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9 de junio 2023 - 7:17hs

A menudo se suele comparar al gobierno de Gustavo Petro en Colombia con el de Gabriel Boric en Chile. Tal vez porque ambos llegaron al poder con diferencia de meses, ambos son de izquierda y ambos sudamericanos.

Yo prefiero la comparación de Petro –o en este caso, más bien, el contraste– con el mexicano Andrés Manuel López Obrador. Por ser este más cercano en edad, ambos pertenecen a la llamada generación baby boomer (no como Boric que es el primer líder de la izquierda millennial en llegar al poder); por ser tanto AMLO como Petro el primer presidente de izquierda en sus respectivos países; por ser ambos líderes históricos de la izquierda mexicana y colombiana y, sobre todo, por ser los dos fuertemente resistidos por un establishment político-económico que en ambos países se parece mucho.

Sin embargo, mientras López Obrador sigue siendo uno de los líderes con mayor aprobación en el mundo, después de cinco años en el poder, y acaba de consagrar a su partido, Morena, como la primera fuerza política del país, por encima de los históricos PRI y PAN, cuando hace apenas 10 años ni siquiera tenía registro, Petro, que asumió en agosto pasado, cae en las encuestas, va de escándalo en escándalo y en 10 meses de gobierno ha perdido igual número de ministros.

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Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), la agrupación que AMLO fundó desde el llano después que el PRD lo desplazara de su liderazgo, le arrebató en las elecciones del pasado domingo el Estado de México al PRI: el preciado Edomex, que no solo es la entidad más poblada del país, sino que durante casi un siglo había sido el principal bastión electoral, político y económico del revolucionario institucional; como si nada hubiese pasado en estos 23 años desde la transición a la democracia del año 2000.

Así, Morena controla hoy 21 de los 32 estados del país, pintó el mapa electoral de México color bordeaux y confinó al PAN y al PRI a un puñado de entidades.

Lo que ahora se debate en la izquierda mexicana es quién va a suceder al presidente y continuar con el proceso de la llamada “cuarta transformación”. Pican en punta para las presidenciales del año que viene el canciller Marcelo Ebrard, que acaba de renunciar al cargo precisamente para hacer campaña, y la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.

¿Será mujer la próxima presidenta en la tierra de los charros, donde el mariachi canta que sigue siendo el rey? Veremos, pero eso es lo que se discute hoy en México.

El panorama para Petro en Colombia es muy distinto. No cesan las escandalosas y truculentas revelaciones en la telenovela del ex embajador en Venezuela y hombre clave de su campaña, Armando Benedetti, y la ex jefa de Gabinete, Laura Sarabia. De la casa de esta, desaparecieron unos 7000 dólares cash; y sospechando de la niñera de su hijo, la entonces jefa de Gabinete la hizo interrogar, polígrafo mediante, en un sótano de la Casa de Nariño. Después trascendió que el teléfono de la niñera también había sido objeto de escuchas ilegales con el mismo fin: saber dónde estaba la plata que la empleada niega en redondo haber tomado.

Por si hasta ahí la trama no fuera lo suficientemente retorcida, aparece en escena Benedetti. Como senador, el político costeño había sido jefe de Sarabia durante largos siete años –ambos se habían unido juntos a la campaña de Petro en 2022– y, aunque usted no lo crea, para él también había trabajado la niñera de marras como empleada doméstica. Todo una complicada melange.

La revista Semana publicó unos audios que Benedetti le habría dejado a Sarabia, donde el hombre se despacha durante media hora con una infinidad de improperios, en un lenguaje procaz rayano en lo barriobajero, y le llora que Petro y ella lo han desplazado y le han faltado al respeto.

Pero además, Benedetti sugiere en esos audios que la campaña de Petro se financió con dineros ilegales; lo que en Colombia inmediatamente trajo desagradables recuerdos del escándalo conocido como el “Proceso 8.000” durante la presidencia de Ernesto Samper.

A todo esto se suman las incesantes investigaciones del fiscal general Francisco Barbosa, convertido en su bestia negra y a quien Petro acusa de querer darle un “golpe blando”. Todo indica que el presidente no estaría muy errado: el fiscal ha ordenado allanar hasta parte de la Casa de Nariño, algo insólito, y lo que algunos tímidamente justifican como un exceso de celo, parece entrañar una clara motivación política. Tan es así, que no son pocos los que hoy en Colombia proponen removerlo del cargo para no contaminar una investigación tan seria sobre el presidente de la República.    

Petro y sus seguidores sostienen que al presidente lo persigue buena parte del establishment colombiano para evitar que concrete su ambicioso plan de reformas. Y el miércoles encabezó una marcha en Bogotá en defensa de esas reformas.  

Pero también es cierto que, a diferencia de AMLO, el mandatario colombiano tiene serios problemas para trabajar en equipo, algo que ya había evidenciado su pasaje por la Alcaldía de Bogotá. Si hubiera que definirlo en términos futbolísticos, Petro sería claramente lo que se dice una “individualidad”, un talento individual con escasa disposición al juego colectivo. Prácticamente no tiene cuadros propios, es algo muy extraño en un dirigente de izquierda. A Benedetti y a Sarabia, sus dos principales escuderos de campaña en segunda vuelta, hasta el año pasado casi ni los conocía, ni jamás habían sido estos de izquierda (Benedetti en su día fue hasta uribista); solo dos oportunistas de la política que, según los audios del propio Benedetti, antes de irse con Petro, barajaron la posibilidad de unirse a la campaña de su rival, el inefable Rodolfo Hernández.

Luego está también lo que parece ser un excesivo idealismo de Petro. Y no me refiero a sus principales reformas (la laboral, la jubilatoria y la de Salud), todas ellas muy necesarias, ni a su prédica en favor de una justicia social que en Colombia se ha hecho esperar más de la cuenta, sino a su intención de cambiar en menos de cuatro años toda la matriz productiva del país. Sustituir el llamado “modelo extractivo” por uno de “producción agrícola” como quiere Petro, no es tan sencillo, ni se va a lograr de la noche a la mañana. Pero en sus discursos, es algo que el presidente da por sentado que va a conseguir en su mandato, lo mismo que cuando habla del cambio climático en el exterior. No parece tener mucho conocimiento del tema, más allá de repetir algunas consignas conocidas.

A eso me refiero cuando digo “idealista”. También podría haber dicho “radical”, según la ocurrente definición de Franklin D. Roosevelt: “Un radical es un hombre con los pies bien plantados en el aire”. Y esa es la sensación que a veces da Petro.

Esperemos que pueda pronto estabilizar el barco y, sobre todo, enderezar el rumbo, para conducir a Colombia a buen puerto como se merece.

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