En la foto de arriba, José Mujica y Mauricio Macri. Abajo, Mujica con Cristina Fernández
Romina Manguel

Romina Manguel

Periodista de El Observador Argentina

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Argentina: ¿Y si probamos con el modelo Mujica?

¿Más de lo mismo o nos animamos a algo nuevo? La columna de opinión de Romina Manguel
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09 de septiembre de 2022 a las 12:52

Los argentinos vamos a tener que tomar una de las decisiones mas trascendentes desde la reinstauración de la democracia. A cuarenta años de recuperar la libertad de elegir, nos ponemos a prueba como sociedad. Y la clase política también.

Ya no sólo tenemos que optar entre dos partidos tradicionales como lo fue en 1983 entre peronismo o radicalismo, ni tampoco entre las diversas alianzas (más electorales que de gobierno) que surgieron desde entonces. La elección es más difícil, más profunda, y tan fundacional como aquella que terminó de tallar las columnas sobre las que se iba a volver a edificar la vida democrática en la Argentina.

¿Vamos a ir por el camino de los extremos y la radicalización a corto plazo o vamos a apostar a una moderación que conlleva un modelo de país a construir en tiempos más largos, tiempos que la ansiedad generada por la crisis económica no parecen poder acompañar?

La política, como si se tratase de un juego de espejos, toma el pulso de la sociedad en función de eso también. Y elige. ¿Qué? Tonos, formas, mayor intransigencia o mayor dialoguismo. Halcones o palomas. Gritos o susurros. Los dirigentes miran encuestas, eligen a quién subir al ring, qué batallas dar, dónde arriesgar capital político, cuándo preservarse para no ponerlo en juego.

Especulan, en reuniones eternas, sobre qué liderazgo busca una sociedad confundida y hastiada. Algunos dispuestos sin asco a generar un candidato a medida, aun cuando no tenga nada que ver con sus propias convicciones, se entregan a la interpretación de un personaje.

El kirchnerismo, tras el intento de homicidio a la expresidenta y frente a una causa judicial empantanada de entrada, salió a tender puentes. Lo hizo después de una semana áspera en la cual acusó a la oposición y a los medios de generar un clima de violencia política a través de los discursos de odio. La oposición se niega a dialogar en este ámbito. La grieta se profundiza. Las elecciones se acercan. El ministro de Economía Sergio Massa, en un silencio inusual en él, pero provechoso en cuanto a resultados hasta ahora, se concentra en lo que la oposición calificó como “Plan llegar”.  Llegar al Mundial. Que cambie el humor social. Que se hable de Messi, que llegue diciembre y así ya el calendario marcará 2023: año que viene, año electoral.

Más radicalizados que nunca. ¿Qué vamos a elegir? Cuando decimos que hay 40% de argentinos sumidos en la pobreza, ponemos mucho más que un número sobre la mesa. Hablamos de que según un informe de Unicef el 7% de los niños y el 19% de los adultos dejaron de consumir una de las cuatro comidas diarias. Decimos que entre enero y agosto de este año aumentó un 35% la venta de snacks y un 29 la de productos de desayuno porque reemplazan al pollo, las pastas o la carne en almuerzos y cenas.

Ariel Tereñes, empresario pyme dueño de la marca de galletitas Terepin, dijo públicamente que la explicación de su crecimiento en medio de la crisis se debe a que muchos comen pepas (su producto estrella) para saltearse o estirar alguna comida.

En el medio la política discute como lo tiene que hacer. La pregunta es cuánto de esa agenda de discusión impacta en la vida doméstica, diaria y dura de la gran mayoría de la población.

Según una encuesta de este mes de la consultora OPINA Argentina el 67% de los encuestados quiere cambios rápidos y radicales. ¿Eso se traduce en líderes radicalizados? ¿Cuántos candidatos de la política tradicional estarían dispuestos a hacer estos cambios radicales? Siempre que no se traduzcan en un ajuste intolerable, agregaría.

La misma consultora planteó que en un escenario electoral 2023 un 22% volvería a elegir al peronismo, un 31 a Juntos por el Cambio y, atención, un 38 a un espacio nuevo. Ni uno ni otro. Y la sorpresa es mayor si se profundiza sobre esa cifra: el 53% de ese reclamo lo promueven los jóvenes de entre 19 y 29 años.

¿Y si lo nuevo no fuese lo que tiene mayor marketing bajo esa etiqueta? ¿Si no fuese Javier Milei o una comunicadora como Viviana Canosa a quienes las encuestas ubican entre las figuras públicas con mayor imagen positiva por amplísimo margen? Ambos denostando a la dirigencia política, desde un discurso de derecha, uno sin terminar de percibir hasta que punto es parte de esa misma dirigencia y funcional a ella.

Facundo Manes es neurólogo, neurocientífico, afiliado a la Unión Cívica Radical (UCR). Su discurso va a contramano de los planteos conflictivos al punto que por momentos parece cándido e ingenuo. Diputado por la Provincia de Buenos Aires desde el 2021 hace campaña bajo el lema “Empatía” con una cartelería pseudo hippie de fines de los sesenta y setenta en Estados Unidos. Si bien no propone que hagamos el amor y no la guerra, si no que se discutan proyectos y no personalismos. Su bandera es la educación, la sociedad del conocimiento, la revolución del saber como única salida. Sueña aunar a los argentinos detrás de un proyecto común como fue el del presidente norteamericano John F. Kennedy y la llegada del hombre a la luna. En la Argentina de hoy, donde la imagen negativa de los dirigentes supera o iguala a la negativa, su falta de experiencia en la gestión es un valor. Le suma que su pasado esté basado en su popularidad como un divulgador de la ciencia que llevó a las explicaciones sobre el funcionamiento del cerebro a los primeros puestos de ventas. La gran pregunta es si es el momento. Ante la urgencia económica y social que atravesamos ¿qué tan descolocado queda un Manes buscando una candidatura con un proyecto a largo plazo? “Y si no, vamos a ser un país que vive cubriendo carencias”, dice él.

¿Y si ese 53% de jóvenes que quiere algo nuevo está hablando de futuro? Y si fuese el momento, y si apostáramos por esto absolutamente diferente, provocador y disruptivo… ¿Sabemos qué prioridades está dispuesto a resignar en función de conseguirlo? Porque cuanto más innovadora la propuesta, mas exigentes en cuanto a los detalle sobre como llevarla a cabo. ¿Cómo se financia un proyecto así? ¿Dónde está la plata? ¿Qué privilegios está dispuesto a sacrificar y de quiénes? Lo acompañaría el partido, la sociedad, la región.

El expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica plantó claramente la semilla en su famoso discurso de asunción presidencial en el 2010: “Vamos a invertir primero en educación, segundo en educación, tercero en educación. Un pueblo educado tiene las mejores opciones de vida y es muy difícil que lo engañen los corruptos y mentirosos”. Años después lamentó no haber podido cumplir con las expectativas a pesar de seguir convencido que es el único camino.

Por su parte, el actual presidente Luis Lacalle Pou también entendió que la salida era la transformación de la educación. En ese marco puso en marcha una reforma, que es impulsada desde una visión diferente a la planteada por sus antecesores y aún enfrenta cuestionamientos, pero que, por lo menos en lo discursivo, tiene arraigo en un objetivo similar. “La mejor manera de que las futuras generaciones tengan más libertad es que estén mejor formadas”, dijo el presidente Lacalle Pou cuando le tocó defender la reforma educativa.

La educación es parte de la discusión mirando al futuro, esa que se da en una sociedad que elige el debate de un modelo a largo plazo. La Argentina tendrá que decidir si apuesta a la moderación y al debate profundo o si se rinde a las mieles de los extremos y la radicalización para seguir cosiendo los parches de un país que se deshilacha crisis tras crisis.

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