Romina Manguel se sumó como columnista de El Observador

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Romina Manguel: "La mala praxis periodística tiene un costo muy alto y no siempre nos damos cuenta"

La periodista argentina se sumó como columnista de El Observador y analizará la realidad política de su país
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15 de septiembre de 2022 a las 05:03

El nombre de Romina Manguel, periodista argentina de 49 años, está ligado desde hace años a la cobertura política y judicial del otro lado del Río de la Plata, pero desde hace algunas semanas también tiene espacio en esta orilla. Es que Manguel –que reconoce en Jorge Lanata a uno de sus maestros, y que actualmente trabaja en las radios Millenium FM y Radio Con Vos, además del programa Opinión Pública de Canal 9– comenzó a firmar en El Observador una serie de columnas de opinión en donde analizará la realidad argentina a través de su experiencia, con la idea de transmitirla a los lectores uruguayos.

Sobre este nuevo desafío, y también sobre un compromiso con el periodismo en todas su facetas y la exposición que los medios implican hoy, es que la experiente periodista mantuvo la siguiente charla.

Hoy se encuentra trabajando en televisión, radio y prensa. ¿Cuál de las tres plataformas le resulta más atrayente? ¿Qué le da cada una?

Estoy formada en redacciones desde muy chica, y creo que la prensa es el medio que te permite explotar de la mejor manera posible lo que yo entiendo que es el oficio periodístico. Tenés espacio para ver a las fuentes, escribir, reflexionar, para chequear con compañeros de redacción, para tener un editor que pueda opinar de tu laburo. Soy una periodista de papel, pero también es cierto que desde los 18 o 19 años trabajo en radio y también en televisión. Cada medio tiene su magia. De todos modos, para mí no es lo mismo el televidente que el oyente, o el lector. El lector se toma más tiempo. Hay un compromiso. Vos no podés leer y hacer otra cosa, pero sí podés estar escuchando radio y limpiando la casa, o tener la tele de fondo. Por eso creo que el compromiso con el papel es doble. La televisión y la radio son muy volátiles. Al papel le tengo mucho respeto porque queda blanco sobre negro, queda escrito, y esa letra escrita implica un compromiso muy profundo. Me gustan muchísimo las tres plataformas y cada una tiene algo particular, y si bien me gusta la espontaneidad de la radio, siento que me inclino por donde está marcado el mayor compromiso. Y mi compromiso es con ese lector que se toma más tiempo.

Trabaja en los medios desde hace casi tres décadas. ¿Qué le ha dado esa experiencia?

El periodismo es un ejercicio diario. Todo el tiempo estás aprendiendo, no solo porque surgen nuevas plataformas y porque constantemente querés estar actualizado, sino porque lo que vas aprendiendo con el tiempo te vuelve menos soberbio. Creo que a los 20 años pensaba que me las sabía todas, pero con el tiempo entendí que las audiencias son diversas, que las agendas son diversas, que muchas veces lo que nos interesa a los periodistas que hacemos política no necesariamente responde a la agenda de los que nos escuchan, ven o leen. Hay que ser muy respetuosos de eso. Muchas veces corremos el riesgo de ser parte de este club muy exclusivo donde hacemos un par de guiños y todos sabemos de lo que estamos hablando. Y no es así. Creo que hay que volver al viejo periodismo, a explicar. Recuerdo que cuando empecé si daba las cosas por sentado me rompían la hoja en la cara. Creo que hoy se da demasiado por sentado que el otro sabe de lo que estás hablando, y es como hacer un chiste en una fiesta del que se ríen dos. No está bueno, por más bueno que esté el chiste.

De eso se desprende que, sobre todas las cosas, el periodismo que hace tiene al lector, oyente o televidente en mente. Puede ser redundante u obvio, pero hay casos en los que eso no sucede.

Absolutamente. Uno de mis grande maestros fue Jorge Lanata, que además es un amigo. Cuando empecé a trabajar en cobertura judicial yo utilizaba un lenguaje y términos muy técnicos. Y una vez recuerdo que terminé una columna y Lanata, que es muy bruto en el sentido de que es muy áspero, me dijo: "¿vos querés que te entiendan tres o 200? Elegí, porque el momento es ahora. Es muy lindo el vocabulario técnico y la manera en la que te expresás, pero yo no entendí un pomo". Para mí eso fue un punto de inflexión, pensar a quién le hablo, a quién le escribo, a quién me dirijo frente a la cámara.

En Argentina los periodistas lidian con prejuicios fuertes de parte del público, y siempre parecen estar bajo el ojo crítico. ¿Cómo se lidia con eso?

Es difícil. Hay veces que pienso que no tengo que darle explicaciones a nadie, aunque por otro lado pienso que si mi trabajo fuera en un estudio jurídico no tendría que dar ninguna. Como yo fui la que eligió sentarse adelante de un micrófono, un teclado o una cámara, hay ciertas explicaciones que me tengo que bancar dar. Y si hay alguien que va a escucharme y lo que digo va a cambiar su realidad en términos concretos, en cuanto a lo que va a hacer con su guita, si va a salir o no a la calle, si es seguro mandar o no los pibes al colegio, esas cuestiones de la vida cotidiana, tienen que poder confiar. Si tienen dudas, ¿por qué no debería responder? Lo que pasa es que a veces hay mucha agresividad. Mi relación con el otro está basada en la confianza. Tiene que confiar que lo que yo hago lo hago porque soy periodista, porque publico los hechos que conozco, porque después puedo dar opinión y análisis pero priorizo contarte los hechos. También está bien admitir que uno está confundido. En todos lados pasó esto de que el periodismo empezó a ocupar lugares vacantes en sectores del estado o de la justicia, y nos erigimos un poco en estadistas, jueces... y me parece que nos confundimos. Somos periodistas, somos otra cosa. Es otro el laburo que tenemos que hacer. Así que no sé porque no deberíamos dar explicaciones. Soy realmente de las que piensan que la información nos hace libre y que cambia radicalmente las decisiones de la vida cotidiana. La mala praxis periodística tiene un costo muy alto y no todo el tiempo nos damos cuenta, así que creo que hay que ser mucho más responsables de lo que fuimos. Además, generacionalmente pasó que surgió una generación intermedia que creyó que ser periodista es ser famoso. Y ser periodista es ser periodista. Los grandes periodistas de la historia no quisieron ser famosos y le huyeron a eso. La fama les banalizaba el laburo.

Romina Manguel se sumó como columnista de El Observador

¿Cómo se vive el trabajo periodístico diario en un país tan cambiante como Argentina?

Con una adrenalina tremenda. Ahora tenemos a Massa, el ministro de economía da noticias los domingos, y la causa abierta del atentado a Cristina Fernández, en la que todos los días hay novedades. Antes decíamos "el fin de semana descansamos". Hoy llega el fin de semana, nos miramos con los colegas y decimos "que sea lo que Dios quiera". No sabemos que va a pasar y es un toque agotador, pero tan agotador como el que trabaja ocho horas por día y viaja cuatro. Tampoco me gusta estar en la queja. Pero sí hay algo de estar al palo todo el día, estamos muy pendientes, muy atentos, nos cuesta mucho desconectarnos. Uno tiene que regular, porque sino es cansador. Pero no nos quejemos de la razón por la que elegimos este trabajo, que es no querer que cada día sea igual al anterior y al que viene. 

Hoy, si uno busca su nombre en Google, además de su actualidad profesional uno de los resultados que más se repite es una información vinculada a su vida sentimental. ¿Los periodistas deben lidiar con ese tipo de cosas ahora también? ¿Cómo maneja esa exposición de la vida privada?

Siento que a nadie debería interesarle mi vida privada o la de los demás periodistas, más allá de aquellos que se exponen y tienen ganas de hacer tapas de revistas. En mi caso, lo que se dio fue una charla que tiene que ver también con un momento histórico, y que se relaciona con una discusión vinculada al feminismo. Yo no lo conté, pero mucha gente se enteró de que estoy saliendo con un chico veinte años menor, se hicieron notas y hubo ruido. Pensé en cuántos compañeros tengo en los medios que salen con mujeres más jóvenes y no hay una sola nota que haga referencia a eso. Yo no decidí enarbolar una bandera, me enamoré y punto, no fue una declaración política ni una militancia, pero no puedo dejar de decirlo y darme cuenta que genera ruido en una sociedad bastante conservadora. Después, escándalos hay todo el tiempo, y uno lo mide más o menos, pero si yo tengo que estar todo el tiempo pensando en lo que puede generar lo que digo y me callo la boca para evitarlo, la verdad es que me estaría autocensurando. Hago lo que hago para poder hablar. Y hago lo que hago para debatir, discutir, escuchar lo que tengan para decirme. No sé que puede pasar frente a lo que digo, y aún sabiendo cómo se va a reaccionar, soy muy fiel a mis convicciones. Lo pienso igual, sin herir a nadie, sin faltarle el respeto a nadie, pero hay cosas que pienso, que tengo ganas de decir y que tal vez no sean las que dice la mayoría. Eso hace ruido y no ser tribunero tiene su costo, porque uno sabe lo que tiene que hacer si quieren que lo salgan a aplaudir. A veces me meto en polémicas complejas, pero no las eludo. A veces soy calentona, contesto mal en redes, a veces me cansan cuando el hostigamiento es muy notoria. Pero callarme la boca por las repercusiones que puedan venir no. Antes de eso me dedico a otra cosa.

En una entrevista comentaba que uno de sus deseos en esta profesión es eso: poder decir lo que quiera, no estar preocupada por lo que se piense, ni por cómo caiga. ¿Siente que lo logró?

No, al contrario. Pero en la medida que vas creciendo y madurando empieza a tener menos peso la mirada ajena y te condiciona menos. Si bien nos importa lo que diga el otro, porque no le creo a nadie que diga lo contrario, uno es más libre a medida que puede desprenderse de la mirada ajena en tanto lo condicione. Todavía no llegué a esos niveles de libertad, pero confío que estoy en ese camino.

¿Cómo encara esta nueva etapa como columnista de El Observador, donde debe acercarle a lectores uruguayos la realidad de Argentina? 

Me encanta el desafío. Para mí la radio, la tele, todo es un desafío siempre, pero es difícil hablarle a una audiencia nueva. Yo soy licenciada en Relaciones Exteriores y aunque nunca ejercí es un tema que me interesó siempre. Saber cómo se manejan otros países, cómo es la dinámica, cómo es su política. Tratar de entender todo eso para saber a quién le estoy hablando, aun en el error, es espectacular. Estás contando la Argentina, pero la contás en la medida de que tenga algún impacto en el público que está leyendo. Por eso es un desafío y me parece que no podía decir que no. Al margen de que amo a Uruguay, y que mi infancia y adolescencia pasaron entre Maldonado y Montevideo, mi abuelo vivió hasta el final de sus días ahí y los argentinos siempre tenemos la fantasía de cruzar el charco. Este es un ejercicio de cierta humildad, de conocerlos, entenderlos, saber qué les puede interesar, qué no, y aunque me puedo pegar piletazos, el desafío me gusta y de verdad tengo una relación muy afectiva con el país. No me da lo mismo escribir para Uruguay que para Chile. Uruguay es un lugar en el que tengo muchas ganas de que me vaya bien, y si no es así, al menos hice el intento. Me parece que hay que animarse.

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