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Atentos a la naturaleza: Entrevista a la fotógrafa Tali Kimelman

Dice que tiene mala memoria y tal vez la fotografía sea su herramienta para mantener los recuerdos. Dice que es desordenada en su rutina pero siempre está buscando la calma. Tali Kimelman supo seguir a su intuición y dejó de lado su carrera como ingeniera para dedicarse a la fotografía, una pasión que llegó más tarde que temprano a su vida, pero que prosperó y la llevó a convertirse en una de las fotógrafas más reconocidas de Uruguay
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07 de enero de 2020 a las 05:00

[Por Andrea Sallé Onetto]
[Fotos Lucía Carriquiry]

El cielo está completamente encapotado, gris, intenso, con nubes altas pero contundentes. Las sierras debajo son un conjunto de ondulaciones leves de verde oscuro. Cada tanto hay algún arbusto y no se distingue ningún camino. Una casita blanca con techo a dos aguas se posa sobre la cima de una de las elevaciones que se encuentran a la derecha. Solitaria y rodeada por la densidad, el cielo parece darle una tregua y la baña por un segundo con un rayo de sol. Un segundo en el que Tali Kimelman (41) logra capturar el momento y convertirlo en historia y recuerdo. La foto, llamada Casa, fue una de las seleccionadas para exhibirse en el Salón del 58° Premio Nacional de Artes Visuales de 2018, pero para Tali representa más que eso: es un ejemplo de la cocreación con el universo.

En busca del sentido

De padre arquitecto y de madre psicóloga, cuando era niña Tali no sabía qué quería ser “de grande”. “No tenía un deseo claro de lo que quería hacer. No estaba muy conectada con el disfrute de las cosas. Iba por la vida haciendo y veía lo que me era más fácil. Mi camino fue medio por descarte”, dice. Al terminar el liceo sabía que tenía que dedicarse a algo y, como tenía facilidad para las matemáticas y las ciencias duras, optó por anotarse en las carreras de Ciencias Económicas e Ingeniería de la Universidad de la República. Por unos días asistió a ambas facultades en paralelo, hasta que se decidió por Ingeniería, ya que se sentía más cómoda, y se especializó en Ingeniería en Computación. Durante los años de estudiante trabajó unos meses en una empresa de desarrollo de software y luego como docente en la propia facultad. Pero pese a haber hallado en la ingeniería un lugar de comodidad, no lograba encontrarle una aplicación que la llenara o le gustara del todo. A pocas semanas de graduarse como ingeniera, Tali se puso a armar las valijas. Había sido aceptada en la Universidad Northwestern de Chicago (Estados Unidos) para hacer una maestría y un posterior doctorado en ingeniería biomédica. “Fue un intento de mezclar lo que sabía con algo que me nutriera un poco más, que me emocionara más. Fue por el lado de la medicina para ver si le encontraba un sentido más profundo. Si por lo menos lo usaba para sanar a las personas o para descubrir cosas que tuvieran que ver con el bienestar humano, entonces iba a sentir que tenía más sentido”. Trabajando en uno de los laboratorios de la universidad desarrolló un software que, mediante resonancia magnética, permite verificar si las personas tienen osteoartritis en las rodillas. Ese fue su primer contacto con las imágenes de forma profesional. “Cuando desarrollás un medicamento no podés abrirle la rodilla a la persona para ver si está mejor o no, entonces, a través del análisis de imágenes podés hacer evaluaciones para ver si mejoró”, explica. Si bien la investigación formaba parte de la tesis de su maestría, era un trabajo para una empresa farmacéutica, lo que le hizo perder un poco el entusiasmo. Sin embargo, ese mismo trabajo fue el que la llevó a dar un vuelco en su carrera.

Recalculando

La fotografía llegó a la vida de Tali Kimelman como una revelación inesperada. En el marco de su investigación académica tuvo que viajar a Japón a presentar su trabajo en un congreso. Esos diez días viajando sola en un país tan diferente representaron una transición en su forma de mirar el mundo. “Todo me llamaba la atención, me sentía casi en otro planeta. Era todo diferente, todo me parecía increíble”. Estuvo tres días en Tokio y siete en Kioto, donde se enamoró de sus templos y de su arquitectura. Que todo el mundo estuviera sacando fotos –en una época en la que no era tan habitual– también la motivó a registrar lo que veía, aunque su cámara digital era bastante sencilla.
De regreso a Estados Unidos terminó la maestría y decidió tomarse un tiempo para evaluar si continuaría con el doctorado. En 2005 volvió a Uruguay para pensar y resolvió que no. Le comunicó a su tutor que no iba a seguir, terminó la relación con su novio, que estaba en Chicago, y decidió tomarse un año para ver qué haría con su vida. “Fue duro la verdad, no me fue fácil. Tenía 26 años y me sentía como un adulto establecido. Me gustaba lo de la fotografía y me imaginaba que sería relindo poder abocarme a eso, pero pensaba ‘ya dediqué toda mi vida a estudiar ingeniería, ¿cómo lo voy a tirar por la borda?’”. Su familia quedó un poco en shock con la decisión, pero la apoyó. En ese año de reflexión la contactaron de la revista Pimba para que hiciera fotografías. “Empezamos un proceso muy lindo de creatividad absoluta y de mucho juego, a generar producciones y fotos que las veía mucha gente porque esa revista era muy popular”. Agencias de publicidad y otros fotógrafos empezaron a contactarla para pedirle trabajos. Sus fotos se destacaban por la posproducción, ya que en plena transición de lo analógico a lo digital no era algo muy común de ver en Uruguay. “Como yo era muy buena con la computadora, enseguida aprendí. Fui muy autodidacta en todo lo de la fotografía. La posproducción me llamó la atención y sentía que me daba ese poder de llevar al mundo hacia donde yo quería”.
Pese a la inestabilidad que puede generar la vida del profesional independiente, a Tali le dio tranquilidad ver que podía trabajar en publicidad, un rubro que paga bien a los fotógrafos. En los momentos de poco flujo laboral igual trataba de mantenerse activa. Hacía fotos para sus amigos o generaba proyectos personales que sumaran a su porfolio, su carta de presentación y de venta. Hoy, ya consolidada, el trabajo no le falta y no tiene una rutina marcada. Un día puede estar sacando fotos a una casa de José Ignacio para Airbnb, otro cubriendo las elecciones para Bloomberg y otro capturando un eclipse total para The New York Times.

Redefinir lo bello

A lo largo de sus ya quince años de carrera, Tali ha hecho “de todo” dentro del rubro, de retratos a fotos de arquitectura, producto, moda y comida. En paralelo a su labor profesional también ha desarrollado proyectos personales de tinte más artístico.
En 2010 presentó su primera exposición en el World Trade Center sobre una serie de fotos del puertito del Buceo, que se cuela como una postal desde el ventanal de su apartamento, donde también tiene su estudio. De los cientos de fotos que sacó se quedó con los momentos más especiales: un arcoíris que va de lado a lado del puertito, un rayo en pleno descenso, un amanecer. “Estaba buscando impresionar y no me detuve tanto en las sutilezas de los cambios, que las había. Se ve que yo necesitaba algo contundente para poder apreciar la belleza”.
En 2012 participó de una muestra colectiva en el Centro Cultural de España con una serie de fotos de árboles solitarios y luego, durante un par de años, no volvió a exponer. “Estuve buscando algo con lo que conectar, quería hacer un proyecto personal pero no le encontraba la vuelta. Lo que me pasaba era que todo terminaba teniendo ese look publicitario. Tanto hacer publicidad me dejó sesgada hacia ese lado. No lograba salirme de esa mirada que es muy perfeccionista, poco realista y medio idealizada”. Para poder despegarse de su estilo laboral, en 2016 se inscribió en el Laboratorio de Creación de Proyectos Fotográficos a cargo de Diego Vidart y Pablo Guidali. Al comenzar, era la única que no tenía un tema definido, pero se dio cuenta de que sus dos proyectos anteriores habían estado vinculados a la naturaleza y que tal vez debía seguir por ese camino. Así que todos los fines de semana se iba a algún lugar distinto de Uruguay a tratar de encontrar algo que no sabía exactamente qué era. En una de esas expediciones llegó al Arboretum Lussich en Maldonado y algo de ese lugar le llamó la atención. “Decidí que en lugar de buscar nuevos paisajes podía en el mismo paisaje desarrollar nuevos ojos. Y ese fue mi objetivo, poder apreciar la belleza de lo imperfecto”. En el proceso se frustró, se cuestionó si sería de interés para otros, dudó de su elección y se perdió entre árboles, literal y metafóricamente. “Me daba cuenta de que el bosque cambiaba de acuerdo a mi estado de ánimo. Había días que nada me inspiraba y no sacaba ni una foto y otros en que todo era increíble, volvía con miles de fotos. Y era el mismo lugar, pero yo lo veía totalmente diferente, era un gran reflejo de mi estado”. También empezó a notar que sentía cierta sensación de bienestar los días posteriores a sus visitas al Arboretum. En paralelo, Tali se topó de casualidad con el concepto de “baño de bosque”, una práctica japonesa para combatir la depresión y mejorar la calidad de vida que consiste en dar paseos entre árboles, concentrando la atención en los sentidos. “Está demostrado científicamente que estar entre los árboles genera cambios en el sistema físico de las personas: baja la presión, baja el ritmo cardíaco, aumenta la capacidad del sistema inmunológico, se potencia y realmente uno se siente mejor y los efectos de estar un día en el bosque duran una semana”. El concepto explicaba lo que le pasaba a ella cada vez que estaba horas inmersa entre la naturaleza y calzaba a la perfección como nombre de la serie de fotos que estaba sacando. Otra vez Japón indirectamente decía presente en su vida.

Baño de bosque se convirtió en un proyecto que trascendió al taller fotográfico. Tali quería llevar el bosque a las personas a través de las fotos y también atraerlas físicamente al lugar, sobre todo porque notó que mucha gente conocía el Arboretum Luissich de nombre, pero nunca había ido. En 2017 ganó los Fondos Concursables para la Cultura del Ministerio de Educación y Cultura, con los que realizó una muestra fotográfica en el Museo Zorrilla, otra en el Arboretum y su primer “baño de bosque” en el lugar, al que asistieron cien personas.

Ver más allá

Para Tali Kimelman, la fotografía es un medio de vida, un contacto consigo misma y con su manera de mirar. “Ahora me interesa más captar lo que es y no tanto salir a armar una escena o generar la situación, sino encontrar lo que se me presenta”. A diferencia de cuando buscaba impresionar con las imágenes del puertito del Buceo, en este momento de su vida le interesa mostrar lo invisible, lo sutil, aquello que requiere de una mirada más contemplativa, eso que ya comenzó a trabajar en Baño de bosque. Por eso, pese a que podría desarrollar su profesión en cualquier parte del mundo, Tali prefiere quedarse en Uruguay porque le parece más desafiante. “Es mucho más fácil sacar una buena foto de Islandia donde todo es increíble. Acá en Uruguay el paisaje es mucho más sutil y requiere una mirada mucho más profunda para poder describirlo. No tiene nada dramático en particular, parece ser todo igual —tierra, cielo, agua—, no tiene algo magnífico como tienen otras zonas y creo que eso también habla mucho de nosotros, en el sentido de que no tenemos esa cosa impulsiva, extremadamente extrovertida. El desafío es encontrar la belleza y una manera de mostrarlo que te provoque decir ‘wow’”.
Para encontrar esos detalles es necesario estar atento a la naturaleza, saber escuchar, estar disponible y esperar. “Estar abierto a recibir los mensajes inconscientes que manda el universo, poder escucharlos y hacerles caso. Estar ahí para ellos, creando junto a lo que es más grande que uno. Eso creo que es lo más profundo que me ha pasado con las fotos, esa sensación de que hay una conexión con algo más”

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