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Romanos, rápidos y furiosos

El reciente estreno de Ben Hur, dirigida por el kazajo Timur Bekmambetov, obliga a ir hacia atrás, al célebre filme de William Wyler, e incluso más, a la hoy casi olvidada versión de Fred Niblo
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27 de agosto de 2016 a las 05:00
La historia de Ben Hur, que vuelve ahora al ruedo por la versión que se estrenó esta semana en cines locales, ha conmovido al mundo narrativo desde que comenzó, en 1880 con la novela del escritor estadounidense Lew Wallace, un libro que fue best seller en los Estados Unidos y el mundo en su tiempo, alrededor del año 1900.

La primera versión filmada fue un corto de 1907, pero la primera revolución fílmica sucedió con la segunda versión de Ben Hur en 1925, la mayor superproducción de Hollywood hasta entonces, protagonizada por el actor mexicano Ramón Novarro y dirigida por Fred Niblo. Utilizó su presupuesto entonces millonario, con cientos de extras, gigantescos decorados, diversos efectos especiales y técnicas de encuadre y montaje que la transformaron en un hito del séptimo arte, aunque hoy pocos sean los que recuerdan esa adaptación.

El filme comenzó su rodaje en Italia, pero debido a algunos accidentes que sucedieron en escenas con galeras romanas, grandes huelgas de los técnicos y conflictos sociales en el marco del inicio del fascismo, la enorme troupe debió trasladarse a California para continuar la producción. La escena fundamental de esta película muda es la de la carrera de carros. Allí se utilizaron maquetas con muñecos como personas para simular las tribunas repletas del Circo Máximo, cámaras enterradas en el suelo para enfocar a las cuadrigas desde abajo y crear el efecto del caballo pasando por arriba del espectador y cámaras en automóviles para generar travelings de movimiento puro. A pesar de la precisión y de la organización del rodaje, también hubo más accidentes, como caballos que se chocaron, carros que colisionaron, pilotos heridos, confusión y caos. De todos modos, el resultado es soberbio. Basta verlo más de nueve décadas después: emociona hasta el tuétano.

Algunos críticos e historiadores del cine consideran que esta primitiva Ben Hur está a la altura de clásicos de la década de 1920 como Acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein y Napoleón, de Abel Gance.

Uno de los asistentes de dirección era el futuro director Henry Hathaway. Otro de los jóvenes aprendices que contemplaba expectante todo el desarrollo de este filme grandioso se llamaba William Wyler. Treinta y cuatro años después, Wyler dirigiría su versión de Ben Hur para la Metro Goldwyn Mayer, con Charlton Heston en el papel protagónico, y que casi copiaría plano a plano la escena de los carros de la obra maestra realizada tiempo antes por Niblo. La versión restaurada de los nueve minutos de la carrera de cuadrigas es una de las grandes maravillas del cine. El alumno homenajea al maestro y es capaz de superarlo.

Sin embargo, el género "de romanos" siempre tendió a ser grandilocuente en Hollywood. Películas cargadas de miles de extras con uniformes dorados, capas rojas, lanzas largas, cascos con penacho, diálogos malos, personajes previsibles, melodramas encastrados y una épica un tanto acartonada. La caída del imperio romano, Cleopatra y Quo vadis, y también la reciente Pompeya son ejemplos de esto; Ben Hur, Espartaco y Gladiador quizás sean tres de las excepciones que ratifican la regla que reza: el cine de romanos en Hollywood en general es malo y aburrido.

El kazajo Bekmambetov tomó un desafío enorme y se defendió al aducir que esta nueva Ben Hur no es una remake de las anteriores, sino su versión particular de la novela de Wallace, que concentra los ejes del guión en aspectos diferentes a la película de Wyler. En principio, la taquilla le ha sido esquiva, pero todos sabemos que el público tampoco es garantía absoluta de confianza: basta apreciar las soberbias basuras que baten récords de recaudación en el mundo en estos días.

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