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Uruguay y una política exterior a la deriva

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15 de junio de 2020 a las 05:04

El nombramiento de Ernesto Talvi como ministro de Relaciones Exteriores no admitía ingenuidades en las expectativas acerca de la vida útil de su investidura. El economista y representante del Partido Colorado ingresó al Palacio Santos con dos sombreros: el de líder político, siempre teniendo en cuenta la supervivencia y fortalecimiento de su relevancia como tal, y el de canciller de la república. En un escenario internacional relativamente estable y previsible –este ya no lo era en marzo de 2020– la flexibilidad en el intercambio de uno y otro rol toleraba un margen de maniobra política lo necesariamente amplio, como para evitar un foco de rispideces con el presidente Luis Lacalle Pou.

Sin embargo, el impacto brutal de la pandemia en el planeta apremiaba el espacio para tal dualidad y lo obligaba a una inesperada definición de prioridades. Ante la responsabilidad de dirigir una cartera fundamental para el gobierno, el sombrero de político debía guardarse en un cajón de su escritorio, aceptando la resignación de su rol político y asumiendo en su lugar el cumplimiento con un deber imprescindible, en un momento crítico del mundo. Una crisis global, de la envergadura que todavía viene generando el covid-19, no admite fisuras en un gobierno que recién asumía la administración del país, bajo una coalición de compleja tejeduría. Menos aún en el manejo de nuestras relaciones exteriores.

En la cadena de hechos que llevó a esta primera gran crisis en el gobierno multipartidario, hay causas de comisión y omisión que se arrastran desde hace varios años y trascienden al actual gobierno. Una de ellas viene del legado nefasto del Frente Amplio en la conducción de una política exterior que se caracterizó por carecer de un diseño claro, y se manifestó entre impulsos y vacilaciones erráticas en la proyección internacional del Uruguay. La ausencia de pragmatismo económico y de un realismo político habían convertido a la cancillería en una agencia ideológica, anquilosada en la complacencia de un Mercosur ahora prácticamente inexistente en algo básico como lo es la sintonía política de Argentina y Brasil. La renuncia a grandes oportunidades históricas, como rechazar la propuesta de los Estados Unidos para acordar un tratado de libre comercio, es una de las más calamitosas decisiones que un país pequeño como Uruguay se dio el lujo de tomar.

Otro ejemplo paradigmático, tristemente vigente hasta hoy, ha sido el manejo de la cuestión de Venezuela, cuyo apogeo del absurdo y lo contradictorio fue la opuesta posición uruguaya, frente a la que el excanciller Luis Almagro, en calidad de secretario general de la OEA, procuraba crear desde ese rol en una asombrosa conversión teológica que descolocó a tirios y troyanos.

Con este antecedente, las declaraciones de Talvi acerca del mismo problema provocaron ahora algo más que una sorpresa desagradable. Se trató de una primera fisura en el dique que contiene la relativa armonía interpartidaria. Pero el problema que afecta a la cancillería y a nuestra política exterior es, precisamente, la completa ausencia de una política o, mejor dicho, de una auténtica estrategia diseñada en función del actual contexto global.

Es imperativo observar las profundas transformaciones que vienen afectando al sistema internacional, en materia de la geopolítica de los grandes estados como China, la Unión Europea, Rusia y los Estados Unidos, y la forma en la que nuevos factores condicionan y propulsan las dinámicas entre estos cuatro grandes referentes que ejercen su influencia sobre el resto del mundo. Basta entender el potencial impacto en nuestras exportaciones en el contexto de una guerra fría entre Estados Unidos y China.

Era llamativo que en su discurso de asunción, el presidente Lacalle Pou se refiriera al mundo –como escenario político y espacio de proyección económica del país– en muy escasas oportunidades. Prácticamente al final, el presidente hizo una mención al Uruguay internacional en la que no le fue posible evitar el lugar común de referirse al Mercosur como ese caprichoso y fallido epicentro de nuestras relaciones internacionales. De un nuevo gobierno, con una visión renovadora y moderna, acorde a las exigencias y complejidades del siglo XXI, es de esperar que en su enfoque de política exterior, la apertura comercial, el pragmatismo sin sesgos ni lealtades ideológicas y la proyección activa del país en los asuntos internacionales sean sus puntos cardinales. El apego al Mercosur, una entelequia vaciada de utilidad económica, es un error estructural y una desorientación en el camino hacia el realismo de las circunstancias mundiales. En este abordaje, Uruguay padece de un síndrome de Estocolmo que lastra su potencial exportador.

Resulta improbable que Uruguay logre insertarse en el sistema internacional con eficiencia, en la medida que el gobierno actual no asuma que la cancillería debe ser parte del riñón de su gobierno y no parte de las monedas de cambio en el reparto político de escritorios. Entre el despacho de quien suceda a Ernesto Talvi y el de Azucena Arbeleche no deben existir paredes divisorias. Así de esencial e integral es el rol que hoy debe asumir la cancillería. En la medida que esta simbiosis funcional no se asuma en su esencialidad, este cargo se mantendrá en la periferia.

Entre un amplio concierto de analistas políticos, académicos y líderes como Emanuel Macron y Angela Merkel, existe la percepción, cada vez más sólida –en la experiencia de los hechos y en las fuerzas que impulsan los intereses y rivalidades o conflictos entre los principales Estados– acerca de la gestación de un nuevo orden mundial, que surgirá como resultado de la pandemia. El consenso es que se tratará de un escenario muy complejo, volátil e inestable.

¿Estamos preparados, ante el desolador panorama de la región, para navegar esta nueva realidad con una política exterior al servicio del crecimiento económico del país y una cancillería que la gestione, sin agendas políticas personales y al servicio de la república?

El presidente tiene ahora la respuesta a este urgente desafío.

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