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24 de junio 2024 - 5:00hs

No es un buen sábado para que los animadores vuelvan a Maracaná.

Este fin de semana todo el país está bajo advertencia de Inumet por “tormentas puntualmente fuertes”. Y aunque el cielo gris, casi blanco, se contiene para no llover, la lluvias de los últimos días dejó secuelas.

Otro sábado, los animadores del oratorio recorrerían el barrio con las caras pintadas y con banderas de colores. Pasarían a buscar a unos 80 niños y adolescentes e irían al campito. Allí harían juegos un rato todos juntos, luego se dividirían por edades y hablarían sobre valores y religión. Finalmente, antes de acompañar a los gurises a sus casas, repartirían algo para comer y tomar.

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Pero este sábado la actividad normal del oratorio está cancelada. El campito está embarrado. Las calles pavimentadas están mojadas y las de tierra con charcos. Los vecinos tienen pocas ganas de salir y los animadores (estudiantes de sexto de liceo del Juan XXIII) no pueden evitar decepcionarse cuando no encuentran a ese niño con el que tienen una conexión especial o cuando lo encuentran, pero está más distante.

Tiene sentido que así sea. Hace cuatro semanas que los animadores no van al barrio. El sábado anterior fue el Día de la Educación Privada y no pudieron ir. El anterior tuvieron un retiro definido tiempo atrás. Y este sábado, cuando recorren el barrio para simplemente hablar con las familias y dar algo de desayuno, reciben reclamos de algunos niños.

20240622 Recorrida por Maracaná Norte con animadores del oratorio del Juan XXIII

Los estudiantes del Juan lo entienden. Entienden que hay una sensación por parte del barrio de: “Ustedes están solo en las buenas, en las malas ya no”. Y las malas fueron muy malas. En la noche del jueves 30 de mayo, más de 100 balazos mataron a un hombre de 40 años, a un joven de 18, a un adolescente de 17 y a un niño de 11. Los animadores recuerdan al niño de haberlo visto dos o tres veces, pero dicen que no iba normalmente al oratorio. Su familia no vivía donde fue asesinado. Solía andar por su propia cuenta en el barrio.

En diálogo con El Observador, algunos de los estudiantes encuentran a Maracaná "más pesado" y dicen que algunas familias transmiten que tienen miedo. En cambio, hay niños que no quieren que se detengan las actividades. Les llegan a decir que no se puede dejar de hacer todo "por el tiroteo"...

El homicidio cuádruple sucedió al final de la Peatonal El Ombú, un pasaje partido al medio por un hilo de agua — de los pozos negros— que termina en una maraña de arbustos y basura donde se empieza a filtrar el Arroyo Pantanoso que está detrás.

El grupo de animadores al que le toca recorrer cada sábado esta zona dice que la peatonal es una de las partes donde hay más niños. Algunos niños salen, abrazan uno por uno a los estudiantes, aceptan con timidez un par de bizcochos, un pedazo de torta y algo de chocolatada.

Aunque están felices de volver a ver a los animadores, se los nota introvertidos. En la recorrida de este sábado, los niños más extrovertidos son los que viven en la última casa de la peatonal. Junto a su madre, charlan con los adolescentes y con el diácono del barrio que los acompaña. La fachada de su casa es un tetris de tablones. La cerca que rodea al jardín está hecha con palos de madera y un poco de tela negra. La puerta está abierta y por allí sale un caniche blanco que se entretiene con los animadores y se niega a volver a entrar.

20240622 Recorrida por Maracaná Norte con animadores del oratorio del Juan XXIII

Al lado de esa casa está la vivienda donde sucedió el homicidio. Detrás de un murito con ladrillos agujereados, una cuerda tiene ropa colgada y sugiere que alguien está viviendo ahora allí. Según la investigación — que todavía hace Policía y Fiscalía y que ya tiene un imputado— la pista más firme sobre el motivo del ataque es que se trató de una venganza por un hecho anterior ocurrido en abril. Se presume que esa vivienda era un aguantadero de armas y drogas.

El hombre de 40 años que murió acribillado vivía enfrente. Al lado de su casa está el Comedor Los Corazoncitos. Allí trabaja la expareja del hombre, una mujer que ahora se pasa gran parte de su tiempo en el hospital con su hijo de 17 años. El adolescente es el único que sobrevivió al ataque, pero sigue internado.

20240622 Recorrida por Maracaná Norte con animadores del oratorio del Juan XXIII

Los animadores salen de la peatonal y vuelven a la Calle de La Vía. A lo lejos se ve una camioneta de la Policía. Todavía es temprano, y si bien ya empiezan a salir algunos vecinos, en las calles hay casi más perros y gallinas que personas. Un sábado normal, antes del homicidio cuádruple y con el campito en condiciones para hacer las actividades allí, este grupo de animadores habría salido de la peatonal con hasta 15 niños. Pero este sábado tienen que contentarse con un reencuentro breve y poco más.

Si fuera por ellos, los adolescentes nunca hubiesen dejado de ir, más allá del primer sábado después de la tragedia. Cuentan a El Observador que ven en muchos niños una falta de cariño y atención. Ellos entienden que hay padres que se pasan todo el día trabajando y cuando vuelven a sus casas, necesitan descansar. También hay niños que tienen "problemas familiares" más profundos y eso se expresa en cómo se comportan con los animadores. Hay un niño de ocho años que le dice "papá" y "mamá" a un par de los estudiantes del Juan.

Y aunque no son más que adolescentes, en su mayoría de 17 años, los animadores sienten la responsabilidad de estar para los niños. Ellos mismos tienen jóvenes mayores que los acompañan al barrio y se hacen cargo de la organización. Este sábado, antes de partir desde el Juan XXIII en el Cordón hasta Maracaná, les dijeron que no iban a pasar por la peatonal del homicidio. Un par de chicas se les acercaron y les dijeron que les parecía horrible eso y los convencieron de hacerlo.

La diaconía de Maracaná

De regreso al punto de encuentro con el resto de adolescentes, tres animadores se detienen. Una frazada se mueve en una esquina y asoma la cabeza un hombre. Hablan con él. Se trata del hermano del hombre de 40 años que murió en el homicidio. Vivía con él en la casa de enfrente del ataque. Prefiere vivir en la calle que volver. Los animadores le dejan una bolsa con bizcochos y todo lo que queda de chocolatada.

El hombre, que tiene problemas con las drogas, se dedica a hacer pequeños trabajos. Por ejemplo, corta el pasto en la diaconía de Maracaná. La diaconía lleva allí 12 años y está a cargo de Gerardo Benítez, que a su vez es el Encargado de Pastoral del Juan XXIII.

Cuenta que la idea de la diaconía, además de hacer actividades religiosas como bautismos, busca "compartir la vida con la gente del barrio y ver en qué se puede ayudar, haciendo una opción por lo más necesitados".

"Los niños, adolescentes, son los que más necesitan. Por eso empezamos con el oratorio", explica.

20240622 Recorrida por Maracaná Norte con animadores del oratorio del Juan XXIII

El oratorio funciona en el barrio desde 2013. Está en manos del Juan XXIII, un preuniversitario de la Congregación Salesiana que está en el Cordón. Al oratorio van unos 80 jóvenes. Desde niños de 5 años hasta adolescentes de la edad que quieran. Si bien, como explica Benítez, lo más común es que "a los, 14, 15, 16 ya no los tenés".

Benítez no nota un deterioro en materia de seguridad en el barrio, sino más bien en la ciudad en general. De todas formas, las personas del barrio quedaron preocupadas. "Fue demasiado. Sorprendió. La gente acá, como en otros lugares, obviamente después de terminadas horas tiene miedo. Miedo a salir, miedo a hablar".

Dice que Maracaná suele ser un "barrio tranquilo", pero que hay una "pobreza miserable" que funciona como "caldo de cultivo" para problemas como el de la droga, que muchas veces desemboca en la delincuencia. "Son víctimas de un sistema que los empuja a eso. Por más que haya escuela, liceo y todo lo demás. Si vos no tenés en tu casa para comer o son cuatro en el mismo cuarto y se te llueve..."

Sobre la familia del niño de once años que murió, Benítez dice que no la conoce. "Me decían que (el niño) vino dos, tres veces al oratorio".

El niño iba a la escuela N°324 de Maracaná. Su sepelio tuvo lugar el 3 de junio. Ese día, que la escuela estuvo cerrada, la directora de Primaria, Olga de Las Heras, dijo a la prensa que un equipo de profesionales del programa Escuelas Disfrutables empezaría a trabajar allí. Psicólogos y asistentes sociales realizarían talleres de reflexión y aceptación de los hechos con alumnos, docentes y familias.

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Escuela 324 del barrio Maracaná

Escuela 324 del barrio Maracaná

Maracaná Norte y Maracaná Sur

Maracaná está al oeste de Montevideo. Para ir desde el Centro, si se agarra la rambla y después la Ruta 1, hay que pasar por los barrios de La Aguada, Bella Vista, Capurro, La Teja, Cerro Norte y La Paloma. El barrio vecino de Maracaná, al otro lado de Camino Cibils, se llama Las Torres. Pero a su vez, actualmente Maracaná incluye dos barrios distintos, que están separados por la Ruta 1: Maracaná Norte y Maracaná Sur.

En el primero fue el cuádruple homicidio y está la diaconía. El segundo también tiene un referente cristiano pero es evangélico y se llama Dalsir Ibarra. Él es el presidente de la comisión del barrio Maracaná Sur y además tiene una escuela bíblica y una iglesia. Nada de lo que hace tiene el apoyo del Estado.

Hace más de diez años que trabaja con jóvenes. "Tenemos un grupo de 26-28 adolescentes que están todos los fines de semana y después tenemos un grupo de unos 70 niños más o menos", cuenta a El Observador.

Video cedido por Dalsir Ibarra de las actividades que hacen en Maracaná Sur con niños

Aunque el barrio está dividido en dos, en el sur no hay escuela, por lo que los niños de allí tienen que ir a Maracaná Norte o a Las Torres. Además, hay menores del norte que van a las actividades que Ibarra realiza en el sur. De manera que los dos Maracanás están "muy integrados", dice él.

Los primeros días después del homicidio cuádruple, algunas madres que tienen que llevar a sus hijos a Maracaná Norte se manifestaron preocupadas, pero después "la gente entra a hacer prácticamente su vida normal", afirma.

Respecto a los niños, si bien "al correr el rumor, escuchan absolutamente todo y lo comentan", en las reuniones con ellos que se hacen en la casa de Ibarra, los menores no hicieron comentarios sobre el tema. "Gracias a Dios, porque es muy triste cuando se habla de ese tipo de cosas", comenta.

Ibarra dice que de noche se escuchan disparos en el barrio, pero que en general es tranquilo y que gran parte de las personas es "gente de trabajo".

"El problema que tenemos en la calle es la cantidad de pibes que consumen pasta base", afirma.

"A veces converso con alguno. Lo encuentro en la volqueta o vienen a casa a buscar pan o cosas por el estilo. Y siempre le estás buscando la vuelta, a ver si quieren salir de eso. En el momento te dicen que sí, pero después como que se olvidan y el vicio los atrapa", cuenta.

Consumidores de pasta base puede haber hasta de edades tan jóvenes como los ocho, nueve, diez años. Sucede también de que a esa edad empiecen a delinquir, a andar en la calle.

"Muchas veces son de familias que no se están preocupando por sus hijos. Sabemos cuáles son las familias que tienen problemas económicos, pero cuando un chico se mantiene en la calle no es un problema económico", sostiene.

Ibarra dice que con muchos de los que "están en esa actividad", él no tiene contacto.

"Yo me entero que vos estás haciendo tal y cual cosa, mi señora o algunos de los maestros que trabajan con nosotros, indudablemente que tratamos de abordar el tema lo antes posible", explica.

Sin embargo, en las actividades que impulsa Ibarra "no es obligación venir ni estar" y "cuando vos entrás a tocar ciertos temas y a apretar un poquito tratando de explicar todo eso, como que desaparecen".

Temas:

barrio Maracaná cuádruple homicidio

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