El 24 de setiembre se publicó la entrevista al falso Sabina, y el 27 de setiembre, la disculpa en la tapa y en la apertura de O2 la historia del engaño
Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Columnista

El Observador 30 años > periodismo y credibilidad

Un gran error, y una disculpa gigante

Sobre la entrevista a un falso Joaquín Sabina que fue publicada el 24 de setiembre de 2011
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21 de octubre de 2021 a las 10:12

En el periplo cotidiano de un diario, apenas terminó el trabajo para la edición de mañana ya estamos con la cabeza en la de pasado mañana: es inevitable cometer errores.

Hay errores pequeños, medianos, grandes y están los errores dignos de un monumento. “Lágrimas de mármol”, título de una canción del compositor Joaquín Sabina vendría a cuento de lo que teníamos ganas de derramar en la redacción de El Observador aquel 24 de setiembre de 2011.

No hay nada peor cuando uno, con la distancia que permite ver las cosas de otra manera, observa a la competencia encajar mal un error, hacer malabares para justificarse, ocultarlo en una página par, debajo de la quiniela, y con una redacción en la que la equivocación no parece ser tal porque siempre está el duende de la imprenta, un personaje al que se echa mano para justificar lo injustificable.

En realidad, hay una cosa peor: cuando le pasa a uno y asiste a la pulsión de hacer lo mismo que se aborrece en el otro.

Con la aparición de internet la credibilidad de los periodistas se convirtió en algo más laxo que en la era del puro papel. La posibilidad de tener la reacción del lector de inmediato permite ver in situ que uno puede ser confiable para la tribuna Ámsterdam si escribe de una manera y confiable para la Colombes si escribe de otra. 

¿Dónde radica entonces la credibilidad? ¿Radica en el acierto? Eso debería ser lo normal, no errar. Pero ¿qué pasa si erramos, y si erramos feo? 

Hay que enseñarles a los noveles periodistas que equivocarse es una fenomenal ocasión para afianzar la credibilidad personal y del medio. En el acierto todos somos unos fenómenos, se trata de seguir siéndolo, si es que lo somos, en el error.

Corría setiembre de 2011 cuando un periodista de la sección Espectáculos (O2 se llamaba) de El Observador celebró a viva voz el logro de una gran nota: había obtenido una entrevista con el legendario cantante español Joaquín Sabina. Título de tapa cantado, apertura de sección con despliegue, muchas fotos, etcétera. ¿Cómo había logrado tal hazaña para un periodista de este rincón del mundo que parece la calle Melancolía?

Al periodista le había costado mucho más que “19 días y 500 noches” ubicar al que presuntamente era el juglar oriundo de Jaén.

Cuando el español estuvo en Montevideo para dar un concierto, el periodista se contactó con Jimena Coronado, por entonces pareja del cantante, vinculada a diversas cuestiones profesionales de Sabina. Esta le proporcionó una dirección de correo electrónico a través de la cual el artista respondería algunas preguntas. Luego de no tener respuesta desde ese correo, el periodista rastreó por internet una nueva dirección de Jimena Coronado.

Finalmente, Coronado respondió así a un mail: “Envíame el cuestionario actualizado –que no lo encuentro– y Joaquín te responderá, por su amistad con Benjamín (Prado, escritor y amigo personal del autor español), a quien adora”.

Desde entonces intercambiaron 23 correos, hasta el 20 de setiembre, cuando la nota quedó lista para ser publicada. En la nota, el supuesto Joaquín Sabina hablaba de una mujer inspiradora de todas sus canciones. “En realidad mi musa se llama Lucía Folino, una poeta, abogada, periodista y profesora argentina, nacida en Avellaneda en 1956, que por su proscripción se ha vuelto sumamente famosa en círculos de la alta política y en las inteligencias de espionaje”, decía el correo.

Folino era mencionada de manera insistente por el supuesto Sabina. La larga historia de contactos con su representante parecía suficiente para confiar en las respuestas. Pero hay veces que en periodismo nada es suficiente aun cuando lo parezca.

A pocas horas de publicada la entrevista, empezaron a llover mensajes de fanáticos de Sabina.

Joaquín Sabina

Lucía Folino era una estafadora internacional. El propio Benjamín Prado escribió al periodista para alertarlo: había sido víctima de un engaño.

Berry Producciones, la productora de Sabina, confirmó el engaño a través de un mail: “Lucía Folino es una pobre mujer, con graves trastornos mentales, y que le deseamos que pronto se ponga en manos de especialistas que puedan ayudarla”.

Y el prestigioso El Observador con semejante título en portada. Imaginen por un momento las toneladas de glaciares que debieron correr por la espalda del periodista engañado. Ya imaginábamos que al día siguiente, cuando esperábamos que lectores y la competencia hablaran y se hicieran eco de la entrevista, ahora destacarían el error. Tremendo error.

¿Cómo proceder? Desde mi cargo de secretario de redacción vivía obsesionado con las aclaraciones luego de cada error. Me molestaba leer rectificaciones que parecían más justificaciones. Entonces empezamos a definir de atrás para adelante. Lo primero: una nota en el mismo lugar donde salió la entrevista contando con lujo de detalles lo que había pasado. No importaba si parecíamos ingenuos. Si lo habíamos sido, que se supiera.

Luego, como había sido destacado en portada, y el error había sido enorme, propuse levantar la apuesta: el desmentido, el reconocimiento del error, debía estar en la tapa.

Estaba convencido de que la única manera de atemperar un poco la atención que, con lógica, se pondría en el error, era distraerlos con una bandera más colorida que no pudiera pasar inadvertida.

Recuerdo que le dije a alguien de la mesa: hagamos el esfuerzo para que mañana, en vez del error, hablen del desmentido, que no es lo mismo.

A los pocos días, cuando logramos reconstruir la historia del error, la portada de El Observador llevó un faldón titulado “Nos equivocamos”.

El faldón de la tapa decía "Nos equivocamos". La obsesión enfermiza de una mujer condujo a que cometiéramos un error periodístico en la entrevista del sábado a Joaquín Sabina que terminó sin ser tal

Nadie podría decir que intentamos disimular el error: además, era una manera solapada de decirles a nuestros lectores: "en general acertamos, pero ayer, justo ayer, al menos solo ayer, nos equivocamos". 

Y se lo decimos claro, para que se enteren. El error está contado adentro, pero miren aquí, miren el desmentido’.

No hay en esto que voy a contar nada que busque acomodar el relato para que cierre. Podría tener otra formulación que igual funcionaría, pero lo cuento como pasó, como me pasó: al otro día, mientras iba en el auto hacia el diario, encendí la radio en el preciso momento que uno de esos programas que suelen leer los diarios, un comunicador decía: “Llama la atención el impresionante desmentido que se mandó El Observador en portada. Creo que nunca vi algo así”.

No estaban hablando, al menos en ese momento, de la presunta entrevista ni del error, sino de nuestro pedido de disculpas.

Era tarea cumplida solo por haber hecho de manera elocuente lo que nunca se debe hacer de manera disimulada. Porque, no lo olviden colegas: nuestra credibilidad –si es que esta sigue importando– reposa más en el reconocimiento del error que en el festejo del acierto. 

*Este artículo forma parte de la edición especial 30 años de El Observador.

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