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6 de junio 2020 - 5:03hs

Sus palabras van y vienen entre las paredes de un café de Pocitos, pero la pareja extranjera de la esquina está en lo suyo y el barista mira su celular tirado en un sillón. Así que Fernando Epstein (50) sigue hablando alto, entusiasmado, hilando una historia atrás de la otra, sacando películas del bolsillo y números de su cabeza. El productor uruguayo, uno de los más importantes que tiene el país, tiene razones para estar contento en estos días. Para empezar, se está tomando un americano fuera de su casa, fuera de la cuarentena. De entrada, eso te tiene que poner contento. Pero él también está así por Monos, una coproducción colombiana/uruguaya que se puso al hombro como productor principal y que le llevó más de cuatro años de dolores de cabeza. Monos acaba de estrenarse en Netflix después de varios amagues de la plataforma. Y es un logro que no quiere dejar pasar.

De todas formas, para Epstein la llegada a la N roja no es novedad. Como uno de los socios de Mutante Cine –sucesora de Control Z y que dirige junto a Agustina Chiarino–, otras tres películas “suyas” ya se podían ver allí: Las Herederas, Whisky y Alelí. Pero Monos es especial. Es el proyecto más grande y desafiante al que se ha enfrentado, tuvo una respuesta impresionante de parte de la crítica en el festival de Sundance y llega a Netflix después de un pasaje exitoso por salas nacionales en 2019. Para él, tirarse al agua con esta película fue definitorio. Un tour de force que lo puso al borde de la extenuación y que, de alguna manera, también lo es para el espectador. Una experiencia que lo transformó y que, entre otras cosas, repasa a continuación.

Cuatro películas de Mutante están en Netflix en este momento. ¿Cómo te hace sentir?

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Me alegra. Netflix es mainstream, todo el mundo lo tiene y querés estar ahí. Es el fruto de un trabajo de años y es una alegría que se concrete. Es todo un tema la negociación de los precios y el lugar por el que entrás, porque Netflix no es una ventanilla única. Es complejo y no está tan clara la información, ni está disponible para todo el mundo. Y hay salvedades. El hecho de que las películas estén significa que cualquier persona de la región va a entrar y, eventualmente, le va a aparecer como sugerencia. Pero también puede pasar que queden escondidas en el catálogo. Y al mismo tiempo Netflix te limita entrar en otras plataformas. Entonces: es una ventaja, pero también genera limitaciones. Para los cineastas no es la panacea tampoco.

¿En qué sentido?

Te pongo el caso de Las Herederas. Es una película que ganó en festivales de primer nivel, que pasó por salas de todo el mundo, que tuvo recorrido. Ahora está en Netflix, pero si la hubiésemos vendido cuando ganó en Berlín, le matábamos la carrera a su director. Quizás el dinero era bueno, pero a cambio la borrábamos del circuito de festivales, que tiene muchos valores, entre ellos hacer que los directores nuevos sean vistos y que las películas lleguen a su público específico. En Netflix llegás, pero el rango de alcance se acota. Las Herederas no te va a saltar si tu algoritmo no lo indica.

Por lo que decís, Netflix es como una gran zona gris.

Hoy es un canal, y como todo canal de gran alcance vos querés llegar. El tema es cuándo llegás, o cuándo querés llegar. Monos también tuvo un recorrido espectacular desde su lanzamiento en Sundance. Estuvo en más de sesenta ciudades, se mantuvo mucho tiempo en cines prestigiosos de Nueva York y me dio la oportunidad de ver en funcionamiento una maquinaria que como productor me interesa. Si cerrábamos con Netflix de primera en Sundance, todo eso lo perdíamos.

¿Monos representa un salto para Mutante Cine y para tu carrera?

Marcó una diferencia sustancial. De presupuesto costó el doble de la película más grande que habíamos hecho, que fue 3 de Pablo Stoll. Se salía de todo lo que habíamos hecho y nos sacaba de la zona de confort, pero decidí personalmente que quería meterme en algo así. Tenía una relación previa con su director Alejandro Landes, y tomé las riendas del proyecto. Me tocó viajar mucho a Colombia, pero también a otros países para armar una coproducción internacional que tocó nueve países. La película me interesaba sobre todo por su nivel discursivo, por cómo trata el lugar de los niños en los conflictos armados, sobre todo en el conflicto colombiano. En este caso tenés a ocho adolescentes guardados en el medio de la nada y siendo la mano de obra más barata de la organización paramilitar.

En ese sentido, se aleja de los temas sobre los que ha girado tu cine.

Sí. Pero al final del día es una historia que quería ver en pantalla y que me sentí con la capacidad de producir. Es extraño, porque todo empieza con alguien que te cuenta una idea o te muestra un pedazo de papel en donde hay algo escrito, y vos hacés cálculos mentales para ver si es posible que eso se convierta en un rodaje. Es como una bola de nieve que se va volviendo gigantesca, incontrolable y carísima. Monos se nos fue particularmente de las manos en el sentido que la nacionalidad de tu pasaporte limita el tipo de producciones que podés hacer. En EEUU tenés un mercado gigantesco, que te permite recuperar la inversión hasta por mil veces. En Uruguay eso no existe. La película más taquillera de la historia es En la puta vida, que no llegó a 150 mil espectadores. Hacés el cálculo de lo que implica en taquilla y te das cuenta de que no podés producir solo para acá. O te abrís al mundo, o conseguís subsidios que te permitan producir, o lográs una mezcla de las dos, que creo que es lo más sano.

¿Cómo recordás el rodaje de Monos?

Fueron dos grandes rodajes. La primera mitad se filmó a cuatro mil metros de altura en una montaña. Vivíamos mil metros más abajo, en un retiro yogui en donde estaba todo el equipo. Era una propiedad privada rodeada de parques nacionales, y es el lugar de donde sale casi toda el agua que se consume en Colombia. En esa primera etapa estuve mucho más de lo que usualmente estoy en los rodajes, por el tamaño del proyecto y porque en el exterior siempre hay una idiosincrasia a la que te tenés que adaptar, algo que demanda un gran esfuerzo vital. En la selva estuve menos. Había ido al set en una avanzada, cuando se estaba preparando el campamento en donde iba a vivir el equipo. Llegar era complicado: estábamos a 150 kilómetros del aeropuerto de Medellín, tenías que subir hasta un pueblito en el que agarrabas una especie de ruta hasta un poblado de cuatro o cinco casas. Ahí te tomabas una mula, que te bajaba dos horas por el filo de una montaña hasta una lengua de tierra en donde se juntan dos ríos y, ahí recién, llegabas. Recuerdo estar instalando todo y ver llegar a las mulas con los inodoros que íbamos a usar. Allí fue complejo porque teníamos seis menores de edad y una actriz norteamericana que requería ciertos cuidados. Y encima estábamos en una zona que hasta hace poco era zona caliente de las FARC. A ese set, además, llegamos cuando se votó el plebiscito colombiano por la paz. Estaba muy cargado el ambiente. Pedimos apoyo al ejército, tuvimos que informar a todos los destacamentos que estábamos filmando. Y eso se mezcló con el fin de un rodaje que costó mucho más de lo planeado, y con toda la responsabilidad sobre mis hombros, porque Alejandro estaba abocado a filmar. Quise entrar al final del rodaje de la selva, pero era tal el nivel de presión y trabajo que no llegué.

En el medio de un proyecto así, ¿se cruzan por la cabeza los primeros proyectos caseros?

En ese momento estás metido en un túnel oscuro y solo pensás en la salida. “Para qué me metí en esto” es algo que me sí se me cruzó varias veces. De todas formas, creo que es parte de la evolución. Ahora que tuve esta experiencia, volvería a hacerla pero no con tanta precariedad presupuestal. En Uruguay nos acostumbramos a que con fuerza de voluntad las cosas salen bien. Que a falta de fondos y de mercado decimos “bueno, vamos a juntarnos entre amigos”, como hicimos hace veinte años con 25 watts. Pero eso cambió. Más allá de eso y a otra escala, con Monos en Colombia estaba en la misma situación que con 25 watts en el barrio Larrañaga: era algo que nunca había hecho, que no sabía hacer, pero para lo que me tenía toda la fe del mundo y un equipo tirando para adelante.

¿Hay algo de aquellos años que mantengas hoy en día?

Con 25 watts aprendimos que el ambiente de trabajo es clave para que la película tenga fuerza. Cuando detrás de la cámara la gente está sonriendo, se mete en el lente. Eso fue lo que aprendí y lo que mantuve en todas las películas.

La producción se parece a un gran partido de ajedrez. O a una permanente negociación. ¿Eso es lo que más te atrae?

Amo al cine y amo contar historias de este lado del mostrador. Me encanta trabajar con gente, armar equipos y aprendí a hacerlo. Si quisiera tener una vida tranquila, no hubiera elegido esta profesión. Quizás ser también montajista me permite vivir en un mundo más tranquilo en el que las grandes responsabilidades son de otros y la mía es simplemente ayudar al director a contar mejor su historia. Me permite hacer un balance en mi vida. En este momento estoy más abocado al montaje que a la producción, porque preciso balancear el paso arrollador de Monos en mi vida, que me dejó un poco tumbado.

Leonardo Carreño

Hablando de 25 watts: volvió en 2019 y se convirtió en uno éxito. ¿Cómo fue para ustedes la vuelta?

El relanzamiento estaba pensado para Cinemateca y durante un tiempo acotado. Pero sucedió que se llenó varias veces, que estuvo un montón de tiempo y la terminamos sacando de cartel casi que con la gente en la sala. Encima después llegó Efectocine y nos dijo que querían hacer la gira de verano dedicada a 25 watts. La película le quedó marcada a la gente. Me sonroja un poco pensarlo o si me lo dicen, pero es un hito cultural. Hace un tiempo en un taller de cine a mi hijo le pusieron la película bajo el rótulo de "cine fundacional", y yo pensaba "no me pongas ese peso arriba del pecho, por favor". Pero entiendo que generó algo impresionante, y que hay películas que perduran. Salvando las distancias gigantescas, hoy vos me ponés El Padrino II y te la vuelvo a ver entera después de haberla visto ochenta veces, de haberla analizado, de darla vuelta. Siempre siento que algo nuevo me llega con ella.

Este año hubo cambio de autoridades del ICAU y de la Dirección Nacional de Cultura. ¿Qué expectativas tenés sobre esta nueva gestión?

Aprecio mucho lo que hizo el Frente Amplio por el cine, pero llegó un punto en que la situación estaba estancada. Tengo muchas críticas a cómo se creó la ley de cine, porque se hizo con una estructura muy débil, estaba mal armada financieramente, quedó obsoleta muy rápido En los descuentos el gobierno pasado largó el Programa Uruguay Audiovisual (PUA), que fue un golazo porque permitió destrancar un montón de cosas. Con él le generaron muchas buenas oportunidades a las nuevas autoridades, porque pusieron en marcha un plan que se mostró exitoso de entrada y que solo replicándolo significa un cambio sustancial. Roberto Blatt, el nuevo director del ICAU, es una excelente persona, lo conozco desde hace muchos años. Siempre estuvo interesado por el cine uruguayo, y si bien no vivía acá siempre siguió lo que hacíamos; me consta que entiende lo que es hacer cine. Como no es alguien que venga de la gestión institucional, se debe de estar dando la cabeza contra la muralla del Estado, porque sin importar si es para el Frente o los blancos, eso tiene una serie de complejidades difíciles de encarar. Yo mismo tuve un pequeño pasaje gestionando una red de salas de cine del Mercosur que Uruguay tenía a su cargo y me encontré con los sinsentidos más grandes de la burocracia, que se expresan en malgasto del dinero público. No es que se tenga la intención de malgastar, sino que la forma en la que está armado el elefante del Estado lleva a que suceda. Y eso no va a cambiar de un día para el otro. El nombramiento de Mariana Wainstein como directora de cultura me pareció acertado, su decisión de traer a Blatt también, y ahora falta la decisión política de los que están arriba de realmente mirar y entender, y de hacer lo que haya que hacer para que este impulso del PUA se plasme en algo más parecido a una verdadera industria audiovisual. Está claro que esto no se mueve sin dinero, pero no estamos hablando de cifras astronómicas. Hemos hecho la comparativa entre lo que se invirtió para impulsar el vino o el software, y lo que se ha invertido en cine en relación a lo que el cine le ha dado al país como esa marca. En ese sentido, hemos tenido una performance impresionante en relación gasto-beneficio.

Da la sensación de que hay consenso en que el cine es un buen embajador del país.

Recuerdo haber escuchado de costado en Cannes una conversación en la que uno de los involucrados era parte de una de las películas grandes que se vinieron a filmar acá. Le preguntan cómo se enteró de que se podía filmar en Uruguay y el tipo le contesta: "porque vi Whisky". A mí se me infló el pecho, pero al mismo tiempo me di cuenta de la polenta que tiene el cine. Y va desde eso hasta Susana Trías, la directora cultural del Argentino Hotel de Piriápolis, diciéndome que sigue cayendo gente de los lugares más recónditos buscando el hotel donde se filmó Whisky. La cultura tiene un poder de penetración impresionante y el que lo niegue está tapando el sol con el dedo. Un país con la riqueza cultural del Uruguay no se puede quedar atrás. Acá muchas veces sentimos que estamos rompiendo el techo con la cabeza, pero eso es porque el techo es muy bajo y si no lo rompemos nos ahogamos. Monos fue eso: salir de lo que impone el Uruguay y tratar de mirar para afuera, de aprender, salir de las películas chiquititas.

¿Qué pasó con las películas uruguayas que estaban disponibles en Vera TV?

Con Antel ya habíamos tratado de negociar un espacio para el cine uruguayo en conjunto con la Asociación de Productores hace años. Eso se trancó y quedamos sin respuestas durante mucho tiempo. Recuerdo hasta el día de hoy que en las facturas me llegaban las promociones para ir a ver Star Wars, y que cuando íbamos a pedir un poco de apoyo, salvo en contadas excepciones como en Selkirk, Antel se mantenía por fuera o con un aporte mínimo. Y luego pasó a ser un promotor de Netflix en el país, sin ofrecer nada a cambio. A ver: si le abrís las puertas de esa manera a un gigante, por lo menos pedile que sume un poco de contenido nacional. Sos una empresa estatal. Antel se ha comportado históricamente de manera ofensiva con el cine uruguayo. Cuando llegó la pandemia y empezaron a aparecer películas “liberadas”, pensamos que podíamos aportar y prestamos nuestros títulos a Vera TV. Teníamos opciones de hacerlo a través de otras plataformas, pero quisimos tener un gesto hacia ellos en un momento complejo. Pero cuando sucedió, pasaba que para encontrar una película uruguaya tenías que pasar primero por arriba de todos los tanques americanos. Defendí toda la vida que Antel sea estatal, he visto lo que han generado las empresas no estatales en la región, y creo que ha sido una buena decisión. Pero la verdad, su desprecio por el cine uruguayo es algo que no termino de entender.

¿Entonces se decidió bajar las películas?

Las películas son propiedades intelectuales que se hacen con sacrificio, y entregarlas gratis no es algo con lo que estemos de acuerdo. El arreglo fue pensado para el tiempo que durara la cuarentena más dura. Algunas personas quisieron quedarse un poco más, porque les servía como canal de difusión. Pero nosotros, con más años y herramientas, cuando vimos que no había reciprocidad del otro lado, decidimos bajarlas.

Me voy de tema. ¿Qué es lo último que viste en el cine?

No encontraba qué ver y me fui a ver El robo del siglo. Tremenda película para el cable. No me alegra haberla visto en el cine (risas). Había visto Parasite también, que me impresionó aunque tampoco me pareció la gran cosa. En cambio, el último festival al que fui fue el de Rotterdam. Que a la vez fue el primer festival que fui en mi vida, con 25 watts. Ahí vi una película que me impresionó mucho de Costa-Gavras, que tenía que ver con la crisis griega. Además vi al mismísimo director presentándola, un titán absoluto del cine político.

Hablás de El robo del siglo y ahora de Costa-Gavras. ¿Qué tan purista sos para ver cine?

Soy abierto y tengo gustos muy abiertos, pero hay cosas a las que no llego, como la última de Spider-man, que para mi hijo quizás es una obra maestra. Me gusta mucho ir al cine, y antes de la pandemia buscaba ver en el cine películas que valiera la pena ver allí. En el cable te veo lo que sea. Pero al cine me gusta ir a ver cine de verdad. Se extraña mucho la pantalla grande.Te entrega algo que jamás te va a dar la televisión. Se pierde la experiencia colectiva de estar en un cuarto oscuro con personas desconocidas sintiendo la magia que provoca. Y eso es lo que busco. Me pasó con Gravedad, que en el cine me voló la cabeza y en la televisión no me interesó nada. O cuando se estrenó Terminator 2, que se hablaba del millón de espectadores y fui corriendo al Trocadero a ser uno más. Encima me encontré con un peliculón que me partió la cabeza. Eso también me puede pasar con una película iraní, o con una de Carlos Reygadas. Soy muy ecléctico y algo impredecible.

¿Le vas a dar click a Monos en Netflix?

¿Sabés que me desuscribí de Netflix hace un par de semanas?

Desuscribirse de Netflix hoy es una postura.

Puede ser. Había visto muchísimo y me aburrí de estar escroleando sin encontrar nada. Igual es todo por un tiempo, no me fanatizo con nada. Me suscribí por un tiempo a Qubit, para mirar un poco más de clásicos, más cine propiamente dicho. Cuando veo el logo original de Netflix medio que desconfío. Me he encontrado con cosas increíbles y con muchas porquerías. Además Netflix de un día para el otro te sube el precio y no te enterás. No me gusta esa penumbra y, viendo del otro lado cómo tratan a los cineastas, no soy un gran fan. Entiendo su valor y lo consumo, pero no hago apología. Así que por un tiempo no tengo. Voy a tener que pasar por lo de algún amigo para ver cómo se ve Monos.

 

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