La conflictuada relación entre la izquierda y la clase media se remonta desde la propia génesis de la izquierda. Allí se confrontan las tensiones entre redistribución, intervención del Estado, el financiamiento del Estado de bienestar y también prejuicios ideológicos.
La clase media siempre fue percibida con ajenidad por la izquierda, porque si bien no era “la casta” privilegiada por usar un término de moda, tampoco era parte del proletariado. De hecho Marx describía a la clase media como una "pequeña burguesía", un segmento intermedio que, según él, estaba condenado a desaparecer en el proceso de concentración del capital entre la alta burguesía y el proletariado. Para el marxismo, ese segmento medio tenía una contradicción intrínseca que la hace fluctuar entre la revolución y el conservadurismo, aferrada a mantener su estatus y aspiración de crecimiento -el peligroso cambio de clase; los “desclasados”-. La ven como un grupo que procura la acumulación personal, con ímpetus individualistas y que no participa en la búsqueda de la felicidad del “colectivo”. De allí viene ese viejo recelo y desconfianza.
De hecho, cuando la izquierda gobierna, el estímulo a los sectores más pobres nunca alcanza para empoderarlos de tal manera que alcancen plena “independencia” y “emancipación” y en los hechos termina estimulando una cultura de dependencia estatal. El puente hacia la clase media, el “primer puerto” al que deberían acceder quienes salen de la pobreza, está siempre fragilizado. Por tanto esos sectores se vuelven vulnerables. Así surge la cultura del pobrismo que se estimuló también en nuestro país como una forma de paternalismo que, en lugar de fomentar la autonomía de los individuos, los somete a una cultura de dependencia, haciendo que la pobreza sea un estado que legitima la intervención continua del Estado y, por lo tanto, perpetúa la dependencia. Se impulsan de ese modo políticas que anclan a las personas en la necesidad perpetua de subsidios estatales. De esa manera, como han dichos algunos autores, en lugar de políticas de emancipación pasan a ser de “control”.
Lo cierto es que la relevancia de la clase media es sustancial para una sociedad pujante. Más clase media es más desarrollo. A ampliar la clase media debemos aspirar si queremos llegar a estándares de desarrollo.
Pero además del impacto económico, hay un impacto cultural.
Hay una clase media cultural que va más allá de la definición tradicional de la clase media basada en el nivel económico. En este sentido, la clase media cultural se refiere al acceso al capital cultural, acceso a la educación, prácticas culturales específicas y participación activa en la vida intelectual y creativa de la sociedad. Pierre Bourdieu, en su obra "La Distinción" argumentaba que las clases sociales no solo se diferencian por su acceso al capital económico, sino también por su acceso y acumulación de capital cultural. Este capital incluye elementos como el nivel educativo y el consumo de productos culturales; y ese acceso -o no- legitima la posición de ciertas clases en la sociedad y contribuye -o no- a la reproducción de las desigualdades sociales. En definitiva, la clase media representa el horizonte crucial para salir de la pobreza no solo desde una perspectiva económica, sino también cultural y políticamente. Cuando hay una clase media fuerte, hay una mayor estabilidad social. Pero aun cuando la clase media tiene esa relevancia la izquierda igualmente la mira con desconfianza. No solo la izquierda radical, paradójicamente es la izquierda “de calefacción central”, que comparte los mismos “beneficios” de esos segmentos medios, la que resulta impositivamente más sanguinaria
En nuestro país, durante los gobiernos del Frente Amplio la clase media pagó los derroches. Un IRPF original casi sin deducciones fue el instrumento de absorción patrimonial.
Recién en esta Administración liderada por Luis Lacalle Pou la clase media sintió un alivio impositivo. Y ese mismo compromiso lo mantiene Álvaro Delgado. El compromiso de no subir los impuestos es el mensaje clave que recibe la clase media, productiva y profesional. Por otro lado, el Frente Amplio, explicita en sus bases programáticas que subirá impuestos (“fortalecerá la imposición”). Quien paga los excesos de la izquierda es siempre la cautiva clase media, esa que no tiene mecanismos elusivos.
El uruguayo de clase media debe observar con especial atención esta elección. Deberá decidir si quiere renovarse como presa de los impulsos de quienes ni lo respetan ni lo valoran como formadores de patrimonio económico y cultural del país o si quiere que le brinden impulso y premien el esfuerzo sin castigar el progreso y el espíritu de superación.