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¿Podemos culpar a la tecnología de nuestra ansiedad constante?

A pesar de que los dispositivos digitales y las redes sociales están asociados a una vida más acelerada, no son ellos los verdaderos culpables
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14 de octubre de 2019 a las 05:00

Hay un estudio que dice que cada mañana, cuando suene el despertador, el 51% de las personas lo primero que van a hacer, incluso antes de levantarse y empaparse la cara de agua fresca, será mirar la pantalla del teléfono. Van a deslizar los dedos contra el vidrio y avanzar entre las notificaciones. Así, el cerebro será recompensado con su primera dosis de dopamina. Será más o menos la misma dosis que habrá recibido la noche anterior, cuando el 43% de las personas hayan terminado su día de la misma manera que como lo empezaron: respondiendo chats de Whatsapp y navegando entre historias de Instagram. Si vos sos una de estas personas, no estás para nada solo. Son legiones de usuarios que se comportan de esta manera. Los números son de lo que pasa en Argentina, pero bien podrían ser los de Uruguay, los de Francia, los de Estados Unidos, los de China. Porque si hay algo que las sociedades del mundo tienen en común hoy es que la vida entera pasa a través de una pantalla táctil. 

Detrás de este comportamiento subyace una explicación que durante años los psicólogos y expertos de la ciencia de la mente han estudiado. Al principio, con los primeros resultados concluyentes de las investigaciones, la academia decidió bautizar esta tendencia adictiva a revisar el teléfono todo el tiempo con las siglas FOMO (Fear Of Missing Out o, en español, ‘miedo a perderse algo’), un concepto que apareció publicado por primera vez en The New York Times en el año 2011. Ya hablaremos de él.

Pero, antes que nada, ¿la ansiedad y la necesidad de estar todo el tiempo conectados son de verdad culpa de la tecnología o responden a un impulso que siempre estuvo ahí y ahora son solo un chivo expiatorio? En definitiva: ¿es la tecnología responsable de que seamos más ansiosos?

“Así como la humanidad evolucionó, en todos sus aspectos, también la ansiedad y la angustia modificaron sus síntomas y formas de manifestarse”, dice María Julia Castro, psicóloga y terapeuta en Fundación Manantiales. La especialista detalla que, en ese sentido, la tecnología quedó en el medio entre las personas y sus trastornos.

Por su parte, Lorena Estefanell, magíster en terapias psicológicas y docente en la Universidad Católica, dice que hay una diferencia “muy grande” entre un trastorno de ansiedad y la búsqueda constante del placer en pequeñas dosis que da la tecnología. Lo resume así: “Muchas veces chequeamos el celular buscando nada porque los Me gusta van generando dopamina en el cerebro, que funciona como un pequeño shock de energía y bienestar. Cuando esa sustancia no está, el organismo la busca. Entonces revisamos el celular cada dos minutos buscando esa dosis que estamos acostumbrados a tener y que, cuando no tenemos, nos genera un estado de inquietud bastante parecido al que tienen los adictos cuando no pueden consumir una sustancia”.

Pero resulta que esto no tiene tanto que ver con la ansiedad, sino con esa “adicción” de nuestro cerebro a su propia dopamina. La ansiedad viene por otro lado y la mayoría de las veces puede que no sea culpa de nuestros dispositivos tecnológicos.

A favor y en contra de la ansiedad

La ansiedad es una respuesta natural y casi primitiva del organismo a estímulos externos, que pueden ser reales o no. Situaciones que percibimos como una amenaza y a las que nuestro cuerpo y nuestra mente responden de manera natural con mecanismos de defensa que, mientras no estén fuera de control, son necesarios para la supervivencia. La preocupación, el miedo y la vergüenza son las sensaciones a través de las cuales es más común sentir la ansiedad. 

“La tecnología tiene un vínculo con los trastornos de ansiedad. A veces puede ser a favor y otras en contra”, explica Estefanell. La diferencia está en la personalidad de cada usuario. “La gente que tiene una fobia social, muchas veces encuentra en la tecnología un modo de vincularse que es mucho menos ansiógeno de lo que de repente sería en la realidad”, agrega.

Por eso es común vincular ansiedad con el consumo tecnológico. Pero tener el impulso de revisar el teléfono muchas veces no está ligado con este estado, sino con una trampa que hace el cerebro para alcanzar esas dosis de dopamina de las que tanto disfruta y que, cuando falta, incomoda. “Es muy importante poder diferenciarlo porque la ansiedad tiene sensaciones parecidas, pero una dinámica totalmente distinta”, concluye Estefanell.

En este sentido, la especialista advierte que las tecnologías “influyen poco” en la ansiedad. Lo que en verdad sucede es que una persona con patrón de ansiedad muchas veces lo expresa a través de la tecnología.

Los más jóvenes son los que entienden mejor que nadie estas nuevas herramientas, por lo cual pueden expresarse con más naturalidad a través de ellas, ya sea que tengan ansiedad o no. Según diversos estudios realizados en España, 3 de cada 10 personas de entre 13 y 34 años sufren de FOMO. Un artículo publicado en El País de España lo resume así: “FOMO es un miedo social que siempre existió: la exclusión, el saber que tus amigos van a algo o tienen algo mejor que tú. Pero gracias a los smartphones y a la ubicuidad e instantaneidad de las redes sociales, ese miedo se convirtió en un acompañante habitual”. Cuando ese “miedo” que menciona el artículo se instala, aparecen los problemas. Porque si bien la tecnología no está directamente ligada a la ansiedad, permite “acceder a ese mundo mágico donde todo se puede”, explica Castro.

Para algunas personas con baja autoestima, introvertidas, ansiosas o con tendencia a la depresión, las redes sociales y el universo digital permiten construir una imagen en la que esos dramas quedan diluidos y donde todo el tiempo hay que trabajar para estar a la altura del personaje.

En los jóvenes, tal como evidencian los estudios, la tendencia a usar las redes o la tecnología como canalizador de ansiedad es mayor más que nada por una cuestión de etapas evolutivas. Estefanell lo resume así: “Los adultos usamos la tecnología para vincularnos, pero también aprendimos otras maneras de hacerlo porque no nacimos vinculados de esta forma”. Según un estudio de Common Sense Media –una ONG que promueve la seguridad en las redes–, el  50% de los adolescentes se considera adicto al celular y el 48%  pasa más de cinco horas con su teléfono entre las manos. En los adultos, las cifras bajan a 27% y 48% respectivamente.  

Los adolescentes expresan todos los fenómenos y los vínculos de su cotidianidad en internet, por lo tanto hoy se pueden ver los mismos patrones de comportamiento que antes se daban en la realidad, expresados a través de la tecnología donde todo está más expuesto. Antes la ansiedad era un tema que se trataba puertas adentro, como un tabú, y los fenómenos que antes se expresaban en el plano de lo real, hoy se expresan en el virtual.

Hay una solución para el uso compulsivo

Solucionar un problema de ansiedad puede ser complejo y sin dudas requiere la intervención de un profesional. Pero no todo está perdido cuando se trata de un vínculo compulsivo con nuestros teléfonos. La sensación de adicción sobre la tecnología es un condicionamiento biológico y, así como se genera, puede ser desprogramado. “Las personas podemos desarrollar patrones más reflexivos y menos reactivos con respecto al uso de la tecnología”, asegura Estefanell.

La curva de la ansiedad suele durar entre 10 y 15 minutos, que es el tiempo en el que el cerebro va a pedir revisar el teléfono. Estefanell dice que es importante saber que este shock de dopamina, si uno aguanta y espera, luego va a cesar e inducirá un estado de calma. “Si permanentemente estamos chequeando el teléfono, estamos condicionando que el cerebro esté todo el tiempo segregando y necesitando dopamina. Si aprendemos a dilatar estas respuestas, y podemos ponernos un horario para consultar las redes, empezamos a entrenar al organismo a tolerar esa ausencia de sustancia y a tener un poquito más de calma”. En definitiva, a tener un uso más auto controlado de la tecnología.

Los especialistas dicen que hay que aprender a tolerar el malestar que provoca la ausencia de dopamina. Una técnica que utiliza Estefanell es frenar el impulso de agarrar el teléfono, respirar ocho o nueve veces hasta desarrollar la paciencia y abandonar el uso automático.

Lo ideal para acompañar adolescentes que pasan todo el tiempo con el celular, dice Castro, es estar atento a los cambio de actitud. Notar si un joven está postergando actividades al aire libre, no compartiendo las comidas en familia, no yendo a fiestas o cumpleaños o a estar todo el tiempo con la vista clavada en la pantalla. Y agrega: “No se trata de reprimir o anular su uso, sino de hacerlo de manera ordenada, con horarios y sin dejar de lado otras actividades o responsabilidades. Es común que todos hagamos uso de la tecnología, pero no es saludable depender de un objeto para sentir que existimos”.

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