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10 de diciembre 2024 - 17:09hs

La foto es impactante.

Con la imponente muralla de piedra caliza de la ciudadela de Alepo de fondo - una fortificación magistral del periodo Ayyubid, que data del siglo XII - un grupo de hombres de gruesas barbas, vestidos con uniformes de combate, blanden sus kalashnikovs ante el lente de los fotógrafos.

Los rebeldes, de forma fugaz y luego de largos años, habían retomado la ciudad.

Un detalle no menor es que en este cuadro colmado de indumentaria marcial - objetos de guerra de varios grados de contemporaneidad - se encuentra casi escondido, en las manos cubiertas de gruesos guantes reforzados de uno de estos rebeldes, el objeto que más marcó la percepción de esta guerra a los ojos del mundo: un smartphone.

La guerra civil en Siria, que tiene sus orígenes en las protestas multitudinarias que sacudieron al mundo árabe en el 2011, y que en ese país fueron reprimidas brutalmente por la dictadura del Presidente Bashar al-Assad, fue desde sus albores una guerra global no sólo en términos de los actores involucrados en ella, sino también por el hecho que tuvo como público al mundo entero y como publicitario a sus propios participantes en tiempo real.

Los teléfonos celulares, y en particular sus cámaras, sirvieron para documentar y divulgar imágenes de toda índole, retratando con candor casero las sangrientas vignettes de uno de los conflictos más atroces del siglo XXI.

Las primeras rafagas de plomo que llovieron desde los fusiles del ejército sirio sobre los manifestantes en las urbes de todo el país en el 2011.

Las ejecuciones en vivo orquestradas por el grupo ISIS en 2014 y 2015 - y los videos de sus banderas negras izandose sobre las ruinas de locales históricos como Palmyra.

Los ataques con armas químicas contra civiles por el régimen, marcadas a fuego en la conciencia colectiva - o así uno lo espera - por el footage del infame bombardeo de gas sarín del año 2013 sobre Ghouta, suburbio de la misma Damasco.

Las consecuencias devastadoras de los ataques aéreos de la fuerza aérea rusa con bombas “barril” sobre Alepo, bombas cargadas de metralla, el más indiscriminado de los proyectiles.

Las masacres del grupo libanés Hezbollah en Daraya en el 2012, Madaya en 2015, y muchas más en los años sucesivos.

Cuadros crudos, a veces confusos, casi siempre con la banda sonora del llanto y de gritos desgarradores de fondo que, con o sin previas advertencias, los canales de noticias y las redes divulgaban por todo el mundo, asentando la idea, vale agregar de paso, que las gentes de Siria y del Medio Oriente en general cargaban en sus mismísimas fibras el gen que las llevaba obstinadamente al calvario de la guerra, siendo así que por más de una década no se nos mostraba un una persona de estas partes que no sostuviera un rifle, su cara tapada, o que en su defecto no estuviera cubierta de sangre y de escombros.

Guerras de otros

Los sucesos de los últimos días nos demuestran como en una guerra de estas características, no son los ideales de sus combatientes en el terreno (ni mucho menos las proclividades culturales de los pueblos que desgarran) sino los desarrollos geopolíticos de gran escala que marcan el tempo y el alcance del conflicto.

Los rebeldes que capturaron Alepo esta semana son miembros de Hay’at Tahrir al-Sham (HTS, o la Organización para la Liberación del Levante), un grupo yihadista con base en la ciudad noroccidental de Idlib, cerca de la frontera turca.

La milicia nació en el caos del 2011 como filial del grupo terrorista al-Qaeda bajo el nombre de Jabat al-Nusra, financiado por donantes de los países del Golfo. En el 2013, su líder y fundador, Abu Mohammad al-Jolani, quien fue una figura clave a la resistencia contra la ocupación Americana en Iraq (2003-2011), se negó a hacer causa común con los yihadistas del ISIS, y entre 2016 y 2017 cortó los lazos que unían a su organización con al-Qaeda.

Ambas decisiones responden al por parte de al-Jolani de rehuir a la rúbrica de “grupo terrorista” que, a los ojos del Departamento de Estado Americano y a la visión de la opinión pública global lo equiparaba más a los acérrimos enemigos del bien público y de la moral en general que a la resistencia al igualemnete oprobioso régimen de al-Assad.

Hijos de un nuevo Salafismo, una filosofía potente si bien minoritaria dentro de la vertiente Sunni del Islam (denominación de la cual forma parte la mayoria de los musulmanes en Siria), que data del siglo XIX y que busca un retorno de corte reaccionario a una fe islamica primordial y ascetica, los yihadistas de HTS lograron emerger de su reducto en Idlib no tanto por la fuerza de su fe sino por desarrollos geopoliticos a veces muy lejanos a esta región del norte de la Siria.

Luego de haber perdido el control de una gran parte del territorio sirio en los primeros años de la guerra, el régimen de al-Assad logró una suerte de paz en el 2020: las milicias kurdas, financiadas y equipadas por los Estados Unidos, fuertes en el noreste del país, derrotaron al ISIS; los cazabombarderos rusos y los milicianos de Hezbollah, enlistados estos últimos por Irán para defender a su aliado en Damasco, hicieron lo mismo con las fuerzas del Ejército Libre de Siria - la aglutinación de rebeldes a veces mal llamados “moderados” que nació de la represión de las protestas del 2011 - y con los demás grupos yihadistas como al-Qaeda y HTS.

Ese mismo año se estableció una tregua en la provincia de Idlib garantizada por Moscú y por la Turquía del presidente Erdoan, esta última el principal sponsor de los rebeldes en aquella región, congelando desde entonces los frentes de la guerra.

Rusia e Irán se repliegan

La reconquista de Alepo por parte de HTS, y las marchas de los rebeldes de Idlib sobre Hama y Damasco, que se están desarrollando para sorpresa de todos ahora mismo, tienen como principal causa los infortunios bélicos sufridos por los patrocinadores de sus enemigos.

Crucial a la victoria de al-Assad en 2020 fueron los bombadeos aéreos por sobre las ciudades rebeldes - bombardeos que dejaron un altísimo numero de muertes y que por su caracter indiscriminado llevaron a un exodo masivo de personas de dichas ciudades y del país - llevados a cabo por la fuerza aerea rusa o por pilotos sirios operando helicopteros rusos, en una operación que el Presidente Putin monitoriaba diariamente con cruel fascinación.

En un libro escrito por el famosísimo cirujano David Nott, que trabajó como voluntario en la Alepo rebelde durante esos años, el britanico cuenta como los raids aéreos del régimen usaban la cruenta táctica del double tap, o “doble toque”: se bombardeaba una zona densamente poblada, para luego esperar a que el personal de emergencia, los sobrevivientes, y sus amigos o familiares corrieron a la escena a socorrer a los moribundos, para luego bombardearla de nuevo y así causar el máximo daño y horror en la población civil. Hágase una idea.

Hoy las fuerzas armadas rusas se encuentran desde hace más de dos años en una guerra en Ucrania que consume casi la totalidad de sus recursos; tanto es así que en las últimas semanas se ha sabido de tropas auxiliares norcoreanas combatiendo al flanco de los rusos en la región de Kursk.

La asistencia que podrá brindar al régimen de al-Assad, por ende, es mínima comparada a su pico en el 2015.

Lo mismo sucede con las tropas de Hezbollah, la milicia libanesa financiada por Teherán que hizo las veces de infantería para el régimen de al-Assad: vapuleada por la reciente invasión de Israel a su reducto en el sur del Líbano y asesinados un grán número de sus líderes, Hezbollah se encuentra incapaz de operar como lo hizo en su auge en territorio sirio.

Se reabre un nuevo frente en la maraña de conflictos que azotan al Oriente Medio. Resta por verse si los rebeldes mantendrán su momentum: el régimen responde bombardeando sus columnas desde el aire, e Irán moviliza sus milicias en Iraq.

Lo que es seguro es que el presidente al-Assad, quien vivió casi cinco años de tranquilidad controlando un 70% del territorio sirio luego del desmadre de los años 2011-20, y que, bañado de sangre, no tiene posibilidades reales de una inmunidad para sí mismo ni con sus enemigos, ni con su pueblo, ni con la justicia penal internacional, debe estar por estas horas reviviendo todo tipo de fantasmas.

Con sus soldados rompiendo filas en centenares, resta por verse qué artimaña conjurará el dictador para estirar un poco más su permanencia en el poder en esta la hora de su peor pesadilla.

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