El 6 de septiembre, Nicolás Maduro envió una carta a Donald Trump en la que defendió la política antidroga venezolana, calificó de “absolutamente falsos” los señalamientos sobre vínculos con el narcotráfico y propuso reactivar el canal diplomático con el enviado especial Richard Grenell. El gesto buscaba diferenciar al presidente estadounidense del ala dura republicana, encabezada por Marco Rubio, y oxigenar las vías de negociación que en el pasado permitieron acuerdos sobre petróleo, deportaciones y liberación de presos. Pero, hasta ahora, todo indica que el intento no dio frutos.
Nueve días después de haber enviado la carta, el 15 de septiembre, Nicolás Maduro reconoció que el quiebre con Washington no se había revertido. En una rueda de prensa en Caracas, afirmó: “Hoy puedo anunciar que las comunicaciones con el gobierno de Estados Unidos están deshechas por ellos, con sus amenazas de bombas, muerte y chantaje. Así no funciona nosotros”.
Maduro agregó que el único canal activo era con John McNamara, encargado de negocios de Estados Unidos en Colombia, con quien, según dijo, “se mantiene un hilo básico para nosotros traer a nuestros migrantes, que es una altísima prioridad del Gobierno de Venezuela”.
Un día después de las declaraciones de Maduro, el 16 de septiembre, Richard Grenell —encargado de misiones especiales de Estados Unidos— se refirió a la necesidad de restaurar el canal diplomático con Caracas. Grenell ha sido interlocutor directo en negociaciones sobre la liberación de presos estadounidenses, el traslado de venezolanos detenidos en El Salvador, la deportación de migrantes irregulares desde Estados Unidos y la licencia que permite a Chevron producir petróleo en Venezuela.
En el encuentro de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) realizado en Paraguay, Grenell afirmó que “he ido a ver a Nicolás Maduro, me he sentado enfrente de él, he articulado la posición de ‘Estados Unidos primero’. Entiendo lo que él quiere. Creo que aún podemos tener un acuerdo, creo en la diplomacia, creo que en evitar la guerra”.
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La Milicia Bolivariana nació con Hugo Chávez, pero fue integrada con Maduro como quinto componente de las Fuerzas Armadas.
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El pasado 21 de septiembre Trump fue consultado por periodistas sobre si había recibido la carta enviada por Maduro y no confirmó ni negó la información limitándose a señalar que “bueno, no lo quiero decir, pero ya veremos qué pasa con Venezuela”.
Pero un día antes, el 20 de septiembre, Trump dejó ver un tono de confrontación advirtiendo en su cuenta en Truth Social que Venezuela pagará un alto precio si no readmite a sus “presos” que están en Estados Unidos.
“Queremos que Venezuela acepte inmediatamente a todos los presos, y personas de instituciones mentales, que incluye a los peores asilos de dementes del mundo, que el 'liderazgo' venezolano ha forzado a ir a los Estados Unidos de América”, escribió Trump. Añadió que “miles de personas han sido gravemente heridas e incluso asesinadas por esos monstruos”, y concluyó su mensaje con una amenaza en mayúsculas: instó al Gobierno de Venezuela a “sacarlos” de Estados Unidos de inmediato o pagar un precio “incalculable”.
La carta de Maduro a Trump está fechada apenas cuatro días después de que fuerzas militares estadounidenses realizaran un “ataque letal” contra una lancha rápida con 11 personas a bordo, presuntamente cargada de droga y vinculada al narcotráfico venezolano. Desde entonces, otras tres embarcaciones han sido destruidas en operaciones similares.
El Departamento de Justicia de Estados Unidos acusa a Maduro de liderar el llamado “Cartel de los Soles”, una organización que cataloga como narcotraficante y en la que, supuestamente, participan altos mandos militares venezolanos. En paralelo, aumentó la recompensa por información que conduzca a su captura, mientras el Pentágono desplegó buques en aguas del Caribe, frente a Venezuela, como parte de una operación antinarcóticos.
Tras el envío de la carta, Maduro ha intensificado el control territorial, apelando a un encendido discurso nacionalista y anunciando que, de concretarse una agresión militar por parte de Estados Unidos, el país entraría en una fase de lucha armada bajo la “fusión popular-militar-policial”.
“La única verdad es que quieren un cambio de régimen. ¿Para qué? Para imponer un gobierno títere y apoderarse del petróleo de Venezuela (…) controlar a corto, mediano y largo plazo la reserva petrolera más grande del planeta”, afirmó Maduro durante la rueda de prensa del 15 de septiembre y agregó que Washington busca provocar un incidente que le permita justificar una agresión militar.
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Del antiimperialismo al elogio
En su carta a Donald Trump, Nicolás Maduro sostiene que Venezuela es un “territorio libre de producción de drogas” y un país “no relevante en el ámbito de los narcóticos”. Cita cifras de Naciones Unidas para respaldar su afirmación, señalando que solo el 5% de la droga que sale de Colombia “intenta” ser transportada por territorio venezolano.
Más allá del énfasis técnico, Maduro se esmera en abrir una vía de negociación directa con Trump, dejando atrás el discurso antiimperialista. “Presidente, espero que podamos juntos derrotar estos fake news que llenan de ruido una relación que tiene que ser histórica y pacífica, como siempre visualizó nuestro Libertador Simón Bolívar”, escribe.
Añade: “He dicho públicamente, en muchas ocasiones, que reconozco la impresionante labor que está haciendo para acabar con la guerra que usted heredó en otras regiones del mundo (…) por eso lo invito, Presidente, a preservar la paz con diálogo y entendimiento en todo el hemisferio”. Y concluye proponiendo que “estos y otros temas siempre estarán abiertos para una conversación directa y franca con su enviado especial Richard Grenell”.
El ala dura
Mientras Richard Grenell ha insistido en la necesidad de negociar, Marco Rubio ha sostenido una postura frontal contra el régimen venezolano. El 4 de septiembre, al referirse a las cifras de Naciones Unidas sobre narcotráfico, declaró: “Dicen que Venezuela no está envuelta en el tráfico de drogas porque Naciones Unidas dice que no lo está. ¡Pero no me importa lo que dice ONU! ¡Porque la ONU no sabe lo que está diciendo! Maduro está acusado por un gran jurado del distrito sur de Nueva York. (...) No existe duda de que Maduro es un narcotraficante”.
En este contexto, Maduro ha evitado atacar directamente a Donald Trump y ha concentrado sus declaraciones en Marco Rubio. Hace tres semanas, afirmó: “Mister president Donald Trump, usted tiene que cuidarse porque Marco Rubio quiere manchar sus manos de sangre”, y para reforzar el mensaje se refirió al secretario de Estado como “el señor de la guerra”.
La carta, el elogio a Trump y la crítica directa a Marco Rubio han respondido a una estrategia de segmentación: diferenciar al presidente estadounidense del ala dura republicana y preservar los canales de negociación. Pero la respuesta de Trump ha sido ambigua y el despliegue militar en el Caribe continúa. Por ahora, no hay señales de que la maniobra haya surtido efecto.