El grito, casi desaforado, venía desde lejos. Una mujer canosa en sus cincuentas corría por la calle Eduardo Acevedo haciendo su máximo esfuerzo para llegar. El cortejo fúnebre avanzaba por 18 de Julio hacia Fernández Crespo y logró entreverarse entre los militantes que cerraban la fila. No convencida con su lugar, entre suspiros y al borde del llanto, volvió a correr. Adelantó el cortejo por la vereda y llegó hasta la altura del carruaje que llevaba el cajón. Ahí, aliviada, primero acompañó el aplauso, luego suspiró y largó el llanto. Había llegado para darle el último adiós a José Mujica.
Unas cuadras antes, un grupo de obreros hizo una pausa en su labor y parados sobre las baldosas que más tarde iban a colocar, levantaron el puño para saludar a las autoridades que pasaban. Desde la calle, el secretario de Presidencia Alejandro Sánchez les devolvió el gesto mientras con la otra mano se golpeaba el corazón. En el parlante en el que antes y después, probablemente, sonaría música tropical, en ese momento se escuchaban estrofas de A don José.
Casi una hora antes, al cajón que llevaba el cuerpo del expresidente lo recibieron los primeros aplausos de la mañana frente al Palacio Estévez, donde lo esperaban el presidente Yamandú Orsi, todo el gabinete y el primer puñado de militantes. Los aplausos se volvieron más intensos cuando Lucía Topolansky, su compañera de vida, se acercó para colocar junto a Orsi el pabellón nacional sobre el cajón.
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Foto: Inés Guimaraens
Apenas empezaron a avanzar hacia 18 de Julio, el presidente buscó a su pareja, Laura Alonsopérez, que visiblemente emocionada comenzó a caminar abrazada al mandatario. “Habrá patria para todos, Pepe”, gritó un militante y quebró el silencio que hasta ese entonces solo era acompañado por aplausos.
El largo trayecto del cortejo fue, también, un recorrido por las varias vidas que tuvo José Mujica. En la sede del MLN la época en la que, descreído de la democracia y junto a sus compañeros Tupamaros, quiso tomar el poder por las armas. La etapa en la que Mujica creía que las balas eran el camino correcto para hacer la revolución.
Allí, desde temprano, lo esperaban varios militantes y excompañeros. Una mujer sentada en el cordón con una flor blanca, llorando, algunos que se preparaban colgando banderas y otros simplemente sentadas en sillas cerca de la calle.
Ya con cientos de personas en la zona la emoción inicial se volvió impaciencia, pero un hombre con un parlante montado en la bicicleta se encargó sin saberlo de ordenar a la gente. Dobló por Cerro Largo hacia Tristán Narvaja lento, entonando A Don José de Los Olimareños, y la gente pensó que era la indicación de que el cortejo ya llegaba, por lo que se acomodó a los costados.
Debieron esperar unos minutos, hasta que comenzaron a llegar los organizadores y los caballos. Tres banderas fueron izadas a media asta por tres militantes, la del MLN, la del Frente y la del MPP, mientras el cortejo pasaba. La gente comenzó a cantar “¡MLN! ¡Tu-pa-maros!” y tras un aplauso cerrado y sostenido, el cortejo siguió hacia la sede del Frente Amplio y la sede del MPP.
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Su sector fue la forma en la que aquellos viejos guerrilleros fueron aceptados en el Frente Amplio, ya entrada la década del 90, y el grupo político que desde 2004, a impulso y tracción de la figura de su líder, es el más votado del país. Fue también la herramienta que Mujica utilizó para llegar a esos lugares donde la izquierda no llegaba, para hablarle al interior del país, ensanchar su base electoral y ayudar al Frente Amplio a llegar al poder.
Fue en la sede del MPP el punto donde más gente se concentró, y donde Sánchez, uno de los ahijados políticos de Mujica, agarró un micrófono y en un discurso improvisado “desde el corazón” anunció que el Instituto Nacional de Colonización había comprado “en honor al viejo” unas 4.000 hectáreas de campo.
“Tierra para quien la trabaja”, gritó un militante tras el anuncio de Sánchez. “Terra para quem a trabalha”, repitió en un claro portuñol un turista brasilero que aprovechó su visita a Montevideo para presenciar la despedida del líder de izquierda.
Unos minutos antes, apenas llegaba el cortejo al MPP, el exsenador y exministro de Ganadería Ernesto Agazzi pidió “un aplauso para Lucía”. Desde la camioneta que secundaba al cajón, Topolansky, estoica, devolvió el saludo y apenas levantó al comisura de sus labios para agradecer con un movimiento de cabeza.
A lo largo del recorrido, la larga cadena de militantes del MPP vestidos con camisetas negras intentó con más o menos éxito entrelazar sus manos para formar un cordón que le permitiera al cortejo avanzar. Varios con la inscripción No me voy, estoy llegando –frase que Mujica inmortalizó en su discurso el último día de su Presidencia– hacían fuerza para mantenerse unidos y evitar desmanes, pero también para contener el llanto y que las lágrimas no les desfigurara la cara.
Ya por avenida Libertador un nuevo grupo de Blandengues a caballo se puso a la cabeza del cortejo antes de pasar frente a las bandas militares y de llegar al Palacio Legislativo. Detrás de los coches iban Fernando Pereira, Mario Bergara y Francisco Legnani, junto a otros integrantes de una corta comitiva frenteamplista. Entre ellos iba la senadora Bettiana Díaz, que se derrumbó en llanto en los hombros de un militante cuando vio subir el féretro al Palacio Legislativo.
Velatorio de José Mujica
Foto: Inés Guimaraens
El final, la llegada, fue el lugar donde Mujica comenzó y terminó su camino de representante del pueblo. Ese camino que transitó como ningún otro en las últimas tres décadas y que lo llevaron a ser, desde hace varios años, el dirigente político más popular del país.
Allí esperaban Orsi y Sánchez, que antes habían dejado la caravana para recibirla en ese lugar, y que fueron los encargados de encabezar la comitiva que ingresó el féretro al Parlamento.
El presidente y el secretario de Presidencia son también, designados en parte por Mujica, los encargados de ordenar a la barra e intentar seguir ensanchando la base del MPP para continuar con el legado de Pepe.