La realidad es parte de la verdad, la verdad es todo. No la verdad mía, pero incluye mi verdad. La verdad es el todo, lo otro es un dicho más peronista donde la verdad es la realidad.
Esa es la función del actor y vos pasás de un proyecto a otro, donde no hay un género que prevalece sino que vas haciendo terror, comedia, etc. ¿Cómo elegís tu trabajo bajo esa premisa?
Haber comido es bueno, comer es mejor.
Entonces es porque es tu trabajo y lo tenés que hacer.
Lo tengo que hacer porque ya no puedo darme el gusto de elegir todo. Tengo que trabajar para comer, es la única manera de poder seguir viviendo, y comer es bueno.
Ahora estás viviendo en España. ¿También allí te resulta complejo?
Muy complejo. El mundo ya es casi uno solo, todo se mueve por los mismos parámetros y con los mismos problemas. Yo antes elegía todos mis trabajos. De todos modos, los trabajos que he hecho hasta ahora, y pretendo seguir haciendo, son todos dignos y los he hecho con todo el respeto, con toda la fuerza y con todo el amor que tengo hacia esta profesión.
Cuando elegiste dedicarte a la actuación sin compartirlo con otra actividad sabías que te podría pasar de tener que trabajar hasta el final. El actor generalmente no logra tener un capital acumulado como sí lo puede tener un jugador de fútbol.
Las rodillas no me dan para ser un jugador de fútbol, pero soy un buen actor que sigue siendo un buen actor con orgullo y y voy a defender eso. Sí sabía, pero uno cree que puede siempre quebrarle el brazo al destino, si lo hay. Yo a conciencia he hecho buenos trabajos. Además, hay mucha gente que lo pasa muy mal en la vida y yo he tenido momentos muy lindos también.
Otros actores tienen una veta más empresarial.
Para eso también se tiene que nacer y yo no nací con esa visión. Sí sé hacer lo que se hacer.
Miguel Ángel Solá
Foto: Leonardo Carreño.
Durante toda tu vida la actuación fue la prioridad, ¿tuviste que repensar tu profesión?
Todo el tiempo. Cada vez que subimos al escenario estás repensándola, con la idea de mañana estás repensándola, con la idea de ayer. Todo el tiempo. El pasado ya pasó, es comprobable pero ya pasó, el presente es lo que hay y lo estamos viviendo, y el futuro... impredecible. Sé que en algún momento algo se va a cerrar, los ojos se me van a cerrar también con ese algo y ya no voy a estar. Mientras tanto, estoy.
¿El público cambió después de la pandemia?
Sí, claro. El público de teatro quizás fue el más afectado. Es un público mayor de que se ha criado y que ha creído en el teatro. Es un público que tiene más edad que la pandemia y muchos de ellos no la soportaron, algunos perdieron el gusto de todo y otros perdieron el dinero para poder ir al teatro. Esta nueva época no renovó la gente del teatro, la renovó para los youtubers para los influencers, que no son gente para el teatro. Utilizan el teatro. Por ejemplo, los teatros están llenos de evangelistas, o sea: hay dinero corriendo allí que no es dinero de teatro, para el teatro, por el teatro, ni está buscando que sea para él.
¿Y con respecto al público que sigue en el teatro?
La verdad es que no te lo puedo decir. Yo hago mi trabajo, percibo a la gente cuando estoy ahí, cuando estoy atareado en que no se vaya, en que sea parte de esa energía maravillosa que se produce cuando existe. No me da el tiempo para pensar si está vestido, cómo está vestido, no solo físicamente. Ni cómo viene. Me importa cómo se va.
Cuando se va también tenés una relación con él, ¿o no?
Sí, pero la función del actor termina cuando se apagó la luz. Lo otro es una convención. Acepto a regañadientes desde que nací esa convención porque vi el fervor que sentía el público cuando aplaudía a mi tía, a mi madre, a mi tío o a mi abuela. Entonces la acepto porque recuerdo que ese momento era hermoso para mí, porque aplaudían a los míos y yo los quería. Pero a mí me ha pasado que considero que la obra terminó ahí y mi trabajo, mi compromiso con ese señor que tengo que representar durante hora y media, terminó en ese momento. Entonces no tomo mucho contacto. Yo despierto un aplauso, pero no despierto la locura que se produce. Creo que no soy nadie, pero si tomo como referencia lo que recibo durante toda la función, ahí sí me doy cuenta que algo está sucediendo y eso se llama teatro.
Miguel Ángel Solá
Foto: Leonardo Carreño.
¿Cómo te vinculaste con este proyecto en Uruguay?
Me llamó Gustavo Yankelevich, y ha hecho lo imposible para que yo me sienta en mi casa y que haga el mejor trabajo que puedo hacer dándome todas las posibilidades. Estoy muy agradecido, la verdad que lo que ha hecho ha sido muy hermoso conmigo. Me ha invitado a trabajar trayéndome desde allá, podría haber elegido un muy buen actor argentino o uruguayo para hacer la contrabalanza de Maxi, pero me eligió a mí y estoy recontra agradecido.
Hablemos de la obra y de tu personaje.
Es un psiquiatra, puede ser un proctólogo también. Es un tipo que lo quiere al presidente y trata de curarle un tic que tiene. La comedia es un delirio. El trabajo de Maxi es hermoso, no se lo pierdan, tienen un gran actor. Es muy divertida y además es de esas comedias que pican un poquito. Habla de las elecciones también, pero no de las asociadas a la política, sino de las elecciones de la vida. De las cosas que uno hace y cómo de repente una persona cuando quiere ser “alguien” puede desfasarse y puede comprometer su propia vida. Tampoco es que se hace hincapié en eso, es una comedia.
¿Vos te divertiste en los ensayos, en la previa?
Hubo una previa por zoom. Cuando nos conocimos con Maxi la química fue buena desde el principio. La primera vez fue muy rara y luego el director hizo un corte de por lo menos 20 páginas donde creo que ganó mucho la comedia.
Que uno de los protagonistas sea psiquiatra implica que hay que pensar un poco más.
Es cierto. La obra la cuenta Maxi y la pregunto yo. Y el juego es equilibrado en el sentido de que no pueden estar el uno sin el otro.
Mencionaste que enseguida hubo química con Maxi. ¿Qué pasa cuando no hay y, como hablamos al principio, tenés que trabajar igual?
Bueno, se sufre. Supongo que le pasa a cualquiera en su trabajo con compañeros que son queridos y otros que son sufridos.
Puede ser, pero hay más posibilidades de elegir. Algo que no sucede cuando solo tenés un compañero arriba del escenario.
Hay gente a la que le gusta trabajar con gente que odia, porque así está seguro. No pretende otra cosa que no sea que le claven un cuchillo en la espalda y les parece bien. A mí no me gusta y he tenido mucha suerte en mi vida, he trabajado con muy pocas personas que me resultaron malas compañeras. Hasta eso tengo que agradecerle a esta profesión. Después hay algo fundamental: todos tratamos de hacer bien el trabajo. Es verdad que hay que gente que cuando trabaja a veces no tiene ganas de que salgan bien las cosas, pero también es verdad que eso no dura mucho. Yo hice poco teatro, pero con temporadas larguísimas. La que menos duró fue El hombre elefante: dos años, y fue porque me destruía el cuerpo. Han sido muy largas temporadas y no he tenido la posibilidad de rotar tantos elencos.
Decías que el personaje empieza a complicarse cuando quiere ser algo que no es. ¿Cómo hacen los actores para separarse de los personajes sobre todo cuando los interpretan durante años?
No tengo problemas con eso.
Pero recién mencionaste uno que te dejó problemas en la espalda.
Fue un problema físico por la contorsión que hacía en El hombre elefante. No es como en la película, este es todo el tiempo desnudo en un escenario haciendo todas las deformidades a la vista del público. Ese tipo de personajes, cuando más deforme estás, mejor te sentís. Ese es el engaño: después salís y cuando salís no sos vos y cuando sos vos no sos ese, y ese te duele y no sabes qué hacer con ese cuerpo, que ya no es el tuyo cuando te duele, porque es horroroso que te duela el cuerpo. Y así me ha pasado desde los 30 años hasta ahora.
Te acompaña el personaje.
En el caso de El hombre elefante me jorobó la vida porque me persiguió durante seis meses, porque no había hecho bien una escena. Nunca había estado conforme con esa escena. Durante seis meses repasé el monólogo por la calle para intentar saber qué había hecho mal. Y un día desapareció, no me jorobó más.
¿Nunca encontraste lo que había estado mal?
Nunca, lo atribuí durante mucho tiempo a que el monólogo era demasiado intelectual para el elefante. Una sola vez me salió bien la escena de casualidad y no pude registrar por qué.
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Foto: Leonardo Carreño.
El personaje en esta obra es un psiquiatra, ¿fuiste al terapia alguna vez?
Fui a una psicóloga porque me la pasaba llorando todo el día. Tuve una separación muy fea y lloraba mucho. Me pedía hacer un gesto cada vez que tenía ganas de llorar, lo hacía pero seguía llorando. Somos animales que sienten, después viene el razonamiento y todo eso pero lo primero que hacemos es sentir: dolor, alegría, tristeza, amor. Sentimos y después lo tratamos de explicar para poder justificarlo ante los demás, incluso ante nosotros mismos.
¿Los actores tienen una sensibilidad diferente o mayor que el resto?
No creo. Quizás lo que sí tenemos esa exposición directa de eso que nosotros elegimos para trabajar. Nunca me lo planteé. Siempre quise creer que mi mamá era la más hermosa del mundo y la más querible del mundo y lo quiero seguir creyendo. No por más sensible tenés que ser actor.
No, pero capaz dejás más cuerpo y alma en transmitir sentimientos que otras profesiones que no te exponen tanto.
No quiero darle un valor agregado a mi trabajo. Tengo suficiente con haber conocido tantas cabezas y tantos corazones como posibilidades me dio la vida, y de brindarle este cuerpo a esas cabezas y a esos corazones. Así fuera un asesino o un señor que descubre una vacuna. Mi tarea es hurgar, meterme, saber, tratar de dolerme lo menos posible. Eso lo aprendí tarde pero lo tenía que haber aprendido antes. Si hubiese cuidado más mi cuerpo quizás podría haber sido mucho mejor actor. Yo no me drogo, no bebo, ni siquiera fumo en estos últimos años, pero siento que un actor cuanto más sano mejor puede ser. Tiene que brindarse todas las posibilidades para ser lo más sano que se pueda y cuidar su cuerpo, aprender a cuidar su cuerpo y sobre todo sus pies. Porque eso nos mantiene erguidos verticalmente durante toda la vida. Hay que agradecer que los cinco dedos en cada pie nos dan el equilibrio. Cuando vos ves alguien que se ha lastimado mucho el cuerpo, le ves la falla.
Tuve un accidente y me rompí toda la cara. En mi casa. Los hombres después de los 45 años tienen que mear sentados, como las mujeres. Porque las glándulas se les descompensan. Un día a las tres de la mañana fui a hacer pis y me empecé a marear y se me apagó la luz (interna), y me apago con tanta mala suerte que me pego con una jaula que tenía una abertura de acero y vidrio, y me la clavé en la cara. A los dos meses tenía que estar arriba del escenario haciendo teatro: 150 puntos, me hicieron una reconstrucción y hacía un personaje que iba desde los ocho años hasta los 60 y cuenta historias de su vida. Y todo cocido estaba arriba del escenario. Esa es la vida del actor y eso no se ensaya, el dolor no se ensaya, la angustia no se ensaya, saber si uno va a estar listo para poder representar no se ensaya, la enfermedad no se ensaya. No sé si te estoy contestando lo que preguntaste.
Es mejor la respuesta que la pregunta. Varias veces agradeciste hoy.
Es que la vida es hermosa y cuánto más pasa la vida más te das cuenta de todo el tiempo que perdiste peleando contra la vida. Entonces, ¿por qué no vas a agradecer? Yo tengo mucho que agradecer, no alcanzan los minutos en que pueda quedarme agradeciendo por estos 74 años de vida. Me han querido en mi casa, me han educado bien, mi país me dio todo lo que yo necesitaba, cuando me fui afuera también me recibieron y me han pasado cosas hermosísimas, y no voy a agradecer las no hermosas. Pero si comparás mi vida con la de mucha gente en el mundo… ¡si tendré que agradecer!