La camioneta Confuso en el desierto del Sahara

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Una camioneta a lo Mad Max, encuentros con militares y baños con serpientes: el uruguayo que recorre África

Martín Bauzá comenzó su viaje por Europa y África en su camioneta Toyota Bandeirante en noviembre de 2022
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24 de mayo de 2023 a las 12:46

Para un uruguayo que recorre África en una camioneta, el idioma presenta muchas barreras. Sin embargo, para Martín Bauzá con algunas personas es muy fácil entenderse. "Primero, porque vienen con una metralleta en la mano".

En los meses desde que empezó su viaje, Bauzá tuvo varios encuentros con fuerzas militares. Escucha el golpeteo en la ventana y luego la expulsión inentendible pero universal. 

A veces se hospeda en hoteles, pero en general duerme en la camioneta. En el mejor de los casos, acude a campings, en el otro... a lugares abiertos. "Estoy hablando de ir por la ruta, que se te hagan las cinco de la tarde, empezar a mirar para los costados y decir: me meto por acá a ver qué hay. Terminás dos o tres kilómetros desierto adentro o en un huequito en la playa donde te metés esperando que no te saque nadie".

Cuando partió desde Países Bajos, su intención era cruzar entero el Sahara, pero luego se dio cuenta que era imposible. "Yo puedo decir que crucé una parte muy importante del desierto porque hice una incursión de cuatro días por allí", dice Bauzá. "Me metí en la arena y salí 400 km del otro lado, es como haber cruzado todo el Uruguay por arena".

Una de las noches en el Sahara se perdió. Confuso –su Toyota Bandeirante alterada para el viaje– lo llevó al país de Mauritania, a una zona tensa, que limita con el Sahara Occidental y con Argelia. 

Bauzá leyó e investigó para que la coyuntura política de los territorios no lo sorprendiera. Estaba al tanto de que en "una zona del sur del Sahara Occidental, el Frente Polisario está todavía muy activo". El Frente Polisario es un movimiento que lleva combatiendo 50 años, primero contra la colonización española y hoy en día contra Marruecos, país que ocupa la región denominada Sahara Occidental.

Esa noche que se perdió, se encontró justamente con el Frente Polisario. 

Por la hora buscó un lugar donde cenar y dormir. Ya había adoptado la costumbre de estacionar la camioneta y caminar dando círculos concéntricos hasta "llegar a una distancia de 150-200 metros". Así investiga el terreno y sabe si es peligroso, si algo le llama la atención, si está invadiendo algún lugar.

"Yo sabía que en esa zona había mucho contrabando. El Frente Polisario se financia en parte contrabandeando gasoil, droga, pasándola toda a través del desierto del Sahara con unas camionetas que, según vi, son muy parecidas a las mías. Les ponen unas lonas por arriba y van muy rápido: a 70, 80 km/h".

Cuando volvió de su recorrida había un árabe con una AK-47 al lado de la camioneta.  "No hablaba nada de francés, no le interesaba tampoco". El hombre que lo esperaba con una ametralladora era una especie de guardián del movimiento en aquella zona.

Según Bauzá, el problema no es solo el idioma, sino también el alfabetismo en África. A veces él saca su celular, traduce del español al árabe y muestra el texto, pero no lo entienden. 

El hombre del Frente Polisario dibujó un círculo en la arena y marcó cuatro puntos equidistantes. Bauzá comprendió que los puntos referían a las 12, las 15, las 18 y las 20 horas. "Me explicó que entre las 19 y las 7, en ese horario, no podía haber gente ahí. Lo entendí clarito".

Bauzá comenzó su viaje el 28 de octubre cuando llegó en avión a España. El 8 de noviembre se fue a Países Bajos, a donde había enviado su camioneta. Desde allí manejó por doce países de Europa hasta volver a España, desde donde ingresó a África.  Se puede seguir su trayectoria en su página de Polarsteps. Hasta el momento conoció Marruecos, Sahara Occidental, Mauritania, Senegal, Guinea-Bisáu, Guinea, Costa de Marfil, Ghana, Togo y Benín, donde se encuentra actualmente.

Bauzá cuenta además con una página web llamada Confuso –como la camioneta– que ante el ritmo y cansancio del viaje debió dejar de lado. Allí invita a cualquier persona a sumarse a su aventura. El vehículo es para tres personas y pueden compartir los gastos. Por el momento, solo lo han acompañado, por tramos del viaje, amigos y su novia.

La única compañía constante para Bauzá es la Toyota Bandeirante.

La historia de Confuso

En un monte de Paysandú, la camioneta vuelve a dar marcha atrás y luego embiste contra un poste. Un hombre se baja, encadena el poste al vehículo y acelera para arrancar el alambrado. A eso se dedicaba Confuso cuando Bauzá la compró. 

Tras desechar su idea inicial de recorrer África con un Jeep, llegó a la conclusión de que la mejor opción era una camioneta Toyota Bandeirante. 

"Precisaba un vehículo diesel que funcionara con gasoil", explica Bauzá, un apasionado de los autos y las motos, pero que trabaja de técnico prevencionista. Un vehículo a nafta consume más combustible y además la nafta es más cara que el gasoil. 

Buscaba un motor de mecánica simple que funcionara solo con combustible, aceite y agua, sin necesitar corriente eléctrica o tecnología. Además, el motor de las Bandeirantes es el Mercedes Benz más universal. "El que venía en todos los camiones que existieron en el mundo entre la década del 70 y el 90, como el Mercedes 608 o el 709".

"Toyota en África es una marca muy fuerte", señala por otro lado Bauzá. El continente está lleno de esas camionetas (aunque con el nombre de Land-Cruiser), por lo que no habría problemas en conseguir repuestos y en que los mecánicos conocieran el vehículo.

Bauzá estuvo un año para encontrar a Confuso.

"Las Toyotas Bandeirante llegaron por licitación del estado al Uruguay. Las usó AFE, ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, Policía Caminera, el Ejército, y después no se importaron más", asegura Bauzá. La suya justamente perteneció el ministerio de Ganadería y es de 1989.

Tuvo que negociar mucho con el antiguo dueño por teléfono. Pero cuando llegó a Paysandú desde su casa en Santa Lucía, Canelones, la camioneta estaba en peores condiciones que lo que disfrazaban sus fotos. Decidió comprarla igual. 

En el viaje de vuelta a su casa, encontró problemas en los cambios, en la dirección. Su intención era hacerle algunas mejoras, pero corría el febrero de 2020. Al mes el gobierno decretó la pandemia de Covid y Bauzá tuvo tiempo de desarmar la camioneta completamente. "No le queda un tornillo de los que tenía cuando la compré".

Cuando llegaba de trabajar, se dedicaba a Confuso hasta la madrugada y desde la mañana los fines de semana junto a su hermano. Veía tutoriales en YouTube, recibía recomendaciones de otros viajeros. 

La camioneta Confuso todavía en Uruguay

Puso un baño químico y una mesa plegable donde estaba el asiento de atrás. En la cabina, que la hizo de cero, instaló un mueble que se convierte en cama y otro con una heladera pequeña. En el techo puso portaequipajes con herramientas, ropa de invierno, agua caliente y fría, y 12 kilos de yerba, contó en entrevista con La mañana en casa de Canal 10 en noviembre de 2022.

"Siempre le quise dar una estética al estilo Mad Max", dice en diálogo con El Observador. "No cuidé mucho el brillo, el color y que no se rayara. Cuidé más bien que fuera fuerte y robusta. Por ejemplo no tienen nada de masilla. Los lugares donde yo soldé chapa está la costura de la soldadura. Es como ver un vehículo con una cicatriz".

Antes amarillo, ahora gris, Confuso tiene cinco metros y medio de largo, dos de ancho, y dos y medio de alto. Es tosca para hacer maniobras y "dobla 30 grados como mucho". Hace mucho ruido y tira bocanadas de humo.

Comida sin clases y reunión de poderosos

Un Lexus estaciona en Ghana. Bauzá lo observa, le encantan los autos y éste es uno de alta gama. Tiene asientos de cuero, sobre los que su dueño, de traje y corbata, deja su almuerzo: una bolsa de nylon pintada de rojo por el estofado que la llena. Con esta imagen el uruguayo ilustra su punto: la comida, que un extranjero puede malinterpretar en África como de clase social baja, es transversal. "Esa forma de comer que está muy vinculada a la religión", señala Bauzá.

En esta ocasión se trata de banku: "una pelota de arroz hipercocido y apelmazado al punto de hacerlo puré, acompañado con una especie de estofado de carne, gallina o pescado que se cocina", describe en su cuenta de Instagram donde compartió un video del plato. "Lo comen en el lugar con la mano o se lo llevan en bolsitas, como hice yo que salí corriendo a buscar una cuchara".

Pero Bauzá tiene una escena mucho mejor que fortalece su argumento.

Estuvo 45 días sin poder salir de Mauritania por "problemas burocráticos bastante grandes". Un viajero francés que conoció lo contactó con un empresario muy influyente en la capital Nuakchot que podría ayudarlo. "Nos juntamos a tomar un café. Le conté mi problema y me dijo que iba a tratar de arreglar algo", narra Bauzá.

"Imaginate que un árabe de estos poderosos, sentado con sus lentes al rayo de sol en una mesa de un café, te dice 'Voy a arreglar algo'. No tenés idea de qué puede pasar. Me suena el teléfono un día y era él, que me estaba invitando a un almuerzo".

El empresario había contactado amigos, "gente influyente". 

"Había un general, otro empresario, alguien de la policía, uno de un comando francés", narra el uruguayo.

La habitación era grande y con un sillón que recorría las paredes. Había además una alfombra ostentosa con una especie de mantel transparente de nylon que la cubría. La esposa del empresario llevó dos fuentes: una con caldo y carne, y la otra con arroz blanco. Los hombres se sentaron en la alfombra de una manera que Bauzá imitó fallidamente al "estilo indio".

"La comida consistía en agarrar con la mano de ese bol, poner un poco de estofado en el medio del arroz. Agarrabas un poco de ese estofado, un poco de arroz y hacías una especie de albóndiga y te lo llevabas a la boca".

Después de comer, llegaron dos hijos del empresario. Uno con un latón y otro con una especie de tetera que tiraba agua y jabón. Así se lavaron las manos. Los seis árabes se acomodaron donde estaban y se durmieron. Solo quedaron despiertos los occidentales: Bauzá y el gendarme francés.

"Una hora después se empezaron a levantar y empatizados con el problema que yo tenía empezaron 'bueno, ¿qué vamos a hacer?'". Y se lo solucionaron.

Las etapas del viaje

Bauzá dividió el viaje en cuatro etapas. La primera en Europa, donde todo está más restringido, pero no hay inseguridad. La segunda en el África árabe donde no solo está el desierto, sino también la religión con "un montón de limitaciones y reglas que uno no las conoce en detalle". "Por más que vos te informes podés cometer errores", asegura.

La tercera etapa, donde se encuentra actualmente, abarca el África negra. "Estos son los países más desafiantes. Acá ya no hay reglas claras y las pocas reglas que hay no se cumplen". Las rutas nacionales son caminos de tierra con pozos grandes como la camioneta. "Con lluvias podés estar tres días trancado", dice Bauzá, pero afirma que las lluvias siempre lo encontraron bien parado. 

En cambio, en el desierto "esperaba que me agarrara una tormenta de arena en el desierto, pero no me agarró", lamenta riendo.

"Cambiando metralleta por guitarra" en Guinea

La cuarta etapa, asegura, es más relajada. Namibia, Sudáfrica y Botsuana son países más abiertos al turismo con más información, infraestructura, en los que se habla inglés, donde existen mapas más completos.

A ver cómo se baña el blanco

En el desierto, Bauzá se limpiaba con el agua que lleva en su camioneta. Cuando entró a Guinea empezó a encontrar ríos y arroyos donde acampar y bañarse. Pero justamente, la etapa que lo enfrenta ahora –los países subsaharianos– es la más desafiante. 

"Si bien van a haber muchos ríos y lagunas, ya no son tan confiables. Acá hay bichitos de esos que... te mastican".

Cuando piensa en los animales durante su travesía, recuerda haberse maravillado con el mercado de los camellos en el norte de África y haber visto cocodrilos dos veces. En una habitación en Benín, sin camisa ni pelo en la cabeza, con una barba larga y muerto de calor por los 40°C y la humedad, recuerda a través de Zoom una escena en Guinea. 

"Acampé al lado de un río. Entre unas piedras se hacía una pisicna natural divina. Muy profunda el agua, entre medio de la selva. A unos metros de ahí, en el río, había una pasada en donde muchos locales de las aldeas iban a lavar la ropa", narra.

Después de que los niños se le arrimaran y que conversara a través se señas con las pobladores, el uruguayo se metió al agua hasta los tobillos. Por las dudas consultó si podía nadar allí. Unos hombres que se habían acercado le asintieron. Él hizo el gesto del cocodrilo, como si bailara Bicho Bicho de Los Fatales, y le negaron con la cabeza.

Estuvo allí dos noches y tres días. Al tercero "había como 20 personas esperando que el blanco fuera a nadar", cuenta Bauzá. "Me pareció raro eso. Ya me había bañado y cuando salí los tipos me decían con señas: metete".

—No, no, ya me metí —dijo. Señaló a uno de ellos— ¿Y vos, no te metés?

Sacudió la cabeza.

—¿Por qué no?

Su mano serpenteó en el aire. 

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