En silencio y a golpe de clic, las apuestas online están atrapando a cada vez más adolescentes. Algunos ya cargan con deudas que superan lo imaginable: 400.000 dólares. Publicidad invasiva, ídolos deportivos como gancho y un acceso ilimitado desde el celular conforman un cóctel que, según especialistas, está encendiendo todas las alarmas.
En el onceavo episodio de MP Talks, el ciclo de entrevistas de El Observador junto a Medicina Personalizada (MP), tres especialistas abordaron una problemática tan silenciosa como creciente: la ludopatía en adolescentes y niños.
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Bajo el título “Juegos de apuestas y niños, la adicción invisible”, Adrián Dall’Asta, Licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades, Juan Pablo Cibils, psicólogo y autor del libro Adolesienten, y Oscar Coll, psiquiatra especializado en adicciones, analizaron causas, señales de alerta y riesgos de una adicción que avanza al ritmo de la digitalización.
La puerta de entrada: el celular y las pantallas
Para Dall’Asta, la ludopatía no depende exclusivamente de la tecnología, pero en los adolescentes las pantallas actúan como un acelerador. “El uso excesivo del celular y de las pantallas facilita una conducta que luego puede transformarse en adictiva”, advirtió. Según el especialista, las adicciones comportamentales como las apuestas —sean en un casino físico o en plataformas digitales— comparten rasgos como obsesión, pérdida de control y negación. La edad de inicio promedio en casos graves puede ser tan baja como los 14 años.
El fenómeno no se limita a Uruguay. En Argentina, relató, se registraron deudas de adolescentes por cifras impensadas: 200.000 y hasta 400.000 dólares. “El mecanismo de la persecución de las deudas es uno de los núcleos más destructivos de las apuestas en línea, sobre todo deportivas”, señaló, subrayando el peso del marketing: clubes de fútbol, celebridades y sponsors que invitan a apostar.
El cerebro adolescente y la ausencia de noción de riesgo
Cibils recordó que el acto de apostar activa los circuitos de gratificación y recompensa del cerebro, buscando placer inmediato. “No hay casi noción del riesgo ni de la gravedad”, explicó, en parte porque la maduración de las áreas de autorregulación del cerebro se extiende hasta bien entrada la veintena. En ese contexto, la presión del grupo y el ejemplo de ídolos deportivos refuerzan la conducta.
Para él, es clave que los adultos no se limiten a culpar a los adolescentes, sino que revisen sus propios patrones de consumo y estilos de vida. “Si queremos enseñar autocontrol, tenemos que mostrarlo también en nuestra vida cotidiana”, remarcó.
Señales de alerta para padres y docentes
Cambios de humor, irritabilidad, aislamiento social y pérdida de interés en actividades antes valoradas son algunos de los indicadores que, según Cibils, pueden señalar que un adolescente atraviesa una situación de riesgo para su salud mental.
Coll definió la ludopatía como una “enfermedad de los límites”: mientras en el juego recreativo hay un tope natural —ganar, retirarse y conservar el control—, el jugador patológico pierde esa capacidad y queda atrapado en una espiral de ambición y pérdidas.
En el caso de los adolescentes, el riesgo se agrava porque tienden a tomar más riesgos y buscar experiencias de mayor intensidad.
El psiquiatra alertó sobre una tendencia alarmante: la combinación de apuestas con consumo de cocaína para intensificar la excitación. “Es la bomba que muchos buscan para lograr la máxima estimulación”, señaló.
La intervención temprana
En adultos, el tratamiento suele llegar cuando la persona “tocó fondo” y decide buscar ayuda. Con menores, explicó Coll, el abordaje es diferente: sesiones breves y trabajo directo con los padres pueden dar resultados positivos en la mayoría de los casos, siempre que la detección sea temprana.
MP Talks vuelve así a poner sobre la mesa un tema de salud mental de alta complejidad y de creciente impacto social. La adicción invisible a las apuestas en niños y adolescentes interpela a familias, instituciones educativas y autoridades, en un contexto donde la publicidad, el acceso digital y la falta de límites conforman un cóctel de alto riesgo.