Es un momento emocionante. Pero aunque el panorama a corto plazo parece sólido, Estados Unidos está cambiando sistemáticamente sus ventajas estratégicas a largo plazo por ganancias tácticas, y los costos se están acumulando de una manera que no se hará evidente hasta que sea demasiado tarde para cambiar de rumbo.
Estados Unidos está ganando. O al menos así parece si se siguen los índices del mercado o el desfile de países que hacen cola para cerrar acuerdos con el presidente Donald Trump.
La economía estadounidense está superando a sus aliados. Las acciones siguen alcanzando máximos históricos. Países asiáticos y del Golfo han prometido billones de dólares en inversión extranjera directa en EEUU durante la presidencia de Trump. El Reino Unido, la Unión Europea y varias naciones del sudeste asiático han ofrecido acuerdos comerciales no recíprocos. Canadá se echó atrás en su plan de imponer un impuesto a los servicios digitales. Japón hizo concesiones unilaterales sobre aranceles automotrices y Nippon Steel.
Donald Trump - 22-10-25 - AFP
AFP
Las compañías farmacéuticas europeas están reubicando su producción en Estados Unidos para evitar aranceles punitivos. En combinación con un auge del gasto en inteligencia artificial y un déficit público masivo —posible gracias al estatus actual del dólar como moneda de reserva mundial—, los mercados siguen apostando por la liquidez y el crecimiento estadounidenses.
Es un momento emocionante. Pero aunque el panorama a corto plazo parece sólido, Estados Unidos está cambiando sistemáticamente sus ventajas estratégicas a largo plazo por ganancias tácticas, y los costos se están acumulando de una manera que no se hará evidente hasta que sea demasiado tarde para cambiar de rumbo.
Empecemos por la inmigración. Durante décadas, la piedra angular del dominio tecnológico, económico y de soft power de Estados Unidos ha sido su capacidad para atraer a los mejores y más brillantes de todo el mundo. Ingenieros, científicos y empresarios talentosos eligieron durante mucho tiempo a EEUU porque prometía oportunidades, apertura y meritocracia: una oportunidad justa para el sueño americano.
Ahora, la alfombra de bienvenida se está deshilachando. La política bajo la administración Trump es cada vez más hostil a la inmigración (ya sea legal o ilegal, calificada o no calificada), el sentimiento nativista entre los estadounidenses está creciendo y las libertades civiles (especialmente para los inmigrantes no blancos) se sienten cada vez más inciertas. Mientras tanto, China está implementando nuevas visas diseñadas explícitamente para reclutar trabajadores altamente calificados de Estados Unidos, y Canadá está empapelando los aeropuertos con anuncios de reclutamiento. Cuando Estados Unidos se convierte en un destino menos atractivo para el talento global superior en relación con sus competidores, el daño económico a largo plazo es claro.
protestas contra ICE migrantes Los Angeles.jpg
AFP
Luego están las universidades. Sí, muchos departamentos de humanidades se habían vuelto intelectualmente insulares y estaban políticamente cautivos. Enfrentar estas cámaras de eco de ideología woke marginal era algo que se debía hacer desde hace mucho. Pero la administración Trump ha ido mucho más lejos, recortando la infraestructura de investigación en las mejores universidades de Estados Unidos (y del mundo).
Estas instituciones son las que mantienen a Estados Unidos a la vanguardia de la ciencia y la tecnología avanzadas y atraen a los estudiantes más talentosos a nivel mundial, aquellos que se convierten en los investigadores, inventores y empresarios líderes del mañana. Socavar ese ecosistema erosionará uno de los pilares más importantes de la economía estadounidense.
Los ataques de la administración Trump a las universidades se hacen eco de la erosión acelerada de la confianza pública en la ciencia misma. El creciente escepticismo ante las vacunas, la adopción de teorías de conspiración, el rechazo reflejo a la expertise (el conocimiento especializado): no son solo peculiaridades culturales, son una desventaja estructural al competir contra países donde la fe en la investigación y la tecnología sigue siendo fuerte. Están haciendo que los estadounidenses sean menos capaces de creer, y mucho menos de impulsar, la próxima ola de avances.
Consideremos la inteligencia artificial. Estados Unidos está avanzando a toda velocidad en la IA orientada al consumidor: chatbots, algoritmos de redes sociales que maximizan la participación, herramientas generativas para producir aún más contenido adictivo, modelos de lenguaje cada vez más grandes que afirman estar un paso más cerca de la superinteligencia, porque ahí es donde está el dinero. Pero estas tecnologías también están fragmentando la sociedad, amplificando la desinformación y posiblemente contribuyendo a una especie de psicosis colectiva.China, por el contrario, ha canalizado el desarrollo de la IA lejos de las aplicaciones de consumo en favor de los usos industriales y de defensa, que conllevan menos riesgo de fragmentación social y más ventaja estratégica.
Planta Nuclear junto a centro de datos - AP
Un centro de datos de Amazon Web Services junto a una planta nuclear
AP
La energía cuenta una historia similar. Estados Unidos se ha convertido en el petroestado más poderoso del mundo, produciendo más petróleo, gas y carbón que cualquier otro país. Eso no es inherentemente un problema: los combustibles fósiles continuarán impulsando los centros de datos, la agricultura y la industria pesada durante las próximas décadas. Pero EEUU ha cedido efectivamente el liderazgo en energía poscarbono a China, que ya domina la tecnología de baterías, la energía solar, la energía nuclear de próxima generación y las cadenas de suministro de minerales críticos. Estados Unidos está redoblando la apuesta por los hidrocarburos mientras deja que el futuro de la energía lo rebase.
O tomemos la política comercial. La administración Trump está imponiendo los aranceles estadounidenses más altos en un siglo, incluido un arancel del 200% sobre las importaciones farmacéuticas y del 50% sobre el cobre, sectores donde Estados Unidos carece de capacidad para aumentar la producción nacional lo suficientemente rápido como para evitar escasez o inflación. El resultado es un impuesto regresivo de aproximadamente el 17% sobre las empresas y los consumidores estadounidenses, que se ven obligados a pagar más por los insumos intermedios y los bienes finales.
Junto con un giro brusco hacia la política industrial y el capitalismo de Estado, Estados Unidos se está alejando de losprincipios de libre mercado que hicieron que su economía fuera tan competitiva en primer lugar. La intervención gubernamental dirigida en sectores seleccionados (p. ej., semiconductores, banca) por motivos específicos (p. ej., seguridad nacional, estabilidad financiera) a menudo puede justificarse, pero el proteccionismo amplio y la dirección estatal tienden a hacer que las economías sean menos, no más, dinámicas con el tiempo.
Este pensamiento a corto plazo se extiende a la geopolítica. La mayoría de los países están dispuestos a dar victorias al presidente Trump —algunas pírricas, otras significativas— para evitar un conflicto abierto. Pero estos mismos países también están trabajando para asegurarse de no volver a estar nunca en esa posición. La Unión Europea ha finalizado acuerdos comerciales con Mercosur, México e Indonesia. Brasil está profundizando los lazos económicos con Europa, China y Canadá. India está trabajando para estabilizar las relaciones con China y acelerando proyectos de infraestructura que reducen la dependencia de los mercados estadounidenses. Arabia Saudita ha firmado un acuerdo nuclear con Pakistán para protegerse contra una futura negligencia en seguridad por parte de Washington.
Donald Trump junto a Luiz Inácio Lula da Silva en Malasia. EFE
Donald Trump junto a Luiz Inácio Lula da Silva en Malasia.
EFE
Estas coberturas no son gratuitas: requieren años de capital político, miles de millones en inversión y una nueva arquitectura institucional. Una vez construidas, son difíciles de revertir. Pero los países han aprendido por las malas que la política estadounidense puede cambiar de rumbo en cada ciclo electoral con poca continuidad política o planificación estratégica a largo plazo, y están construyendo alternativas ahora mientras se adaptan a Washington a corto plazo. Cada cuatro años, hay un 50/50 de posibilidades de que todo —no solo los ganadores y perdedores, sino las reglas del juego— cambie. Esa volatilidad estructural reduce la influencia estadounidense con el tiempo, incluso mientras ofrece victorias a la economía más grande del mundo.
El panorama general
Entonces, al preguntar si Estados Unidos seguirá superando a aliados y adversarios, la respuesta depende del horizonte temporal. ¿En el corto plazo? Absolutamente. Estados Unidos sigue siendo, con diferencia, el país más poderoso del mundo, por lo que hay mucho margen para el daño antes de que se establezca el declive estructural. Además, la inteligencia artificial está a punto de cambiarlo todo y EEUU es uno de los dos únicos jugadores importantes (siendo China el otro) y sigue siendo el socio preferido para la mayor parte de Occidente y partes del Sur Global.
China - reconocimiento facial- EFE
Cámaras con reconocimiento facial en China
EFE
Pero a largo plazo, la trayectoria es preocupante. Las ventajas históricas de las que gozaba Estados Unidos sobre sus pares —mejor infraestructura física e institucional, demografía superior impulsada en parte por la inmigración, tolerancia pública a la desigualdad apuntalada por la percepción de meritocracia, mayor capacidad de gasto deficitario— se están moviendo en la dirección equivocada, podría decirse que de manera insostenible. China, a pesar de estar en una posición general más débil, está haciendo lo que puede para explotar estos cambios. Y aunque Pekín enfrenta sus propios y severos desafíos estructurales, se beneficia de la percepción, cada vez más precisa, de que adopta la visión a largo plazo mientras Estados Unidos persigue la próxima elección.
Quizás lo más preocupante es lo único en lo que todos en un Estados Unidos profundamente dividido ahora están de acuerdo: que la mayor amenaza del país es doméstica. Simplemente no están de acuerdo en quién es esa amenaza. Ese tipo de giro hacia el interior asegura que la mayor parte de la energía y el enfoque nacionales se mantendrán en la lucha de batallas políticas internas en lugar de realizar las inversiones más profundas y pacientes —en personas, instituciones, investigación e infraestructura— necesarias para mantener a Estados Unidos competitivo dentro de una generación.
Estados Unidos está renunciando al liderazgo a largo plazo a cambio de victorias a corto plazo, y en algún momento, la factura llegará. La pregunta no es si Estados Unidos pagará por esta adicción a la gratificación inmediata. Es solo cuánto y cuándo.