Leonardo Carreño

Una idea equivocada y perniciosa

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21 de agosto de 2021 a las 05:01

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Un buen debate público, una señal de salud democrática, depende de la robustez de los argumentos de los actores políticos, que se exponen mejor respetando las reglas de un diálogo razonado. Pero ello supone respetar una condición: los conceptos que se defiendan o se critiquen tienen que estar apoyados en premisas admisibles.

Lamentablemente, algunos de los argumentos del Frente Amplio (FA) para oponerse al proyecto de Rendición de Cuentas oficial, se apartaron de las guías más convenientes de la arena política y que son decisivas para la construcción de políticas públicas de calidad.

Nos referimos en particular a una afirmación del informe en minoría que es una verdadera falacia y que se incluye como uno de los fundamentos para cuestionar al Poder Ejecutivo: "hay un retiro del Estado y una apuesta del gobierno a la actividad privada como motor del crecimiento".

Además de que es una afirmación que desmiente la evolución del PIB por sectores de actividad y la fortaleza del estado de bienestar, es llamativo, por no decir inquietante, la idea  subyacente de que el Estado es un instrumento idóneo para la generación de la riqueza.

Y eso último es quizás lo más preocupante: una aseveración equivocada que permea en una parte importante de la sociedad por la influencia de una coalición de izquierda que representa la mitad menor del electorado. Sin exagerar, es un concepto nocivo en la construcción de ciudadanía porque en el fondo transmite la idea de que el desempeño económico depende más de la voluntad política que del funcionamiento real de la economía.  

Es por lo menos inverosímil que a 60 años del inicio de la construcción del Muro de Berlín y después de tres períodos en posición de poder, en que no hubo planes de nacionalización como apuesta de crecimiento, se reivindique indirectamente el papel del Estado como propulsor de la economía.

No estamos diciendo que el FA no pueda criticar la gestión del gobierno ni la política económica, o que se tenga que abstener de reclamar una intervención más firme del Estado, por ejemplo, en la crisis de la pandemia.

Pero es nocivo un relato probadamente falso que, si lo hubiese convertido en políticas de sus gobiernos, el país no habría mantenido el grado de inversión ni atraído capitales como los de la industria pastera. No haber horadado al sector privado es, justamente, una de las políticas de estado convertida en una ventaja comparativa en la región.

Todos los modelos donde se reivindicó que el Estado sea un motor de crecimiento, desde la ex Unión Soviética, pasando por Cuba, Corea del Norte y hasta Venezuela, el resultado es la debacle económica, la corrupción y hasta el estado de descomposición social. 

No hay ningún régimen que reniegue del sector privado que no termine (o empiece) perjudicando el estado de derecho, el respeto a la libertad y las reglas del juego democrático. En cambio, en el sistema capitalista, cuyo fundamento está en el reconocimiento del mercado, la libertad política es una condición necesaria.

El FA que necesita el país debería defender sus ideas y criticar al gobierno, pero sin poner en cuestión lo que es obvio en el siglo XXI: el papel insustituible del sector privado, sin desconocer el papel inclaudicable y subsidiario del Estado. Nada de eso lo aleja de una concepción de izquierda.

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