1 de diciembre 2024
3 de noviembre 2024 - 12:20hs

No hubo caso. Esta vez la jugada magistral de Pedro Sánchez, esa a la que nos tiene acostumbrados y acostumbró a aliados y enemigos políticos en todos estos años, no apareció.

Vaya uno a saber que pasó. Si se le mojó la pólvora. Si lo amedrentaron las esquirlas del caso Koldo, o si fue el sospechoso salvataje de Air Europa o se apichonó cuando comenzaron a aparecer las pruebas del lobby indiscreto de su esposa Begoña Gómez.

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Pero alguna de esas avispas le hizo torcer el brazo al Perro Sánchez. Al que se las sabe todas.

Cinco días después de la DANA trágica, la tormenta de fin de octubre que se transformó en tsunami en el sur de España y se ensaño especialmente con ciudades y pueblos cercanos a la hermosa y ascendente Valencia, el intrépido Pedro Sánchez se animó a visitar Paiporta. Es el poblado al que ahora llaman Zona Cero de las inundaciones y que había perdido cuarenta vidas solo en el primer día posterior a la tragedia e inicio del reino de la muerte.

A los gritos de "hijo de puta"

Hasta Paiporta llegó Pedro Sánchez, horas después de dar un discurso de brillante traje negro y corbata, anunciando lo que no había querido anunciar. El envío de 5.000 policías y 5.000 militares a las zonas del desastre. Contra su voluntad claro, porque un presidente de izquierdas no se hace ayudar nunca por uniformes de soldados.

Pero la magnitud de la tragedia lo obligó a Sánchez a aguzar el oído y ceder a los reclamos populares, enviando a los batallones de militares porque el agua no se retira y los cadáveres se acumulan en los sótanos inundados de las casas en los pueblos y en los parkings con coches y cuerpos atrapados para siempre.

Bastó que Pedro Sánchez caminara unos metros por la calle principal de Paiporta para que empezaran los gritos, los "hijo de puta" y las bolas de barro que los damnificados recogían del piso y le arrojaban al número uno del poder en España.

Hasta un palo le pegó en la espalda al Presidente, que en ese momento frenó y decidió ponerle fin a su gira de solidaridad con las víctimas de la peor borrasca del siglo.

La resistencia de Felipe, las lágrimas de Letizia

Los grandes perjudicados de la debacle fueron los Reyes, Felipe VI y Letizia, que también habían llegado a Paiporta junto a Sánchez y al vapuleado presidente de la Comunidad Valenciana, Jorge Mazón, un dirigente del Partido Popular al que la tragedia lo ha mostrado como un burócrata incapaz de hacerle frente a semejante desgracia.

Vestido con una chaqueta negra de lluvia, el Rey Felipe advirtió enseguida como los gritos y los piedrazos contra Sánchez también le iban a llegar a él y a su esposa, la Reina. El paraguas de la custodia era poca defensa para el barro que le arrojaban y los palos volaban también y muy peligrosamente cerca de la pareja real.

Entonces fue cuando el Rey marcó la gran diferencia del domingo con Pedro Sánchez. Durante largos minutos que desesperaron a su custodia, intentó hablar con los damnificados. Era un diálogo de sordos. "Vinieron muy tarde", le gritaba uno de ellos, siempre sin pasar a la violencia de los puños o de los manotazos.

Letizia, apartada hacia un costado, no podía creer la escena que la rodeaba y se dejó vencer al final por las lágrimas de una tragedia que llega a más de doscientos muertos en toda España y que todos sabemos que va a tener muchos más.

Uno de los grandes escritores de España, Arturo Pérez Reverte, dejaba la paz del domingo para plasmar su opinión en el vertedero implacable de Twiter.

"Me ha gustado hoy el rey, templado y valiente, aguantando y dando la cara mientras Sánchez se largaba y a Mazón, como es bajito, no se le veía. Lo que no comprendo es cómo se presentado allí acompañado de esa gentuza".

Pasan las horas del fin de semana y nadie comprende porque Felipe se arriesgo a compartir la aventura de Sánchez.

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La camioneta con los cristales destrozados

En un momento, Pedro Sánchez comenzó a apartarse del Rey y de la Reina para acercarse con sus custodios a la camioneta negra del gobierno y salir en polvorosa de la agitación de Paiporta. Una decena de exaltados le pateó la camioneta en la huida y uno de ellos le partió el cristal derecho trasero con un escobillón, el que había utilizado toda la mañana para sacar el barro de las veredas y poder seguir en busca de los sobrevivientes.

En esta época impiadosa de insultos cara a cara en las redes sociales, la imagen de Pedro Sánchez huyendo de la ira popular en un vehículos con las ventanillas destrozadas, y los videos del Rey Felipe VI discutiendo a los gritos con las víctimas de la zona del Levante, constituyen una fotografía del desamparo que está viviendo España.

Toda una paradoja. El país del estado de bienestar que es modelo en Europa. El país de la inflación baja y los ochenta millones de turistas que quizás este año llegue a los cien millones.

Allí está el Presidente al que alguno de sus colaboradores más genuflexos elogia por su apostura física. Allí se lo ve huyendo porque no tiene respuesta para la ausencia oficial. Porque no se atreve a dar la cara.

Las imágenes jamás vistas

Allí están los Reyes sufriendo la presión popular, como jamás lo habían sufrido antes Felipe y Letizia.

Como ni siquiera lo había soportado el Emérito Juan Carlos de Borbón, con escándalos de alcoba y de corrupción que lo empujaron a tener que vivir los últimos días de su vida de Dubai, lejos del confort de la Zarzuela y las regatas marinas de Sansenxo.

Se vienen días muy difíciles para Pedro Sánchez. El barro de la DANA, con sus ríos indomables y sus muertos, amenaza también con arrastrar a su gobierno.

Allí van, hundiéndose en la corriente, las bolsas pesadas del caso Koldo, de los millones de euros para rescatar empresas amigas y el lobby descarado de Begoña que ya no se puede esconder.

El Perro Sánchez siempre ha salido indemne de todas las encerronas. Siempre ha sido el más inteligente y los planetas siempre se le han alineado. Pero a todo Napoleón le llega su Waterloo.

Aunque esta vez, ni siquiera ha sido la dignidad de la metralla inglesa, aquella que terminó con el francés.

Sin épica alguna, Pedro huye del barro que le arrojan los desesperados del aluvión mortal de Paiporta.

Esos padres, esos hermanos, esos hijos de los muertos por al agua incontenible, a los que su maquiavélica indiferencia ha dejado demasiado solos.

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