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"Tanto la derecha como la izquierda se han igualado en el resentimiento"

El escritor y filósofo uruguayo radicado en España Roberto Blatt llegó a Montevideo para presentar su último libro de ensayo Historia reciente de la verdad.
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07 de marzo de 2019 a las 05:04

A los 21 años Roberto Blatt decidió irse a Israel donde profundizó en sus raíces judías, conoció la realidad palestina y se incorporó al Movimiento por la Paz, que busca desde aquel entonces la convivencia de dos estados. Catorce años después, desilusionado pero al mismo tiempo orgulloso de lo vivido, se fue para Alemania donde recibió una beca de investigación doctoral en filosofía. Divorciado dos veces y con dos hijos, dice que no soporta la traición entre amigos, que le encanta el ramen y que se levanta siempre de la cama por el lado izquierdo. Sueña con durar, para poder seguir disfrutando de libros como El hombre sin atributos, de Musil o viendo películas como El pasajero, de Antonioni. Radicado en España desde 1987, ha dirigido canales de televisión, traducido libros del alemán y colabora con diarios como El País y El Mundo. Cuando se le pide una definición, dice que es un optimista preocupado.

¿Por qué ahora este libro?

Bueno, no fue algo previsto. Surgió como consecuencia de mi libro anterior (Biblia, Corán, Tanaj, editorial Turner), donde trato de explicar cómo la civilización occidental se constituye en torno a las tres religiones de la Biblia. En este nuevo libro, quise contar la historia reciente y mucho más breve de la verdad terrenal, que nace cuando se resquebraja la fe religiosa, entre el siglo XVIII y XIX. A partir de allí, se instalan en el mundo verdades terrenales basadas en la ciencia, el periodismo y la democracia. En  ese momento los paraísos religiosos se sustituyen por las utopías ideológicas, que nacen para ser realizadas aquí y ahora, en la Tierra. El libro describe ese proceso y llega hasta hoy, donde las ideologías están dañadas y han dado paso a eso que yo llamo en el libro la posverdad, que no son otra cosa que verdades tribales, posicionamientos personales y privados, donde la verdad depende más de la cantidad de likes, que de un sistema de evidencias. Y así la verdad se va disolviendo.

¿Es posible una verdad común en un mundo tan asimétrico como el de hoy?

Sí, porque hay cuestiones universales que siguen vivas. El deseo de justicia, de igualdad, de pertenencia, que vienen de la época religiosa, se mantiene. Pero no es posible participar en un juego social creíble si no compartimos ciertas verdades comprobables. El problema es que estamos precisamente en un momento de transición, donde esas verdades comprobables están desapareciendo y lo que hacemos es aferrarnos a opiniones muy a menudo descabelladas, pero que son emocionalmente satisfactorias.

De allí quizás también el auge de los populismos de todo signo y el rebrote de los nacionalismos. 

Exacto. Tanto la derecha como la izquierda, con sus respectivos populismos, se han igualado en el resentimiento, en el rechazo y en la simplificación. Y los dos han evolucionado a peor. La derecha no piensa en la igualdad y no reconoce las identidades particulares, las diferencias. Y la izquierda ha adoptado el enfrentamiento identitario, en vez de (ya no digo mantener la lucha de clases), sino al menos luchar por los derechos sociales. Además, se ha creado una clase nueva que no entra en el modelo tradicional de derecha e izquierda, que son los managers de lujo, que son empleados por un lado y al mismo tiempo jefes. Zizek habla de la dictadura de los gerentes. Gente que traiciona a sus accionistas y a sus empleados, que está más allá del bien y del mal.

¿Comparte la opinión de Yuval Harari de que el momento es ahora o nunca?

El momento es crucial. Para poder recuperar una mínima sanidad social, tenemos que recuperar de inmediato un sistema de referencias universales a pesar de la desigualdad existente. Porque vivimos en un mundo con países que están todos en diferentes estados de desarrollo, pero donde el capital se mueve por todas partes, a diferencia de las poblaciones, que no pueden moverse con la misma facilidad. El mundo es un mundo global, por la economía y el comercio, pero las verdades aún no lo son. Hay unos mínimos éticos que se han perdido y hay que recuperar.

¿Qué papel piensa que puede jugar la tecnología en la construcción de esa verdad universal?

La tecnología nos plantea dilemas terribles, que atacan la esencia misma de lo que consideramos humanidad. Si como respuesta a la crisis lo único que tenemos son algoritmos que van a tomar decisiones en lugar de nosotros (como dice Harari), entonces el colapso o el fin de la historia es cercano. Lo más probable es que si no somos capaces de recuperar una responsabilidad ética consensuada, compartida, si no somos capaces de recrear el crédito y la fe de la que disfrutó el periodismo como fuente de verdad, los resultados podrían ser monstruosos.

¿Qué le pasó a los medios de comunicación? ¿Por qué las fake news prosperan?

La debacle empezó antes de Internet, cuando los dueños de los medios de comunicación en todo el mundo empezaron a despedir a sus principales periodistas para ahorrar costos. Esto hizo que cuando surgió Internet, con su gratuidad, no hubiera un periodismo con nivel para enfrentársele o rebatirla. Las medidas de austeridad han destrozado el periodismo que, no obstante, ahora está recuperándose por medio de la suscripción. Lo triste es que, en el fondo, aunque las redes sociales se impusieron como una alternativa informativa, nadie se cree del todo lo que lee allí. Y todos terminan, al final, recurriendo a las grandes cabeceras informativas de toda la vida, al New York Times digital, a El País de Madrid, etcétera. Creo que hay un retorno del periodismo serio, aunque no sea en papel.  

¿Cómo ve a Uruguay dentro de este mundo tan vertiginoso?

Muy bien, entre otras cosas, porque acá hay que negociarlo todo. Una de las cosas que de afuera nos critican más, es que es un país muy lento para cambiar, entre otras cosas, porque hay muchísimos controles que pasar para hacer cualquier cosa. Y eso es verdad: Uruguay ha perdido algunas oportunidades porque no hay alguien que puede tomar todas las decisiones. Pero yo no quiero un Grondona, una Cristina o un Macri para mi país. Yo necesito (y las tengo por suerte) unas instituciones fuertes, creíbles. Son las instituciones las que le dan fuerza a este país. Y en ese sentido tenemos unas garantías constitucionales excelentes que, no en balde, nos hacen uno de los veinte países que son considerados por The Economist, democracias completas. Ni Estados Unidos, ni Francia, por ejemplo, están en esa lista.

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