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AMLO aprende la lección y sale airoso de Washington

El gobierno de México logra detener la amenaza arancelaria de DonaldTrump y superar la crisis diplomática
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09 de junio de 2019 a las 05:03

“La mejor política exterior es la política interna”, repite siempre como un mantra Andrés Manuel López Obrador. El mandatario mexicano nunca ha sido amigo de las relaciones internacionales. No ha visitado ningún país extranjero desde que en diciembre asumió la presidencia, ni siquiera fue a Washington;prefiere hacer largos recorridos por el propio México, donde –dice-- tiene “mucho por hacer”;y ya ha anunciado quetampoco asistirá a la cumbre del G20 a fines de mes en Osaka, Japón.

Pero un tuit de Donald Trump, lanzado como una bomba de neutrones la noche del jueves 30 de mayo, amenazando con imponer aranceles a los productos mexicanos en represalia por la crisis migratoria, puso al gobierno de López Obrador a trabajar a marchas forzadas en una ardua negociación diplomática, que finalmente dio sus frutos la noche del viernes cuando agónicamente llegaron a un acuerdo con los negociadores de Trump, a solo 48 horas de que entrara en vigor el arancel.

Las imágenes de un millar de personas tratando de cruzar por la frontera de Texas había sido lo que había encendido aquella noche aciaga la ira de Trump que desembocó en el tuit de marras. En modo neronesco, el presidente anunciaba un gravamen de 5% sobre todos los productos mexicanos a partir del lunes próximo, sujeto a un aumento gradual que podía llegar hasta un impensable 25% si México no detenía el éxodo de emigrantes que atraviesa su territorio desde los países centroamericanos para llegar a Estados Unidos.

La amenaza sumió a las autoridades mexicanas, sectores industriales y cámaras de comercio en un estado de total ansiedad. No era para menos: Estados Unidos es, con diferencia, el primer socio comercial de México, destino de más del 80% de sus exportaciones; y una guerra arancelaria tendría efectos devastadores sobre su economía.

Por eso al otro día del inesperadotuitazo de Trump, el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, ya estaba en Washington con una agenda de vértigo. Arrancó con una maratón de contactoscada díacon diversos aliados estadounidenses,para culminar el miércoles, jueves y viernes en la negociación a contrarreloj con los funcionarios norteamericanos en la Casa Blanca.

Ebrard y los suyos respiraron aliviados cuando el secretario de Estado, Mike Pompeo, fue remplazado por el más afable vicepresidente, Mike Pence, al frente de la negociación. Pero pronto quedó en evidencia que estaban jugando al policía bueno y al policía malo con Trump. Mientras Pence derrochaba simpatía y se mostraba comprensivo, Trump dejaba claro desde Europaque veía improbable un acuerdo con los mexicanos; palabras más, palabras menos, “que primero entre en vigor el arancel y después hablamos”.

Todo apuntaba a que ya había tomado una decisión. Haría lo mismo con México que antes había hecho con China, su táctica preferida: primero patear la mesa y luego sentarse a negociar.Además, Trumpya está en campaña para revalidar su mandato; de hecho, a pocos días de lanzar su candidatura a la reelección; por lo que esto le venía como anillo al dedo para movilizar a su base electoral y reimpulsar su imagen de líder “mano dura” contra la inmigración.

Pero la rapidísima movida de Ebrard lo sorprendió. Los mexicanos ya estaban en Washington. Quisiera Trump o no, al menos los iban a tener que escuchar.

Y la realidad del asunto es que México no da abasto con la crisis migratoria. Hasta ahora el gobierno de López Obrador ha triplicado las deportaciones y las detenciones de inmigrantes indocumentados, tal como se lo pidió el gobierno de Trumpen diciembre. Pero el verdadero río de gente proveniente de Guatemala, Honduras y El Salvador (que el año pasado, se estima, superó las 600 mil almas, y este año podría llegar a 800 mil) ha desbordado a las autoridades mexicanas, sus servicios y su capacidad de contención.

Eso es lo que fue a explicar Ebrard a Washington. Les dijo a los norteamericanos que su gobierno ha hecho todo a su alcance por contener una situación que no tiene precedentes en su país. Y al parecer los convenció.

Al regreso de Trump de Europa, ambos anunciaban el acuerdo que llevó tranquilidad a todo México. Y también a no pocos estadounidenses, incluidos varios senadores republicanos que habían expresado preocupación por una nota en The Washington Post, que a mitad de semana reveló que el gobierno de López Obrador preparaba una batería de aranceles a productos de los estados que ellos representan en el Capitolio. Estados estos que además son clave para la reelección de Trump.

Así pues, una guerra arancelaria no le convenía a nadie. Sin embargo Trump estaba duro. Y en plena negociación, disparaba desde allende el océano que “cuanto más altos sean los aranceles, más empresas estadounidenses regresarán de México”. Es decir, no solo ataba la relación comercial a la cuestión migratoria, sino que además veía en ello una oportunidad para impulsar el proteccionismo y combatir la globalización.

La noche del jueves un Ebrard sombrío parecía resignado junto a su equipo de negociadores. Pero había hecho bien su trabajo, y tampoco bajaba los brazos. La recompensa le llegaría al día siguiente.

Según el acuerdo, México se compromete a reforzar los cruces en la frontera y a endurecer los controles migratorios en todo el territorio. Esto, de todos modos, ya lo estaba haciendo desde principios de enero. Tal vez lo único nuevo sea que ahora desplegará a la Guardia Nacional, sobre todo en la frontera con Guatemala.

En el balance, sin duda un éxito para Ebrard y su gobierno. Y Trump también lo puede meter en la centrifugadora, donde acostumbra darle la vuelta a todos los temas, para presentarlo como un éxito suyo. Después de todo, demostró ser el lado más fuerte y saber usarlo; negoció con una amenaza pendiendo sobre la cabeza de su contraparte como una espada de Damocles.

Lo más difícil de predecir es hasta cuándo se mantendrá satisfecho con los esfuerzos del gobierno mexicano, y si puede haber otro episodio como el de Texas que desencadene una nueva crisis.

Por lo demás, mientras cientos de personas sigan saliendo todos los días de Guatemala y Honduras, huyendo de la miseria, la violencia y la corrupción, seguirán presionando sobre la frontera sur de México. Más bien habría que preguntarse qué están haciendo mal los gobiernos de esos dos países. Ningún país que expulse mares de gente de esa manera sin mediar una guerra puede considerarse un Estado viable.

Washington tampoco ha enviado los US$ 5.000 millonespara el acordado “Plan Marshall de Centroamérica”, algo que también les recordó Ebrard en las conversaciones. Pero aunque lo hiciera mañana, tampoco parece factible que con ello se vayan a solucionar los hondos problemas estructurales de Honduras y Guatemala.

En cuanto a la gestión de la crisis de López Obrador, a pesar de las críticas que recibió en México de sectores que le reclamaban mayor firmeza frente a Trump, su prudencia parece haber sido clave para el éxito de la negociación. Ponerse de pendencieroal tú por tú con Trump, y descender a los lodos de sus habituales riñas vociferantes, no era lo más recomendable.Y en general, lo hizo bastante bien.

Sí podría haberse mostrado un poco más firme. Del mismo modo que antes podría haber condenado a la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela. También es cierto que al asumir la presidenciamandó señales contradictorias, cuando les dio “la bienvenida” a todos los centroamericanos que quisieran ir a México y luego los mandó detener y deportar para satisfacer a Trump. Pero su primera reacción y el manejo de esta crisis arancelariafueirreprochable,y demostró buenos reflejos. 

López Obrador y Trump son dos líderes muy distintos, tal vez ideológicamente en las antípodas; pero tienen algo en común: ambos muestran inclinaciones aislacionistas; o al menos sus discursos otorgan una prioridad manifiesta a la política interna, mientras que desdeñan la política exterior.

Pero el mexicano parece haber aprendido una lección en este episodio, y es que la mejor política exterior no siempre es una buena política interna. La política exterior tiene su propia dinámica, muchas veces no guarda relación alguna con lo que se haga fronteras adentro, y debe ser conducida con profesionalismo.

Con su rápida respuesta y el inmediato envío de sus negociadores a Washington, AMLO parece haberlo entendido. Queda por ver si lo incorporará a sus políticas, o si seguirá sólo recorriendo incansablemente su país como si estuviera eternamente en campaña.

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