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¿Fronteras abiertas?

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29 de junio de 2020 a las 08:07

Muchos países reciben cada año una gran cantidad de inmigrantes legales o ilegales. Los problemas que este fenómeno ha traído consigo han contribuido mucho al reciente auge de los movimientos nacionalistas y populistas en Estados Unidos, Europa y otros lugares. Uno de los problemas principales causados por la inmigración masiva es la tendencia a la disminución de los salarios. Cuando provee una mano de obra abundante y barata, la inmigración masiva presiona los salarios hacia abajo, al menos en algunos sectores de la economía. Se trata de una consecuencia elemental de la ley de la oferta y la demanda: a mayor oferta de trabajo, menor precio del mismo. Obviamente la reducción de los salarios perjudica a los trabajadores del país de acogida, pero tiende a aumentar las ganancias de las empresas, lo que hace que muchos empresarios tiendan a apoyar la inmigración masiva. Además, si la oferta de trabajo crece demasiado, el desempleo tiende a aumentar. Por estas y otras razones, con frecuencia tras liberarse de esquemas ideológicos de izquierda, muchos ciudadanos tienden hoy a adoptar posiciones nacionalistas-populistas. Ante una situación de inmigración masiva, los nacionalistas suelen proponer la eliminación de la inmigración ilegal y la reducción de la inmigración legal. Por su parte, los progresistas suelen oponerse a esas propuestas y catalogarlas, generalmente sin razón suficiente, como xenofóbicas, racistas o fascistas. Muchos izquierdistas se adhieren sin chistar a la política (quintaesencialmente liberal) del laissez passer, al menos en lo referente a las migraciones internacionales, sosteniendo que se debe permitir la libre circulación de todas o casi todas las personas entre todos o casi todos los países. Los liberales más consecuentes suelen favorecer la libre circulación en las fronteras, no sólo de personas, sino también de bienes, servicios, dinero, información, etc. Esta política de fronteras abiertas implica una muy drástica disminución de las soberanías nacionales. ¿En qué sentido una frontera totalmente abierta es aún una frontera? ¿Cómo puede haber un territorio sin una frontera o un Estado nacional sin un territorio? ¿Es deseable impulsar la desaparición de los Estados nacionales? Supongamos que un encuestador preguntara a un grupo de ciudadanos uruguayos si están a favor de que a partir de ahora Uruguay reciba cada año una cantidad X de inmigrantes procedentes del país Y, cualesquiera que sean X e Y. Si los encuestados piensan su respuesta lo suficiente y responden diciendo lo que piensan, la gran mayoría dirá que no: está muy bien acoger inmigrantes, pero esto, como tantas cosas buenas, ha de tener algún límite. Por ejemplo, si X fuera 1.000.000, dentro de cuatro años los inmigrantes del país Y superarían a los uruguayos, y una vez que consiguieran la ciudadanía uruguaya podrían decidir democráticamente que Uruguay se convierta en una provincia de Y. Esto sería ni más ni menos que una invasión; pacífica, pero invasión al fin. No se puede exigir a ningún pueblo que acepte ser invadido por otro. Este ejemplo es un caso totalmente ficticio y exagerado, pero la exageración es a menudo un buen recurso pedagógico, porque una idea llevada hasta sus consecuencias más extremas suele evidenciar sus debilidades. También para valores menores de X (por ejemplo 100.000) estaría más que justificada una actitud reticente de los uruguayos a la inmigración masiva. En esta cuestión, como en tantas otras, las cantidades juegan un rol esencial. Para el Uruguay, no es lo mismo recibir 300 inmigrantes por año de China que 30.000. Y, seamos sinceros, tampoco es lo mismo para los uruguayos recibir cada año a 5.000 inmigrantes de Venezuela que de Siria. No porque los sirios tengan nada de malo por ser sirios, sino porque son mucho más diferentes de los uruguayos que los venezolanos, lo que vuelve mucho más difícil su integración armónica en nuestra sociedad. Para finalizar, presentaré muy brevemente tres puntos de la doctrina social cristiana sobre la inmigración y su posible regulación. 1) El ser humano tiene derecho a emigrar; y también tiene derecho a permanecer en su país. 2) Las naciones deben acoger con generosidad y justicia, en la medida de sus posibilidades, a los migrantes o refugiados que llegan a sus puertas, respetando siempre todos sus derechos humanos; y tienen el derecho de regular la inmigración en función del bien común, estableciendo condiciones razonables para admitir al inmigrante. Por ejemplo, que este carezca de antecedentes criminales, que no se exceda determinado tope anual de inmigrantes o que se cumplan determinadas condiciones sanitarias. 3) Los ciudadanos del país de acogida deben respetar a los inmigrantes, ayudarlos en lo posible, nunca explotarlos ni marginarlos, y contribuir a su inclusión social; y a su vez los inmigrantes deben respetar a los habitantes y las leyes del país de acogida, y en lo posible también a sus tradiciones y costumbres, y tratar de integrarse en el país aprendiendo su lengua (si no es también la suya), etc.

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