Ahora resulta que Diego Armando Maradona fue casi un mártir. Si el desproporcionado intento hagiográfico continúa, pronto se le va a pedir al papa Francisco que lo incluya en el santoral católico. Habrá estampitas con su imagen. Tendremos San Diego, aunque estaría el riesgo de que lo confundieran con la ciudad estadounidense, de las más lindas de ese país, frontera con Tijuana, llena de narcos. Parece que en los triunfos el muerto reciente encontró sus castigos. Es una de las interpretaciones que podemos hacer del desmedido cúmulo de opiniones desfavorables a la realidad presente, y favorables al astro futbolístico, quien supuestamente habría sido víctima de todos nosotros, sus contemporáneos. En varias partes se ha repetido con idénticas palabras el mismo comentario: “A Diego lo dejaron morir”. ¿Cómo a un hombre adulto, en plena actividad, pues no era un jubilado sino el entrenador de un club de primera división, se le puede dejar morir sin su consentimiento? No hay lógica en la afirmación y es más bien un tiro al aire producto de la falta de puntería. La verdad es otra.
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