Y un día te enterás que hay alguien igual a vos. Y al principio es divertido, porque encontrarse con un hermano gemelo en plena adolescencia habilita a, por ejemplo, intercambiarse en las clases y hacer bromas pesadas a las respectivas familias, que están casi tan sorprendidas como ustedes. Y encima, cuando toda la situación es el colmo de lo insólito, te cae un hermano más; otro gemelo que también es igual a vos y al otro y que aparece de la nada diciendo “hola, yo también estuve en el mismo útero y al mismo tiempo”. Y ahora son tres y todo es muchísimo más divertido, un circo extravagante que pasa a ocupar todas las horas de tu vida, hasta que empezás a hartarte. Hasta que los tres empiezan a hartarse. Y cuando esa saturación aparece, también aparece el enojo y la furia y los líos. Porque te mintieron durante casi veinte años. Te manipularon, los manipularon a todos, y les hicieron pagar las consecuencias. Quisieron jugar a ser Dios y les salió mal. Y en medio de esa espiral cada vez más oscura, que involucra hasta un suicidio, nadie paga. Solo ustedes tres. ¿Y por qué? Porque otros lo decidieron.
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