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Un puente a las estrellas

La idea es fabricar una cinta de 100 mil kilómetros y endosarle un montacargas que nos saque de la atmósfera sin tener que reventar un cohete cada vez que se quiera viajar al espacio
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21 de agosto de 2015 a las 20:55
Este fin de semana se desarrolló el encuentro anual del Consorcio Internacional del Ascensor Espacial (ISEC es su sigla en inglés), en la ciudad estadounidense de Seattle.

La noticia es relevante porque es una vía de escape de este planeta, en el que, como en la Dinamarca del príncipe Hamlet, "algo huele mal". La idea fue presentada al mundo por primera vez en 1895 por el ruso Konstantin Tsiolkovsky. En 1979, el autor de 2001, Odisea del espacio, Arthur C. Clarke, retomó el asunto en su novela Las fuentes del paraíso.

Clarke predijo que el ascensor se construiría "diez años después de que la gente deje de reírse". Es difícil precisar desde cuándo la comunidad científica empezó a reírse de la idea, pero la carcajada lleva varias décadas y está dando señales de amainar.

El problema es que los cohetes, al igual que las naves espaciales de ida y vuelta, son carísimos, lo que hace que la carrera espacial no merezca ese nombre. Entonces se ha vuelto a pensar en la idea del ascensor, cuya virtud esencial es que se construye una vez y después los viajes al espacio serán posibles a una centésima parte del costo actual.

Una vez que se llega a una plataforma situada fuera de la influencia abrumadora de la Tierra, es mucho más fácil seguir viaje hacia nuevos horizontes.

Está claro que fabricar una cinta de 100 mil kilómetros no es un encargo para la semana que viene y también se entiende que debe estar hecha de un material difícil de imaginar.

La buena noticia es la reciente aparición en el horizonte tecnológico de los nanotubos de carbono, un material mil veces más fuerte que el acero, que se está desarrollando con la financiación de las nanotecnologías aplicadas a la óptica y la electrónica.

Esa es la razón del optimismo de la comunidad de científicos a nivel internacional que trabaja en allanar las dificultades de la ejecución del proyecto. La reunión que concluye hoy domingo en el Museum of Flight de Seattle es una puesta a punto de los avances y desafíos de futuro.

Bradley C. Edwards, un exingeniero de la NASA, elaboró un proyecto preliminar que concluye que la tecnología actual es suficiente para la concreción del ascensor en un lapso de 20 años, a un costo diez veces inferior al de la Estación Espacial Internacional, lo que equivale a 10 mil millones de dólares.

La idea de Bradley se basa en los sistemas antiguos de construcción de puentes: se lanza una cuerda de lado a lado y luego se la refuerza hasta que obtenga la solidez necesaria. En este caso, un satélite transportaría la cuerda y la dejaría caer con un peso hasta una plataforma marina en el ecuador de la Tierra.

Una vez que se llega a una plataforma situada fuera de la influencia abrumadora de la Tierra, es mucho más fácil seguir viaje hacia nuevos horizontes

El próximo paso sería montar un ascensor liviano para transportar más y más cintas que reforzarán a la primera y así construir el eje en el que se pueda adosar un ascensor que soporte la carga necesaria.

Desde que Edwards publicó The Space Elevator, en 2003, se ha avanzado mucho y todavía queda por resolver una serie de complicaciones técnicas, pero la convicción de buena parte de la comunidad científica es que se trata de una cuestión de (poco) tiempo.

El ascensor tardaría un par de semanas en llegar al contrapeso a cien mil kilómetros, y una vez allí, el viaje se realizaría sin turbulencias, hasta donde llegue la osadía y el afán conquistador de los pioneros. Los destinos en los que se piensa actualmente están en el vecindario: Marte y asteroides.

En el momento en que escribo, en Seattle, hay un montón de soñadores, que en su mayoría permanecerán anónimos, que tienen miras tan elevadas que superan incluso ese "the sky is the limit" (el cielo es el límite) que la lengua inglesa usa para enfatizar las posibilidades futuras. El cielo, en este caso, es un obstáculo a superar para llegar a no se sabe dónde y encontrar no se sabe qué.

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