de transporte. La posibilidad de la catástrofe. Incluso en El día que apagaron la luz, que es mi segundo libro, una novela de no ficción o una crónica con algo de ficción, está el núcleo germinal de la idea catastrófica, digamos, que tiene que ver con la tragedia de Cromañón, una tragedia del mundo de los adolescentes, algo que fue una especie de educación sentimental o algo que cambió nuestra forma de ver el mundo, algo que nos marcó que ahora podía pasar cualquier cosa en cualquier momento. A partir de ahí se fueron disparando las imaginaciones hacia distintos lugares, aunque me parece que ya en el último libro eso se relativiza porque llegué la adultez y voy acumulando años de psicoanálisis. La catástrofe ya parece algo mucho más lejano, algo más racional, más propio del mundo de lo posible.

Esa idea está muy presente en el título Estamos a salvo, pero cuando terminás los cuentos te das cuenta de que en realidad es Estamos a salvo porque zafamos por poco.

Sí, como que aprobamos con seis. Y es como una ironía enorme la idea de estar a salvo. Lo que intenta traer ese título es una especie de optimismo que tiene que ver con que quizás sí haya una rendija por donde está entrando un poquito de luz.

Camila Fabbri

Buena parte de tu escritura está muy anclada al cuento, al relato breve. ¿Qué encontrás en ese registro que te mantiene ahí?

Al menos hasta ahora me he sentido mucho más cómoda en esa cantidad de caracteres, quizás porque me parece que son historias que están muy saturadas en sí mismas, en el buen sentido. Creo que tienen una carga que si se extendiera demasiado se transformaría en algo demasiado laxo y perdería identidad o carácter. Tampoco quiero decir que en otro momento no pueda aparecer una novela, aunque le tengo un poco de miedo porque sé que tengo una tendencia a cansarme rápido de un mismo personaje. Siento que me vence rápido la idea de seguir contando la historia de una sola persona, animal o cosa. Y creo que eso en general le pasa a todos los cuentistas. Samanta Schweblin, que es la mejor cuentista argentina hoy, que me encanta, cuando escribió la novela Kentukis la dividió en un capítulo por personajes. Yo la leía y pensaba 'esto es una cuentista queriendo escribir una novela'. Por eso estaría bueno aconsejarle a las editoriales que dejen tranquilos a los cuentistas porque no tienen por qué hacer otra cosa. No lo digo por mí, que todavía no sé qué soy. 

¿Esa indefinición te incomoda?

No, pero como buena virginiana necesito categorizar. 

La idea de “sanarse” al escribir es un poco cuestionable, pero al leer El día en que apagaron la luz se impone una suerte de sublimación de tu parte de esa situación. ¿Significó algo así para vos la escritura de ese libro?

Sí. No tengo muy claro si sentí algún efecto benefactor al haberlo publicado, no sé si termino de darme cuenta qué fue lo que pasó, pero sí sé que me hizo bien empezar a hablar de ese tema con algunos protagonistas de esa noche o de esa causa y de todo el contexto, esa generación, esos años, esas costumbres, todo lo que envuelve Cromañón. Fue como volver a abrir el juego y volver a tener esas conversaciones, ver qué había del otro lado, porque en un momento la situación se había convertido en una especie de soliloquio, algo demasiado solitario.

Y al mismo tiempo era súper colectivo.

Sí, pero era algo de lo que no se hablaba mucho. Y si había algún motivo concreto, como un libro, entonces sí se podía hablar. Eso me parece que fue una de las cosas más lindas para mí, ese proceso. Hacía muchos años que tenía ganas de hacer algo con eso, pero no sabía bien qué y por qué. Hacer una ficción me parecía irrespetuoso, irresponsable. No sabía desde dónde pararme. Me parecía que lo más justo que podía hacer era contarlo desde un lugar muy pequeño, desde un recorte de mi colegio y mis amigos y yo, nada más. A veces con cosas tan grandes, que tienen una escala y un daño tan enorme que ni siquiera sabemos cuál es todavía, quizás lo mejor es tomar distancia y contarlo desde un lugar núcleo. Y eso es lo que creo que hice. Ahora, con este proyecto de película que estoy haciendo vuelvo a tocar ese tema, la adolescencia en Buenos Aires en los 2000 post y pre Cromañón. Cómo era ser joven en ese momento de la Argentina. Éramos muy chicos y estábamos a la deriva

¿Cómo administrás tu consumo cultural? ¿Tenés tiempo para leer lo que querés? ¿Cómo baja eso a la escritura?

Obviamente cada vez tengo menos tiempo para esas cosas porque siento que cada vez trabajo más, pero doy muchos talleres y leo muchas novelas o cuentos, o libros en proceso. Quizás por eso cuando tengo tiempo libre no siempre tengo ganas de ver o leer ficciones. Solo tengo resto para ver Gran Hermano.

Y encima terminó ahora.

Sí, no sé qué voy a hacer. Pero dentro de poco empieza de vuelta. Estoy esperando el casting. 

¿Querías que ganara Marcos?

No. Era el participante más rico de todos y ¿va a donar todo lo que ganó? No sé, me parece todo muy falso. Hay algo de volver a los viejos valores de la pureza y la blancura, me parece todo medio rancio, medio retro, no sé que se traen entre manos. Pero, qué sé yo, volviendo, puedo ver Gran Hermano y puedo ver una película de, no sé, de Tarkovsky. Pero me parece que para escribir es importante ver las dos cosas. No hay que volverse cinéfilo o súper lector, seguir solo una corriente del romanticismo. También sirve ver Susana Giménez. 

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