Detuvieron a un hombre que intentó asesinar a la vicepresidenta de la Nación. Le apuntó a centímetros de la cabeza cuando llegaba a su casa de Recoleta. Lo que había sido hasta ahora (desde el durísimo alegato del fiscal que la acusó de jefa de una asociación ilícita) el epicentro de una batalla política casi se convierte en el escenario de un magnicidio.
Juncal y Uruguay pasará a ser la esquina emblemática que dio lugar a que la militancia se movilizara al grito de “No vamos a entregar a Cristina”. La intersección volvió a enfrentar a las desordenadas gestiones de seguridad de la Nación y de la Ciudad de Buenos Aires. El lugar donde se caldeó el clima en medio de una vigilia incomprensible, donde se expuso lo peor de la política y cada uno buscó capitalizar el pequeño desmadre jugando con fuego.
Algo podía pasar. Lo decían todos. Ahí en el lugar donde primero se enfrentaron las facciones que apoyaban a CFK contra las que celebraban la acusación del fiscal. Ahí donde después la policía de la Ciudad puso todo en riesgo intentando desalojar la zona con sobreactuada vehemencia que incluyó golpes y detenidos, además de extrañas comunicaciones reportando la presencia de dirigentes en la zona. Algo podía pasar. Alguien la iba a pudrir. En ese marco el hijo de la exmandataria, el diputado Máximo Kirchner, hizo público lo que el sector mas cercano a CFK murmuraba en privado: “Quieren el primer muerto peronista”. Esa misma noche, horas más tarde de las declaraciones que parecían temerarias, Fernando Montiel empuñaba una pistola cargada con cinco proyectiles y le apuntaba a la cabeza de la vicepresidenta.
Es grave lo que pasó. Gravísimo. Estuvo en riesgo la vida de CFK y la institucionalidad. Podría estar escribiendo desde un país en plena guerra civil si la bala hubiese salido. Se declaró feriado nacional y el arco político lo repudió sin excusas.
Es grave lo que pasó. Tan grave como que aun con un detenido, con imágenes de este empuñando el arma frente a CFK, con la intervención de la justicia federal que constata el hecho, parte de la sociedad argentina no lo cree. Duda, especula, habla de un armado, lo expresa en redes. Lo dejan entrever comunicadores.
Y esa falta de credibilidad en la dirigencia política, en la justicia, en el oficialismo y en la oposición y los medios de comunicación es responsabilidad de la dirigencia política, de la justicia, del oficialismo y de la oposición y de los medios de comunicación.
Una especie de anarquía solapada se impone ante la falta de una conducción indubitable de un lado y del otro. Nadie decide y deciden todos. No hay una sola voz. Hay un coro desafinado. No hay un jefe. No hay un orden. Y esto no pasó esta semana. Esta semana, simple y terriblemente quedó expuesto.
El kirchnerismo en el gobierno y Juntos por el Cambio, que representa la principal alternativa electoral del año próximo, conviven con la misma carencia. La falta de conducción. La ausencia de la voz que ordena.
Las principales fuerzas políticas de la Argentina no comparten un diagnóstico sobre la economía, ni la mirada sobre las instituciones, ni siquiera como hacer frente a la crisis energética. No los une ni el amor ni el espanto, sólo la tremenda confusión que genera la falta de un liderazgo concreto dentro de cada uno de los espacios.
¿Dónde hay un jefe? ¿Dónde está ese hombre o mujer capaz de ordenar hacia adentro y dar certidumbre hacia afuera? Nadie habla de liderazgos como dogmas. Claro que se pueden discutir y dar pelea en pos de disputarlo. Pero primero alguien tiene que detentar el poder para que otro quiera arrebatárselo. Y eso no ocurre de este lado de la orilla.
Leonardo Leiderman, profesor de ciencias económicas de Tel Aviv y asesor económico del Banco Hapoalim, el banco comercial mas grande de Israel, se pregunta quién gobierna la Argentina. No lo hace en tono de chicana, sino para saber concretamente a quien deberían escuchar esos potenciales inversores que buscamos con avidez. “Hay un triunvirato y así es inviable. ¿Es el presidente Alberto Fernández a quien tienen que dirigirse? ¿A la vice presidenta Cristina Fernández de Kirchner? ¿O al ministro de Economía, Sergio Massa, que tiene línea directa con Washington? Más allá de la coalición, el especialista en inflación diferenciaba entre el poder formal de un primer mandatario en un país presidencialista como este, el poder de la convocatoria a la militancia y el poder que da el acceso y respaldo de los mercados. Conviven desordenados, sin una cabeza visible, convertidos en un monstruo de tres cabezas que camina errático y a los tumbos sin rumbo definido.
¿Dónde hay un jefe? En el oficialismo quedó claro que ese sello no lo ponen las urnas. Encabezar la boleta le dio a Alberto Fernández el despacho de la Casa Rosada, pero no el Poder con mayúsculas. ¿Cuáles serían las variables? Probemos. CFK cuenta entre los propios a los dirigentes de La Cámpora y algunos legisladores. Logró el control de algunos gremios de peso, pero no tiene el respaldo total de la Confederación General del Trabajo (CGT). ¿Gobernadores? Digamos que un puñado.
Alberto Fernández podría disputarle el otro puñado de jefes provinciales, sacar a relucir el apoyo de buena parte de la CGT y de los movimientos sociales que se distanciaron de la vicepresidenta. A la hora de mostrar “control de la calle” sindicalismo y organizaciones sociales son actores centrales. Ninguno de los dos, ni él ni ella, se los pueden adjudicar como propios.
En la oposición es imposible identificar al elefante que conduce la manada. Aunque Mauricio Macri por su rol de expresidente de la Nación se auto perciba así. El jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta tiene lo que hoy Macri no, gestión. Y ya se largó a la carrera. Algo que Macri tampoco hace todavía. “Si no hay nadie mejor”, dicen que dice. Es la convicción de liderazgo que a Larreta le falta. A codazo limpio, halcones y palomas se pelean por la sucesión de la jefatura de la Ciudad de Buenos Aires y las candidaturas a gobernador de la provincia de Buenos Aires y a la Presidencia.
Si la Argentina está jugando uno de los partidos más difíciles de su historia, ¿Dónde está Messi? Y no hablamos de la figura dotada de talento extraordinario. Sólo del que lleva la cinta de capitán y puede ordenar a los jugadores en la cancha.
La política nacional convertida en un gran ring de ególatras dando una pelea desordenada y sin reglas. En este contexto preguntarse dónde hay un jefe que además tenga una visión de país tras la cual aunar a todos los argentinos parece una utopía.
La vigilia en la casa de CFK no la convierte en Jefa. Pero le aporta la dosis de mística que faltaba. Mauricio Macri recoge el guante. Juega con la posibilidad de jugar si ella lo hace. Con ironía algunos bautizaban esa instancia como “la batalla final”. Tan ajenos todos a un país angustiado e irritable al que no dejaron de echarle combustible en esa guerra de egos, que no imaginaron que la batalla final pudo haber sido otra que nos dejara sin 2023, sin futuro. Casi pasa.