Martín Kohan

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Martín Kohan: "La vida es corta, pero cada día es largo; hay tiempo para ver a Boca, para leer y para escribir"

El escritor argentino publicó hace algunas semanas ¿Hola? Un réquiem para el teléfono, el último título de una obra prolífica y ecléctica
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05 de marzo de 2023 a las 05:05

Martín Kohan (56) se toma como un halago que le digan que enuncia y habla como un profesor. Porque prefiere toda la vida ese mote, incluso lo prefiere a que lo mencionen como escritor, como uno de los autores más eclécticos y precisos de la literatura argentina, como el que en 2007 ganó el premio Herralde por su novela Ciencias morales o como el que no para de ser invitado a dar charlas, simposios o a abrir eventos que tengan al libro —o no— como centro. Tiene sentido, igual, que lo presenten así. Porque al margen de sus preferencias o de sus logros en el campo literario, y del hecho de que dar clases de Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires es su profesión diaria, Kohan parece tener la divulgación de los conocimientos y de sus entusiasmos teóricos y prácticos entre ceja y ceja. Escribe y transmite. Habla y enseña.

Así, en su obra variada y amplísima el argentino ha desplegado una capacidad enorme para conectar la reflexión con la emoción, los recuerdos con el relato, el mecanismo ficcional con el entramado del mundo tangible, y de esa forma ha pasado de la novela negra al ensayo, con aterrizajes ocasionales en la teoría literaria, los fenómenos históricos y socioculturales y los cuentos. Su última publicación fue, por ejemplo, ¿Hola? Un réquiem para el teléfono, un ensayo editado por Godot en el que disecciona ese aparato en vías de extinción a través de nuestro vínculo con él. Pero también se puede encontrar en librerías su texto sobre las bibliotecas y la separación en un volumen publicado por esa misma editorial, y antes de eso se había pasado por el clásico ejercicio del Me acuerdo, y más atrás en el tiempo logró otro de sus éxitos cercanos con la novela Confesión, en donde revisa la historia reciente argentina a través, entre otros puntos de vista, de la historia de un joven Jorge Rafael Videla.

Hombre de letras, de pasiones, de una voz inconfundible y amable que encadena reflexiones sobre la escritura, la lectura y la sociedad a la velocidad de la luz, Kohan habló con El Observador del otro lado del río y de la pantalla, con esa forma de ser docente, con el azul y amarrillo de Boca Juniors en su remera Adidas y en la bandera del fondo, y lo hizo así:

¿Recuerda el momento en que el teléfono empezó a perder pie en su vida?

Probablemente no. Estos son procesos muy rápidos en términos de temporalidad social, incluso vertiginosos, pero al mismo tiempo paulatinos. Y, de hecho, con el teléfono sucede que ni siquiera puede decirse que hoy esté en una condición de inexistencia total, porque el aparato ahí está. Si uno llama, funciona. En mi casa el aparato de línea permanece. Entonces, ¿de qué manera se va convirtiendo en un museo de sí mismo? No hay un corte nítido, un antes y un después, sino que es un proceso marcado por los gerundios. Uno va dejando de hablar, van dejando de entrar llamadas. Si tuviese que elegir un momento podría ser ese en que llamé a una amiga por su cumpleaños y me dijo "supuse que eras vos", porque un llamado al teléfono de línea era o una encuesta, o su mamá —a la que presiento grande—, o yo, que soy una especie de viejo vocacional.

¿Y cuál fue entonces el catalizador para la escritura del libro?

Varios. Cuando uno cree que con alguna de estas cuestiones se puede ir pensando un libro, por un lado hay más de una marca y más de una huella; una puede haber sido la desaparición prácticamente total de los teléfonos públicos. Por un lado ya no existen, y por otro todos pasamos a hablar en las condiciones propias del teléfono público. Hablamos en colectivos, caminando por la calle, bajo esas condiciones que antes representaba la incomodidad pública. Por supuesto que las nuevas tecnologías aportan más y mejores posibilidades, y la postura de este libro no es de resistencia, pero en algunos aspectos es un llamado de atención a que hoy hablamos en peores condiciones. Luego, cuando uno empieza a darle vueltas al tema en la cabeza, traba otro tipo de relación con las lecturas. Se empiezan a detectar cosas porque las tenés en mente. Por ejemplo, hay un cuento que seguramente es mi preferido de toda la literatura, que es Emma Zunz de Borges, que leo y analizo varias veces al año porque lo doy en distintos cursos. En un momento me di cuenta de que el cuento se resuelve por teléfono, que es algo que no había detectado en ninguna de las lecturas anteriores. El teléfono estaba ahí y sin embargo me parecía lateral. En esta clave de lectura fue lo opuesto, tanto que me permitiría decir que Emma Zunz se resuelve gracias y por el teléfono. Así, empiezo a ver cómo la literatura y el cine me aportan un montón de elementos para ampliar el imaginario. El libro se va armando por la sedimientación de esta suma de factores que están entre lo que te pasa en la vida, lo que notás en la calle, las lecturas que hacés y las lecturas a las que volvés.

El subtítulo es Un réquiem para el teléfono, pero bien podría haber sido réquiem para una forma de vínculo, de conversar, de estar en el mundo a través de la palabra.

Y lo es en la medida de que, para mí, decir "teléfono" no es decir exactamente eso. El teléfono supone una manera de conversar que sin él no existe, una forma de lenguaje distinta, una relación diferente con la disponibilidad a decir, con la confianza de decir y escuchar. Con el teléfono se constituye también otra forma de intimidad. El teléfono inventa y agrega una forma de intimidad en algún punto intensificada, porque la conversación telefónica implica que esas dos personas hablan solas, pero cada uno está solo del otro, algo que no ocurre en el encuentro cara a cara. Y si es otra forma de intimidad, se supone que hay otra disposición a decir, que se dicen cosas que uno solo se atrevería a escuchar en esas circunstancias. Ahí es donde la tecnología va constituyendo subjetividades y experiencias posibles. Cuando el teléfono aparece surge una nueva forma de la espera y otra forma de la ansiedad. No se espera el llamado telefónico como se esperan otras cosas. En esa espera se arma otro tipo de fantasía, de conjetura o paranoia, que no es igual a la que había en la escritura de cartas, por ejemplo. El llamado habilitó una inmediatez que la escritura no tiene, porque la escritura es mediación por definición. Por eso, llamar y que nadie atienda te ponía en una condición de especulación enorme. Hay escenas, ansiedades, mortificaciones, imaginaciones, ilusiones que nacen con el teléfono y que existieron en la medida que hubo teléfono. Se fueron transformando porque el aparato se fue transformando. 

¿Terminar un libro como este es, de alguna manera, exorcizar el interés u obsesión sobre un tema determinado, o es algo que se prolonga más allá de la publicación?

No es del orden del exorcismo porque no lo siento como un problema a resolver. No tengo una relación terapéutica con la escritura, sino de goce, lo hago porque me gusta. No es una herramienta para resolver o aliviar nada, y además porque las cosas en las que trabajo me interesan o preocupan, y cuando me dispongo a pensarlas encaro la escritura como un proceso de pensamiento distinto. En ella tenés que articular, formular, tenés que ver qué pasa con esas ideas cuando llegan a la escritura, no quedan intactas, uno no las piensa igual. Cuando las escribís, esas ideas cobran una entidad, o un espesor, o una ambigüedad distinta a lo que tenías en mente, porque escribir no es simplemente traspasar una idea al papel. Escribir es un proceso y una experiencia productiva y creativa donde las ideas se transforman. Eso a mí me resulta muy estimulante, y de hecho me lleva más a la apertura que al cierre. Después lo que pasa es que aparecen cosas que podrían haber ido al libro. Pero ya está. Lo que se cierra es el libro. No el interés.

Martín Kohan

Su obra abarca cuento, novela, ensayo académico, político, sociológico, pero incluso dentro de la ficción tampoco parece tener  demasiadas fronteras; novelas como Fuera de lugar, Ciencias morales o Confesión son muy diferentes entre sí. ¿Cómo entiende los límites de género y de temas en su escritura?

Si existe algo así como un patrón común que vincula todas mis escenas de escritura es que siempre son de enorme disfrute. Todas son gozosas y todas tienen que ver con lo que me entusiasma hacer. No tengo un reparto de escrituras de gratificación y otras que son instrumentales, laboriosas o pesadas. Algunas tienen un margen de opción mayor: las novelas. Si no se me ocurre ninguna no hay novela y no pasa nada, por suerte el mundo no las necesita. A las columnas no es que el mundo las necesite pero igual tengo que entregar una por semana, ahí no hay opción, lo que por otro lado no significa que sea una escritura impuesta, o no la vivo así. Quiero decir: no pienso en jerarquías, no tomo mejor a la escritura de creatividad que puede suponer una novela frente a una escritura ejecutiva e instrumental, como puede ser un ensayo. Yo doy clases en la universidad y en muchos casos escribo textos para ser presentados en ámbitos académicos, y para mí esa escritura tiene que ser tan creativa y tener tanta imaginación como al escribir un cuento. Eso no quiere decir que se escriban igual, por supuesto. Pero me resisto mucho, y voy perdiendo la batalla, con la existencia de áreas de lo que se llama escritura creativa en las universidades. Prácticamente siempre en esos casos se entiende o se sobrentiende que ahí van a escribir novelas, cuentos, poemas y quizás ensayos. Pero no la escritura universitaria propiamente dicha, y me parece que es una forma de establecer, por no decir de admitir, que de esa otra escritura, la escritura crítica universitaria, no se espera que sea creativa. Y eso me parece deplorable.

¿Cómo es la distribución de su pasión por la escritura, la lectura y Boca?

Voy a decir una obviedad: la vida es corta, pero cada día es largo. Hay tiempo para todo. Boca jugó el sábado a la noche y ese momento estuvo dedicado al fútbol. A la tarde estuve haciendo otras cosas. Estuve escribiendo, a la mañana leí. No me resulta problemática la combinación de las tres. Uno no tiene por qué ser siempre el mismo, y en general es difícil encontrar a alguien que lo sea. Mi relación con el fútbol no es como mi relación con la escritura. Yo voy a la cancha porque quiero que gane Boca. No estoy sentado en la tribuna como el profesor universitario que soy, como el narrador de ficción que también soy, porque en realidad en ese momento no lo soy. Lo soy y no lo soy. En ese momento soy hincha de Boca. Uno no es el mismo en todas las escenas de la vida. Sí me pasa, o me pasaba, que al ser pasiones tan intensas, tan fuertes, las vivo como se viven las pasiones: con un efecto ilusorio de lo absoluto. Como los amores. A lo largo de la vida van pasando diferentes amores y los vivimos como si fueran lo único. Uno sabe que hubo otros, pero la plenitud de la vivencia de una pasión hace que los otros ocupen otros lugares, de manera que ese amor que uno vive se sienta absoluto. Por lo tanto, me es difícil combinar literatura y fútbol. Cuando estoy en la cancha no está la literatura en mi mente. Me ha pasado que me encuentro con alguien en el entretiempo y me preguntan si leí la última novela de no sé quién, y a mí me suena como si le hablaran a otra persona de otra vida, porque efectivamente le están hablando a otra persona de otra vida. Y pasa a la inversa. Boca gana casi siempre, pero cuando no gana y sufro, irme a la literatura es una manera de cobijarme. Me voy a otro mundo, me pongo a leer, me calma. Es lo que me hace sentir que la vida tiene otras cosas, porque en ese momento, saliendo de la Bombonera, la vida es que perdió Boca. Ese juego entre la literatura y el fútbol hace que prefiera no combinarlos.

En el texto que recientemente escribió para el libro Bibliotecas dice que son "al mismo tiempo museo y reservorio" de los lectores que somos. A lo largo de su obra, y con libros como Me acuerdo, ese interés por la conservación de la memoria es manifiesto. ¿Por qué? 

Me interesa la manera en la que los recuerdos pueden objetivarse. Subjetivamente está muy claro: uno tiene una memoria propia y la forma en la que trama los recuerdos de su vida hace al modo en que asumimos nuestra historia personal. Pero eso puede objetivarse. El procedimiento de escritura del Me acuerdo, por ejemplo, encadenó recuerdos enteramente personales pero escritos bajo el tono y la disposición enumerativa, casi de catálogo, que tiene ese género que cultivaron autores como Joe Brainard, Georges Perec y Margo Glantz. Las diferencias entre eso y un relato autobiográfico hace que, escritura mediante, los recuerdos luzcan objetivados. Y así el libro me permitió disponer de mis recuerdos como si fuera una colección de objetos. Por otro lado, hay un punto en que la biblioteca también es una colección. Si bien en ella hay muchos libros que uno todavía no leyó, muchos que los tiene porque los podría volver a leer, y muchísimos que podría volver a consultar, hay otros que los tiene porque los ha leído. No volverá a leerlos y uno lo sabe. No los va a consultar jamás y uno lo sabe. Y, sin embargo, los retiene en tanto huella material de una lectura que uno hizo. Porque los libros que uno leyó tienen los subrayados que uno hizo, las notas al margen, sus huellas. Así que sí, me interesan las distintas formas de colección de cosas que en algunos casos se convierten en otra variante que mi mujer, con toda justicia, denomina "juntar porquerías". Coleccionar recuerdos suena mejor, aunque a veces también junto porquerías; tengo el instinto retentivo de las huellas materiales de lo vivido. Además de los libros ahí están todas mis camisetas de Boca, por ejemplo. Incluso las que ya no me entran. Me gusta saber que toda la historia vivida con Boca está materialmente reunida en un lugar. Que existe como expresión material de un vínculo.

Ha mencionado en otras entrevistas que se topa con frecuencia que la idea del "ser" escritor predomina entre los concurrentes a los talleres, mucho más que el impulso por escribir. ¿Por qué cree que sucede eso?

Son dos cosas que están unidas, pero que son diferentes. Es cierto, existe ese interés, lo cual me llama la atención porque si hay algo que no tiene nada de especial es ser escritor. Y sin embargo, qué atractivo parece tener sobre mucha gente. No tengo nada que objetar; a cada cuál le gusta lo que le gusta y, si no es sexo con niños o cosas similares, que cada uno haga lo que quiera. Pero está bueno discernir de que se está hablando, cómo y por qué. En mi caso el vínculo ha sido siempre con la escritura. Con la práctica, no con la identidad. En todo caso, a partir de la práctica emana una identidad. Si escribís y publicás, sos escritor. Y a mí me da placer escribir, no ser escritor. Pero hay algo en la fascinación por la condición, que se basa en tener gestos de escritor, pose de escritor, ropa de escritor, gustos de escritor, de mostrarse como escritor. A quien le guste, perfecto, pero hay que marcar la diferencia. Si te gusta escribir y ser escritor es una suerte porque van juntas. Pero hay casos que lo que apasiona es "ser", ocupar el lugar social, el libro en la vidriera, la foto en la solapa, la invitación a la feria. Y sé de casos en que escribir, a esas personas, no les gusta nada. A mí no me pasa. Si bien me gustan mucho las escenas de circulación, como las entrevistas, lo que me gratifica no es encontrarme en la condición de autor entrevistado, sino la conversación sobre literatura. Es algo que disfruto sea que pase en la entrevista, en el taller, en la clase en la universidad, la mesa redonda o la feria. ¿Desde qué lugar estoy hablando en estos momentos? ¿Cómo escritor, cómo profesor, como crítico literario? Qué se yo. Todos a la vez. Creo que en la fascinación por la identidad del escritor hay algo de fantasía, de una idea inalcanzable, de "llegar a ser". Y yo viví a título personal esa experiencia de lo inalcanzable porque quería ser arquero de Boca y mido 1,68 cm. Rápidamente entendí que no iba a poder ser. Ser escritor aparece como inalcanzable en parte por una cierta mitificación de esa figura. Me interesa desmitificar el aura de la condición del escritor y volcar toda a la escritura.

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Y como lector, ¿qué busca en los libros y qué encuentra cuando lo fascinan?

Esa distancia y esa manera con la cual algo que manejamos rutinariamente, como lo son el lenguaje y las palabras, cobra otro carácter, entidad e intensidad cuando la literatura está en juego. Y no necesariamente sucede porque estemos en otro nivel de lenguaje o porque echemos manos a otros espectros de vocabulario, aunque sí pase, sino por la instancia en la que las mismas palabras ganan otro brillo, otra textura, cuando la literatura abre otro tipo de experiencia con el lenguaje o una experiencia intensificada. Cuando empiezo a leer un libro espero que pase eso, de un modo o de otro, pero a veces no pasa. Lo que espero de los libros es que me pongan frente a una experiencia diferencial respecto del lenguaje. La literatura que me está dando eso hoy son los cuentos de Gloria Alcorta, que fue recuperada por la editorial Leteo y que me tiene fascinado.

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