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América Latina y el desarrollo: problemas y oportunidades

América Latina tiene el desafío de superar la interdependencia mundial y mirar hacia adelante
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08 de noviembre de 2019 a las 05:02

Por Andrés Rivarola Puntigliano*

Los pueblos están en marcha; Chile, Ecuador, España, Líbano, Hongkong, Argelia, Irak, Venezuela, Rusia, Honduras o Etiopía. En distintos lugares del mundo hay una sucesión de grandes manifestaciones, protestas, esperanzas y frustración. Se retoman viejos profetas o surgen nuevos. Incluso nuevas, como la popular adolescente sueca Greta Thunberg.

Por cierto que no es novedad que haya protestas, ni siquiera con el grado de participación o de violencia que hemos visto últimamente. Pero hay elementos que sí llaman la atención. Uno es la sincronía con la cual surgen las manifestaciones, lo que no quiere decir que tengan el mismo significado ni los mismos objetivos. Otro elemento es que son protestas de rechazo para derribar un gobierno contra privatizaciones para reivindicar libertades coartadas o ante la corrupción. Generalmente carecen de una clara o profunda propuesta alternativa. Las grandes utopías dominantes de fines del siglo XIX han perdido espacio, sobre todo las que tenían visiones globales. En su lugar crece el nihilismo, en muchos lugares confrontado con un renacer de utopías nacionalistas.

Estamos sin duda ante un momento de mucha confusión y falta de visión estratégica, lo que es característico en períodos de transición del sistema cuando el sistema internacional se encuentra en una crisis coyuntural, inmerso entre cambios de modos de producción u otras fuerzas directrices. En el caso actual, la transición es el paso de la predominancia de la sociedad industrial a la sociedad de la información. Los sistemas de producción del viejo paradigma quedan relegados, y con ellos, culturas, estructuras políticas y los grupos sociales que ahí han operado. Viejas potencias pierden su dominio y surgen nuevas. Más allá de los vaivenes, en los cuatro siglos que lleva la construcción del sistema internacional hay una cosa que se ha mantenido: una continuidad en la creciente interdependencia mundial.

El ‘América primero’ del presidente Donald Trump no es necesariamente una señal de menor conectividad del sistema internacional, sino el intento de mantener influencia, al menos en espacios delimitados. De ahí la reactivación de la ‘Doctrina Monroe’. Es importante recordar que la interconexión mundial no quiere decir que no haya sub-sistemas. Los hay y se siguen expresando. En gran medida a través de estados  en los cuales ciertos grupos de interés chocan con otras unidades como si fueran capas tectónicas, generando convulsiones en el sistema internacional y de las cuales pueden permanecer ajenos cada vez menos.

A nivel político se van imponiendo nuevos formatos de unidades del sistema. De la mano de la irrupción de China y la India, el viejo formato de ‘estados nación’ se va erosionando a la sombra de los ‘estados civilización’. Estos son estados de gran dimensión geográfica, con proyección de poder en un espacio aún mayor y unido por elementos de contenido cultural y geopolítico. Estados Unidos ha tenido este papel con respecto al mundo ‘occidental’, y ahora se ve desafiado por nuevos y avanzados pretendientes a conformar ‘estados civilización’. La respuesta de EEUU es defensiva, retrayéndose a su ‘estado nacional’ y debilitando su esfera ‘civilizacional’ de influencia en el sistema. Por su parte, la Unión Europea va comprendiendo la nueva realidad, pero todavía sin una proyección decisiva más allá de sí misma. Rusia ha realizado su proceso de transformación durante el gobierno de Vladimir Putin, proyectándose civilizatoriamente en Eurasia y globalmente a través de su alianza con China e India, de la cual una de sus expresiones es la coordinación de los BRICS.

Este es el marco estructural en el cual están inmersas las actuales crisis políticas en América Latina. Las sociedades exigen bienestar, pero hay que financiarlo, siendo así el desarrollo uno de los desafíos pendientes de la región. Independiente de la ideología que puedan haber tenido los modelos económicos aplicados en la región (desde Cuba a Chile) existe algo en común, y es que ninguno ha logrado romper con la dependencia de las materias primas. De igual manera las economías de la región, caracterizadas por exportaciones monopolizadas por unos pocos commodities, han quedado dependientes en su gran mayoría a unos pocos mercados. En el caso de México, las exportaciones ha pasado a ser predominantemente productos industriales. Pero esto se ha hecho a costa de acuerdos comerciales que han desmantelado al estado, generando un vacío de control territorial, el cual ha sido rellenado por distintos grupos, entre los cuales están los carteles de narcotraficantes. Por lo tanto, se desarrollan enclaves, no la nación en su conjunto. Además, se acentúa la característica latinoamericana de dependencia a un mercado receptor de exportaciones. No hay que inventar la rueda, como planteara el economista Raúl Prebisch desde la CEPAL en los años cincuenta. Cuando bajan los precios de los productos de importación, o los mercados receptores imponen sus condiciones, se hace evidente la vulnerabilidad periférica del subdesarrollo latinoamericano.

Para contrarrestar lo anterior, algunos gobiernos eligen aproximarse a un Estados Unidos que no mira más que a sí mismo o a la Unidad Europea, que todavía no se encuentra consigo misma. Otros, intentan aproximarse a las potencias emergentes como lo son China o Rusia, las cuales carecen de capacidad para generar condiciones de desarrollo en América Latina. Esto último porque su prioridad está en que la prosperidad de sus habitantes y su crecimiento económico gire en torno a una vieja receta: exportar productos de mayor valor agregado e importar materias primas lo más barato posible. Aceptar este modelo es, por lo tanto, para América Latina, continuar viviendo en la sombra del subdesarrollo periférico.

Entonces, ¿quo vadis América Latina? Lo primero es aprender del pasado para mirar hacia adelante. Sin la creación de valor agregado en la producción difícilmente habrá desarrollo. Segundo, sin mercados propios resilientes aumenta la vulnerabilidad a los vaivenes del sistema internacional. Tercero, la pertenencia a una esfera de dominio de una gran potencia y ‘estado civilizacional’ no asegura la prioridad de intereses de desarrollo de los países latinoamericanos. Superar la fragmentación y crear mercados comunes sigue siendo una condición para el desarrollo. Cuarto, la integración no puede ser sólo un asunto de mercados o instituciones, requiere apoyo popular y transformación cultural. Quinto, ninguna política de desarrollo local puede estar desconectada de un profundo análisis de sus posibilidades y limitaciones en el sistema global. 

*Andrés Rivarola Puntigliano es historiador económico, professor de estudos latino-americanos. Diretor do Instituto Nórdico de Estudos Latino-Americanos da Universidade de Estocolmo. Pesquisa em geopolítica, relações internacionais e desenvolvimento.

www.latinoamerica21.com, un proyecto plural que difunde diferentes visiones sobre América Latina.

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