Por Alexander Castleton y Juan Pablo Aparicio, Universidad de Montevideo
Cascos azules uruguayos en el genocidio más intenso de la historia
A 30 años de la masacre de Ruanda, entrevistas con orientales que estuvieron en el terreno
A 30 años de la masacre de Ruanda, entrevistas con orientales que estuvieron en el terreno
Por Alexander Castleton y Juan Pablo Aparicio, Universidad de Montevideo
Entre abril y julio de 1994, aproximadamente 1.100.000 personas fueron asesinadas en Ruanda. Además del corto periodo de tiempo, lo brutal de este incidente fue la forma en que se realizó la matanza: el machete fue el arma de preferencia, lo que implica una cercanía inusual y encarnizamiento entre la víctima y el victimario.
Se trató de un conflicto étnico entre hutus (que componían el 84% de la población y en ese momento ejercían el poder político) y tutsis, que eran el 15% de los habitantes del país y, aunque en otro tiempo habían dominado políticamente, ahora acusaban la discriminación. Luego de décadas de constantes tensiones y conflictos entre ambas partes, en 1993 se firmó en Arusha, Tanzania, un acuerdo que planteaba un Gobierno de Transición. Con el fin de garantizar el cumplimiento de lo pactado, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó la creación de UNAMIR.
En una época en la que las misiones de paz no estaba tan extendidas entre los uruguayos, 25 orientales participaron en la de Ruanda y fueron desplegados en distintas partes del territorio. Entrevistamos a algunos de ellos, que recordaron los desafíos de la misión y el momento más trágico, cuando murió uno de sus compañeros.
Los uruguayos contaron que, al arribar al país, elambiente era de alegría y calma, pero fue a través del relacionamiento con políticos ruandeses y con los funcionarios diplomáticos de países como Brasil, Colombia y Venezuela, que comenzó a avizorarse una salida tumultuosa de la crisis.
El general (retirado) Wile Purtscher era jefe de los observadores militares en la capital de Kigali y tenía a su cargo alrededor de 200 hombres. A su modo de ver, el pacto de Arusha nunca se cumplió: “Siempre fue violado; ninguno de los puntos fue respetado por el RPF. Los observadores me contaban cómo las tropas tutsis practicaban tiro de combate ¿para qué vas a hacerlo si no vas a combatir?”. Al pasar esta información a sus superiores, no tuvo respuesta. Por otra parte, informado por las tareas que desarrolló en la zona desmilitarizada del norte tratando con representantes militares de ambas partes, el general (retirado) Hebert Fígolise dio cuenta que la cosa pintaba mal. Transmitió la información al general a cargo de UNAMIR, el canadiense Romeo Dellaire, pero este no contó con ningún tipo de reacción por parte de Naciones Unidas.
El atentado al presidente y el comienzo de la matanza
En la tarde del 6 de abril de 1994, el presidente Juvenal Habyarimana y su homólogo de Burundi, Cyprien Ntaryamira, regresaban de Dar-es-Salamrumbo al aeropuerto de Kigali. El coronel (retirado) uruguayo Tulio Felicci estaba en el aeropuerto, donde era parte de la escolta presidencial. Recuerda que un hutu con quien trabajaba “salió gritando por la pista, en francés: ‘¡Tumbaron el avión, tumbaron el avión!’ y tomó una radio para comunicarse con alguien de la guardia presidencial, que era una de las unidades de élite del ejército ruandés. A las 15:00 horas empezó la guerra, y el hombre salió del recinto y fue a matar a todos los que eran tutsis”.
Mario Carrasco, José Cieslinskas y Roberto Berrutti -hoy coroneles retirados- se encontraban en ese momento en una pizzería en Kigali, y recuerdan el ambiente de desconcierto. Al salir de la pizzería se encontraron con puestos de control del ejército ruandés por toda la ciudad: “Los milicianos estaban armados en actitud belicosa y comenzaron a decirnos que éramos belgas (eso era prácticamente una sentencia de muerte). Pudimos convencerlos de que no lo éramos cuando les mostramos nuestra identificación… cuando llegamos a la casa donde nos hospedábamos vimos la ciudad sumida en el fuego, se escuchaban balazos y bombas por todos lados”.
No había un plan de acción para los cascos azules, por lo que la matanza avanzaba y los recursos escaseaban cada vez más. Entonces, a fines de abril ONU decidió evacuar a todo su personal hacia Kenia. El mundo criticaba fervientemente la inacción del organismo internacional, hasta que el 17 de mayo se reestructuró la misión bajo el nombre de UNAMIR II y los que aguardaban en Kenia comenzaron a retornar a Ruanda. Desde Uruguay, las Fuerzas Armadas otorgaron el permiso de regresar al país a quienes así lo desearan, y muchos del contingente original tomaron la decisión de hacerlo. Otros, volvieron a la zona de conflicto.
Los entrevistados se encuentran entre quienes regresaron a Ruanda. Recuerdan que, al llegar, les impactó la cantidad de cadáveres que se veían por las calles, apilados y en descomposición, y el constante olor a muerto. Desde un punto de vista operativo, imperaba la falta de respuestas e información. El coronel (retirado) Luis Meyer recuerda que se sentía incapacitado de poder colaborar, no tanto por falta de voluntad, sino debido a la escasez de medios y la falta de órdenes concisas sobre qué hacer: “Siempre se recibían órdenes contradictorias; durante todo el genocidio no hubo una directiva clara, y en base a eso hice lo que pude; que fue poco lo que se pudo, no lo que se hizo”. Ronald García, por su parte, dijo algo que está en sintonía con posiciones revisionistas que subrayan que los tutsi, conforme avanzaban desde el norte del país, también iban cometiendo atrocidades: “Día a día llegaban los informes diciendo que los tutsis seguían avanzando y conquistando el terreno, cometiendo masacres indiscriminadas de niños, mujeres y viejos”.
Pasado un mes de la reincorporación a UNAMIR II, los recursos de agua, alimentos y combustibles comenzaban a agotarse y era necesario buscar una ruta segura para que convoyes pudieran ingresar a Ruanda desde Uganda y así abastecer al personal y parte de la población. El mayor Juan Sosa, también uruguayo, fue seleccionado para una misión de reconocimiento. El 17 de junio de 1994 un escuadrón tutsi que se encontraba en la zona disparó un misil contra el vehículo en que se desplazaba, causándole la muerte. Esto fue un golpe muy fuerte para el pequeño contingente uruguayo. Roberto Berrutti, por ejemplo, cuenta que si bien tal cosa era posible, fue totalmente inesperada, y sintió que estaban verdaderamente desprotegidos: “La misión estaba a la buena de Dios, porque Sosa actuó profesionalmente y no hubo capacidad profesional de avisar al RPF de que un convoy iba inspeccionar la zona para ayuda humanitaria. Nosotros lo tomamos como un error de Naciones Unidas”.
Para el general Purtscher la muerte de Sosa fue algo muy significativo en su carrera profesional y difícil de sobrellevar siendo jefe del personal uruguayo en Ruanda. Comentó: “No creo que haya muchos que hayan tenido bajas en su personal en el último siglo en el ejército uruguayo. Me afectó mucho esto, casi me quiebro”. Pero señaló que, como jefe, debía “sacar de tripas corazón para seguir al firme y mantener el ánimo de los ocho oficiales que me quedaban”.
El mismo general Dellaire describió el episodio en sus memorias, Shake Hands with the Devil: “Uno de mis oficiales era repatriado, envuelto en una lona azul para refugiados, mientras que mi pequeña y andrajosa fuerza intentaba absorber el sentido de su muerte y la indiferencia mundial hacia los riesgos que nos enfrentábamos”.
Los investigadores de la universidad de Michigan Christian Davenport y Allan Stam que sostienen—como señaló García—que el RPF cometió atrocidades al mismo nivel que los hutus. Tanto los militares uruguayos como Dellaire en sus memorias coinciden en que el genocidio pudo haber sido fácilmente evitado si hubieran tenido un poco más de equipamiento y la simple orden para hacerlo. Pero el hecho es que no tuvieron ni lo uno ni lo otro.
Entre julio y noviembre de 2023, los autores del artículo hablaron con ocho de los cascos azules funcionarios de UNAMIR que estuvieron durante el genocidio: el general (retirado) Wile Purtscher, y los coroneles (retirados) Luis Meyer, Mario Carrasco, Waldemar Fontes, Tulio Felicci, José Cieslinskas, Ronald García y Roberto Berrutti. Además, entrevistaron al general (retirado) Hebert Fígoli, que se sumó a UNAMIR desde otra misión de paz en Camboya. Fígoli fue de mucha confianza para el general a cargo de UNAMIR, el canadiense Romeo Dellaire.
La investigación sobre los cascos azules uruguayos en Ruanda fue hecha en el marco de un curso de la Licenciatura en Filosofía, Política y Economía.