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¿Cómo se sale de una dictadura?

Uruguay quedó sumado a un coro internacional que entona la canción del acorralamiento
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09 de febrero de 2019 a las 05:02

Complicado, enredado, con idas y vueltas, cuidando la interna, con dificultad para que se entienda cuál es la posición; así quedó el gobierno esta semana con el caso Venezuela.

Justo en el último año de gestión, cuando debe ejecutar planes pendientes y procurar revertir una evaluación negativa de lo hecho, en medio de una campaña electoral que aparece complicada para el oficialismo, el gobierno estuvo concentrado durante toda la semana en un tema: Venezuela.

Eso no implica que la administración esté congelada, porque siguen gestiones sobre asuntos relevantes –como planes de infraestructura, el proyecto UPM2 entre otros- pero las gestiones por la crisis del Estado Bolivariano están siendo el principal foco. De alguna manera eso quita tiempo a la gestión directa de asuntos pendientes, y desvía atención pública, porque para la gente la imagen es que Venezuela es la prioridad.

El caso es que la crisis venezolana repercute en el debate local, al abrir polémica sobre convicciones democráticas y tolerancia o rechazo a prácticas autoritarias. De alguna manera, allanando terreno para una eventual coalición, el ex presidente Sanguinetti lleva la elección uruguaya 2019 a una expresión binaria: por un lado los que creen que Venezuela es una democracia, y por otro, los que creen que Venezuela es una dictadura.

La dimensión de la crisis no dejó espacio para que el gobierno se mantuviera al margen, fuera indiferente a la tensión de Caracas y a una disyuntiva: presiones externas contra Maduro o defensa del proceso chavista, como enclave de desarrollo de un modelo de socialismo para el siglo XXI. Tabaré Vázquez intentó una postura neutral, pero eso no era posible.

Nunca se puede dejar contentos a todos, propios y ajenos; o incluso en la interna. O se reconoce a Maduro como presidente de ese país, o no se lo reconoce. Lo demás serán argumentos de la postura, pero el caso no deja una tercera posición. Y como la crisis es áspera sobre valores sustanciales de la vida institucional de un país, y el drama que vive la gente, las pasiones acotan el margen de una postura edulcorada.

Ante una presión fuerte contra Maduro que hacen Estados Unidos y los principales países de Europa y América Latina, Vázquez no quiso quedar aliado al chavismo y a Bolivia e impulsó una cumbre para hallar una fórmula de negociación, equidistante de posiciones extremas.

La postura neutral duró poco, porque en la reunión del jueves, Uruguay se vio forzado a suscribir una declaración en la que dice que es “crucial restaurar” instituciones y democracia en ese país, lo que supone decir que hoy no hay democracia plena, ni libertades, ni “estado de derecho”. Una declaración que reconoce al Parlamento -que presidente Juan Guaidó- y pide elecciones presidenciales anticipadas, lo que implica desconocer las de 2018.

Pese a declaraciones del canciller y algunas precisiones, lo concreto es que Uruguay ha firmado un texto en el que sale de la postura de “no injerencia”, y en la que no se afirma en “autodeterminación” de ese país: la declaración implica intromisión en los asuntos internos.

Y si pide elecciones, no legislativas sino presidenciales, y pide que sean “libres, transparentes y creíbles”, es porque entiende que las últimas no son válidas. Y si no son válidas, Maduro no es un presidente legítimo. Y si no lo es Maduro, ¿quién? 

Lo que reconoce como “democráticamente electa” es la “Asamblea Nacional”, el órgano que preside Guaidó. 

Entonces, si no hay democracia, ¿cómo se sale de una dictadura?

La declaración habla de “resolución pacífica” y pese a esas calificaciones duras del chavismo, Uruguay mantiene la idea de lograr salida mediante el diálogo. 

Pero ese ideal, no es sencillo de concretar.

No hay buenas o malas dictaduras; a grandes rasgos se puede diferenciar dos tipos:

-las “coyunturales”, que se dan por situaciones especiales (bloqueo, desgaste democrático, vacío de poder, subversión) y cuando el dictador o dictadores tiene intención de cambiar ciertas cosas (a veces es la Constitución) pero pensando en retornar a la democracia;

-las “estructurales”, que no son dictaduras para “limpiar” algo y volver a lo anterior, sino para perpetuar ese régimen; no son un medio para algo, sino que son un fin. Ahí no hay suspensión de la democracia; hay eliminación de la democracia, y eso es para implantar un régimen diferente.

Luego de un intento frustrado de golpe de Estado en 1992, Hugo Chávez llegó al poder en Venezuela por la vía democrática en 1998 y se mantuvo en el gobierno con un criterio de refundación, cambiando Constitución, símbolos y hasta el nombre de la república.

Aun con restricciones y abuso de poder, las elecciones continuaron, pero eso se revirtió cuando perdieron una votación en diciembre de 2015: la oposición pasó a controlar el Parlamento y el chavismo hizo una maniobra para elegir otra asamblea diferente y desconoció al Poder Legislativo.

El chavismo llegó al gobierno en 1998 con un ánimo refundacional y con la intención de perpetuarse en el poder, con el espejo de Fidel en Cuba. No entra en su cabeza la idea de salir del poder.

Cuando se dice que Uruguay salió de la dictadura con diálogo y negociación, se olvida que las Fuerzas Armadas siempre pensaron en un retorno a la democracia, con algunas condiciones, pero con un cronograma que fue mutando ante el rechazo popular a su proyecto de Carta y a la acción de partidos políticos estables que se pararon firme ante su intención de imposiciones, pero que siempre incluyó una vuelta al sistema (la crisis de 1976 se dio porque el presidente no acompañaba esa idea).

Salvo el apetito de poder de algún general aislado, los militares siempre pensaron en el retorno a la democracia.

Los golpes de Cuestas (10 feb. 1898), Terra (31 mar. 1933) y Baldomir (21 feb. 1942), que disolvieron las cámaras y  las sustituyeron por órgano elegido a dedo (Consejo de Estado o Asamblea Deliberante) fueron de naturaleza temporal.

En ese tipo de casos, sin olvidar el drama de cualquier dictadura, la vuelta a la democracia es cuestión de tiempo y está vinculada a negociaciones. 

Pero los casos de regímenes que reemplazaron la democracia por otro régimen, para perpetuar un nuevo sistema, no se resolvieron dialogando, porque su proyecto no comprende la alternancia de partidos en el poder. Cayeron por desplome, caos, episodios desgraciados, pero con un final del régimen, contra la voluntad de los dictadores.

Para el chavismo, la alternancia no encaja en su proyecto revolucionario, y el único diálogo aceptable es aquel que sea una parodia de negociación, para seguir en el poder: esa es su esencia.

Y entonces, si la vía de salida no puede ser la del diálogo, ¿cuál puede ser?

La gama de respuestas debe excluir la intervención militar, que horroriza solo con escucharla como posibilidad. 

La cascada de presiones para arrodillar al régimen es lo que esboza esa alianza internacional que cada día da señales de aislamiento a Maduro. 

Parece una forma de debilitarlo, dividir su interna y de que caiga “por la fuerza de los hechos”. Uruguay, por la declaración del jueves y aunque quiera relativizar su alcance, se ha sumado al coro que entona una canción de acorralamiento al chavismo. La salida de la crisis no será fácil, pero sí menos fácil que la reconstrucción de un país destruido, y con una sociedad enfrentada como barras futboleras que precisan un “pulmón” de separación en la  tribuna. 

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