Mundo > Entrevista: Ilya Budraitskis

 “Si queremos entender a la extrema derecha en el siglo XXI debemos mirar a Rusia”

El intelectual ruso analiza el proceso de despolitización de la sociedad su país, los impactos del neoliberalismo, las características del régimen de Putin y sus estrategias de acercamiento al Sur global.
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10 de septiembre de 2023 a las 05:00

Cuna de la mayor revolución socialista de la historia, Rusia experimentó intensas transformaciones sociales, económicas y políticas a lo largo del siglo XX. Desde el ascenso de Stalin hasta el actual régimen de Putin, no queda mucho de la experiencia organizativa de los soviets y del legado socialista que caracterizó los primeros años de la Revolución de 1917. Ilya Budraitskis, activista y socialista ruso, está convencido de que el actual régimen de Putin tiene todas las características de lo que podríamos llamar el fascismo del siglo XXI.

Ilya Budraitskis es un activista político y un teórico que vivió muchos años en Moscú. Es autor de varios textos sobre la política, la cultura y la historia intelectual de Rusia. Publicó artículos en revistas universitarias como Radical Philosophy, New Left Review, Slavic Review y South Atlantic Quarterly, así como en importantes portales de medios críticos como Jacobin, London Review of Books, E–Flux, Le Monde Diplomatique, Inprecor y Open Democracy. Su colección de ensayos Disssidents among Dissidents: Ideology, Politics and the Left in Post-Soviet Russia fue publicada por Verso en 2022.

Durante su visita a Brasil, Budraitskis habló con la revista Radar Internacional sobre el proceso de despolitización de la sociedad rusa post-Unión Soviética, los impactos del neoliberalismo, las características del régimen de Putin y sus estrategias de acercamiento al Sur global.

–¿Cómo caracteriza el régimen de Putin: como nacionalista, como fascista?

–Diría que este régimen existe desde hace más de 20 años y que sufrió una seria transformación durante este período. Comenzó siendo un régimen bonapartista neoliberal y se convirtió en una especie de dictadura fascista abierta. Y creo que esta transformación en un régimen fascista comenzó después del comienzo de la invasión de Ucrania.

–¿Podría profundizar el análisis de esa transformación?

–Se produjo debido a dos tendencias paralelas dentro de la sociedad rusa, especialmente en la última década. Si examinamos la transformación del régimen de Putin, podemos decir que, el inicio de su existencia, es decir, la primera década de los 2000, se caracterizó por el crecimiento económico, la implementación de reformas neoliberales y un profundo proceso de despolitización de la sociedad rusa que se tradujo en la desarticulación y alienación de la mayoría de las formas de auto-organización política. Después de la crisis económica de 2009, el crecimiento aún no había despegado y la economía rusa estaba estancada. Durante el mismo período, la despolitización dio paso a un nuevo movimiento de protesta que comenzó a finales de 2011, principalmente en Moscú, pero que también tuvo repercusiones en muchas grandes ciudades rusas. Se trataba de un movimiento contra el régimen, cuyas demandas eran principalmente políticas en lugar de sociales, pero que, en mi opinión, también reflejaba un creciente descontento con la situación económica y social.

–Pero ese movimiento surge cuando Putin decide volver a la presidencia…

–Así es. Y Putin vuelve a presentarse a las elecciones presidenciales de 2012, para un tercer mandato. A diferencia de sus campañas durante la década de 2000, ésta no estuvo marcada por un proceso de despolitización, sino por una ofensiva conservadora y antirrevolucionaria. Así, a partir de ese momento, se puede decir que se produjo un punto de inflexión conservador en el régimen de Putin. El discurso que presentó fue que las manifestaciones no eran un movimiento de oposición interna, sino un grupo de agentes externos, traidores nacionales, personas que quieren destruir la familia tradicional, los valores tradicionales rusos, etcétera. A partir de ahí se adoptó una retórica extremadamente conservadora en la ideología de este régimen.

–¿En qué se notó ese cambio?

–En 2014, Rusia comenzó a involucrarse militarmente en Ucrania con la anexión de Crimea. Para Putin no se trataba sólo de una cuestión de política exterior, de reconquista de la influencia imperial de Rusia en el espacio post-soviético, sino también de una cuestión de política interna. Se trataba de crear una unidad patriótica de la sociedad rusa en torno a su presidente. Se puede ver la rapidez con la que Putin recuperó popularidad en la sociedad rusa tras la anexión de Crimea. Pero el efecto Crimea, el efecto del reagrupamiento alrededor de la bandera, no duró mucho. Tres años después de lo que se llamó la “reunificación de Crimea”, la popularidad de Putin comenzó a desmoronarse y surgió una nueva ola de protestas en Rusia. A partir de 2017, comenzó a surgir un nuevo movimiento contra la corrupción, contra el autoritarismo del régimen y, en última instancia, contra las profundas desigualdades sociales que existen en la sociedad rusa. Estas manifestaciones se asociaron estrechamente con la figura de Alexei Navalny, pero en realidad no se trataba sólo de un movimiento de sus partidarios personales. Por parte del régimen todo esto se presentó como la lucha contra una “revolución de color”.

–Entonces, ¿cuál fue el principal problema en Ucrania?

–Según Putin, fue Maidan, el derrocamiento ilegal del gobierno por parte del pueblo, algo absolutamente inaceptable. Por lo tanto, había que evitar que esto se produjera en Ucrania y en Rusia. Putin luego tomó una posición contra esta posible revolución porque, para él, todas las revoluciones que tuvieron lugar en Rusia, incluida la de 1917, son el resultado de la actividad de enemigos externos. Según él, todas las revoluciones son una conspiración, son procesos que vienen del exterior para desestabilizar al Estado ruso. Y, de hecho, este pensamiento antirrevolucionario está muy presente en la versión oficial de la historia rusa, en los manuales escolares, en las grandes presentaciones historiográficas, donde no sólo 1917 se presenta como una especie de motín antirruso organizado por Occidente, sino que incluso los levantamientos populares del siglo XVIII, como el de Pugachev, se presentan como una conspiración venida del exterior.

–En este sentido, ¿es posible ver el comienzo de la invasión no sólo como una cuestión de política exterior, sino también una forma de disciplinar a la sociedad rusa?

–Exactamente. Y cuando miramos los primeros meses de esta invasión, nos damos cuenta de lo mucho que cambiaron las reglas del juego dentro de Rusia. Desde el comienzo de la invasión es imposible criticar la guerra de ninguna manera. Ni siquiera está permitido hablar de este evento como de una guerra. El uso de la palabra “guerra” es un acto criminal en virtud de la ley rusa, porque oficialmente no se trata de una guerra sino de una “operación militar especial”. Este es el término que debería usarse para describir este acontecimiento. Todos los medios independientes que habían permanecido en el país hasta entonces fueron expulsados una semana después de la invasión, y hoy podemos ver esta tendencia represiva en el restablecimiento de la unidad total de Rusia, como la presenta Putin. Para él, la sociedad rusa se consolida en torno a la idea de luchar contra Occidente, contra cualquier tipo de enemigo interno o externo, y aún no se permite ninguna crítica en el país. Por ejemplo, la semana pasada Boris Kagarlitsky fue detenido en Moscú. Esta detención forma parte de una creciente campaña de represión de las manifestaciones que se tradujeron ya en muchos presos políticos. Preguntado en una conferencia de prensa sobre Kagarlitsky, Putin respondió que era la primera vez que escuchaba ese nombre, como siempre lo hace. Pero también dijo: “Actualmente estamos en un conflicto militar con nuestro vecino. Por eso todo lo que va en contra de nuestra unidad nacional debe ser eliminado. Esa es la razón de todos estos asuntos”. Creo que si hablamos del movimiento fascista de hoy, de cómo es el fascismo en el siglo XXI, deberíamos mirar lo que ya está sucediendo en Rusia. Debido a que estamos en un contexto en el que un movimiento de masas desde abajo ya no es necesario, podría tratarse de un giro fascista desde arriba. El fascismo clásico, que surgió en el siglo XX, siempre fue la combinación de movimientos de masas con la clase dirigente, que utilizó el movimiento de masas para transformar el régimen político. Hoy, en las sociedades que ya fueron fuertemente destruidas por el neoliberalismo, con la destrucción de toda tradición de organización, solidaridad, etcétera, ya no es preciso un movimiento de masas fascista. Por eso creo que es importante hablar de la transformación fascista del estado ruso, y creo que, en este sentido, el caso ruso no es el único. No se trata de una excepción a la tendencia global, sino de una imagen de esa tendencia. Si queremos entender cómo estos movimientos de extrema derecha pueden transformar la sociedad, deberíamos tomar a Rusia como ejemplo.

–En cuanto a la política exterior, Putin se acercó al continente africano y al Sur en general. ¿Cómo deben considerar los países del Sur este acercamiento y la guerra?

–Putin realmente está tratando de explotar este sentimiento antioccidental, antiamericano, anticolonial y propone, en lugar del orden mundial actual, otro tipo de modelo, que se llama “mundo multipolar”. Pero, ¿qué es un mundo multipolar? Es la existencia de civilizaciones particulares o de “civilizaciones-estados” particulares. Los “Estados-civilizaciones” son un término importante ya utilizado en la nueva versión de la doctrina de política exterior rusa adoptada a principios de este año. El “estado-civilización” no significa lo mismo que el estado-nación, sino más bien que los estados soberanos reales existen como una especie de civilización, como los Estados Unidos, China y Rusia. Por ejemplo, digamos que Brasil es un país clave para la civilización sudamericana. Esto significa que debe controlar todo el continente para restaurar la verdadera soberanía de Brasil y controlar el dominio orgánico de sus intereses nacionales como “Estado-civilización”. Lo mismo ocurre con Rusia, por supuesto, porque el “Estado-civilización” ruso es mucho más amplio que las fronteras actuales del Estado ruso. Así, por ejemplo, Ucrania perteneció orgánica e históricamente al “Estado-civilización” ruso. Probablemente sea lo mismo para China, que debe recuperar su propio “Estado-civilización”. Las raíces de este concepto están en el libro de Samuel Huntington, El choque de civilizaciones. La idea de Huntington es que Occidente, los Estados Unidos, no debe pretender proponer un orden mundial, sino que debe ser responsable de su propia civilización. Así, las civilizaciones occidentales como los Estados Unidos y Europa Occidental formarían parte de la misma civilización y los Estados Unidos sería el líder.

–¿Esto significa que Occidente no debe ser demasiado ambicioso en cuanto a su influencia?

–Claro. Y que debe centrarse en sus propios valores, su propia religión, sus propias tradiciones y así sucesivamente, dejando la posibilidad de que otras civilizaciones tengan sus propias tradiciones. Por ejemplo, están las tradiciones brasileñas, el tipo tradicional de régimen político brasileño, que es probablemente la dictadura militar, porque es el mejor régimen para servir a los intereses del “Estado-civilización”, y están los valores tradicionales que son propios de la civilización y que deben ser preservados. Este es esencialmente el concepto de un mundo multipolar. Es un mundo sin ningún sentido del universalismo, sin ningún sentido de la autodeterminación nacional, porque no se trata de naciones, sino de civilizaciones, y ciertamente no es un mundo más justo o más igual que el en el que vivimos, quizás incluso peor. Por ejemplo, si miramos a África y todas las especulaciones sobre lo que Rusia dijo sobre África y lo que realmente hizo allí, el Grupo Wagner es la clave para comprender la política exterior rusa en el continente africano. Allí se ve absolutamente el mismo tipo de método colonial, ya que Rusia es actualmente casi el principal proveedor de armas en el continente africano y es un país que intenta explotar y extraer los recursos naturales de la misma manera que las potencias occidentales coloniales e imperialistas. Si se mira lo que hace el Grupo Wagner en la República Centroafricana, donde esencialmente controla las principales minas de oro y lo extrae a cambio de apoyo militar al gobierno actual, se ve la típica forma neocolonial de hacer política: proporcionar apoyo militar a una élite gobernante a cambio de un monopolio sobre la extracción de los recursos naturales de ese país. No veo ninguna diferencia entre esta política y la de Francia o el Reino Unido. La única diferencia es que el grupo Wagner representa a otro “Estado-civilización”. En la República Centroafricana, por ejemplo, promovió activamente la religión ortodoxa organizando misiones, formado sacerdotes locales, etcétera.

–¿Hay posibilidades de organización de la izquierda en Rusia? ¿Cómo reacciona ante el gobierno de Putin? ¿Cuáles son las posibilidades de acción dentro del Partido Comunista? ¿Cómo es la organización de la resistencia en Rusia?

–La cuestión de la izquierda en Rusia es bastante complicada, porque no creo que los grupos y partidos que apoyan la invasión de Ucrania puedan ser considerados de izquierda o socialistas. Podemos constatar que la dirección del Partido Comunista y un gran número de grupos estalinistas cercanos al Partido Comunista apoyan plenamente la invasión de Ucrania, lo que significa que siguen integrados en el sistema político de Putin. Este sistema se construyó y desarrolló durante los 20 años del régimen de Putin y, dentro de este sistema, la dirección del Partido Comunista no tiene capacidad de acción política. Está totalmente guiada por el Kremlin. El Partido Comunista ruso y el estalinismo en general en Rusia están muy relacionados con la herencia imperialista del final del período estalinista. En los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, e inmediatamente después, Stalin explotó mucho el legado del nacionalismo ruso. Creo que la tradición estalinista en Rusia incluye este elemento de chauvinismo ruso y la continuidad de este elemento estaba ciertamente muy presente en las posiciones del Partido Comunista y otros grupos estalinistas después del inicio de la invasión.

–¿No hay otra izquierda en Rusia?

–Por supuesto, la izquierda que se oponía a las ambiciones imperialistas de su propio gobierno, compuesta por grupos socialistas, trotskistas y anarquistas. Pero, como actualmente no es posible expresar abiertamente críticas a la guerra, que es la principal cuestión política del país, no es posible que la izquierda antiguerra rusa opere legalmente en el país. Numerosos activistas importantes que ya eran conocidos por sus posiciones contra la guerra y anti-Putin abandonaron el país. En mi organización, el Movimiento Socialista Ruso, la mayoría de los dirigentes ya partieron al exterior. Kagarlitsky fue arrestado precisamente porque seguía criticando la guerra mientras aún estaba en el país. Algunos miembros de los grupos antiguerra todavía intentan actuar en Rusia, pero de forma semiclandestina, con discusiones políticas a puerta cerrada, eventos de propaganda con invitaciones personales, difusión de información a través de Telegram o Youtube. Los que están en Rusia deben cumplir con la legislación rusa vigente, lo que significa que no pueden hacer ningún comentario. Ni sobre la guerra ni sobre las acciones del ejército ruso en general. De hecho, ahora existe en Rusia una ley que criminaliza todas las noticias falsas sobre el ejército ruso. La definición de “noticias falsas” es muy sencilla: todas aquellas que no sean declaraciones oficiales del Ministerio de Defensa ruso. Entonces, por ejemplo, si alguien dice que el ejército ruso cometió crímenes de guerra, puede ser arrestado inmediatamente y cumplir una condena de cinco años en general.

–¿Es posible ser arrestado incluso por publicar mensajes en redes sociales como Facebook o Instagram?

–Sí, y no es sólo una posibilidad, hay varios casos de este tipo. Cientos de personas fueron detenidas o multadas por publicar ese tipo de informaciones en las redes sociales. Pero en lo que respecta a Instagram y Facebook, estas redes sociales ya fueron prohibidas en territorio ruso, por lo que no hay derecho a usarlas. Youtube y Telegram todavía están permitidos, pero no sabemos por cuánto tiempo. Según algunos rumores, las autoridades rusas probablemente bloquearán Youtube para finales de año. Ya se propuso una alternativa, una especie de plataforma rusa totalmente controlada por el gobierno para reemplazar a Youtube, que es muy popular en Rusia.

(Radar Internacional, Esquerda)

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