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1 de marzo 2016 - 5:00hs

Por José Apoj

Además de la incesante ola de inmigración venezolana, cada vez es más común ver personas de otras partes que, aprovechando niveles de seguridad jamás antes registrados y la vibra positiva de la ciudad, han llegado a la capital de Colombia a buscar y crear oportunidades. Como lo hicieron históricamente los millones de colombianos que llegaron desde todo el país con la esperanza de estudiar y encontrar algo mejor.

Y como también llegaron y siguen llegando los desplazados, personas del interior profundo que huyeron de los paramilitares y de las guerrillas. Colombia es el segundo país en cantidad de desplazados internos de todo el mundo, incluso sobre Irak, Sudán o el Congo. Más de 6 millones de personas han huido del campo, de los pequeños poblados y de las selvas para armarse una vida de cartón y limosnas debajo de un puente o, en el mejor de los casos, en una choza en la tristemente célebre Ciudad Bolívar, un enorme barrio-ciudad al sur de la capital que congrega a más de 1 millón de personas que viven inmersas en la más profunda miseria.

Y así y todo, con sus contradicciones, Bogotá crece. A pesar del recelo de sus históricos contendientes, los "paisas" de Medellín, que siempre vieron a la capital como un lastre obsoleto e improductivo al que su éxito (el del famoso empuje antioqueño) debe subvencionar. Y a pesar, también, de la mala fama en materia social: los rolos, según el imaginario instalado en el resto de Colombia, son "fríos", una valoración evidentemente relativa, mitológica y universal. Siempre los de Tacuarembó dirán que los capitalinos somos menos cálidos, y lo mismo pasará en Argentina, en Francia, y en todas partes. Los rolos o cachacos (como los llaman, peyorativamente, en la Costa Caribe) también tienen fama de coquetos. Y no es difícil comprobarlo.

Bogotá, la elegante

Son las 16 de un sábado típico en Bogotá: ahora está algo fresco, hace media hora el buzo era un exceso, en la mañana el sol quemaba en el parque... y en un ratito lloverá. Tomo un tinto —así se le llama al café en Colombia— sentado en una bulliciosa cafetería de un centro comercial y observo el desfile de bellas mujeres elegantes.

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Entre los varones, los más jovencitos se pasean en pantalones estrechos y modernas camperas, y se peinan como cualquier jugador del Milan: primero abundante trabajo de peluquería, luego mucha cera y cualquier otra herramienta que permita lograr ese desorden organizado, en el que revolucionarias cabelleras luchan desesperadamente contra la tozudez de la gravedad.

Más allá de estas crestas están los treintañeros con sus esposas: pantalones un poco menos estrechos y un poco más caros, camisas a cuadros elegidas un sábado por la mañana en una liquidación o, por qué no, regaladas por sus madres en el cumpleaños. Arriba camperas o saquitos menos curvilíneos, más acolchados. Las pequeñas elecciones de hombres que de lunes a viernes de 8 a 17 nunca eligen qué ponerse porque acá, en Bogotá, todo el mundo anda de traje, aunque muchos se animan a dar la nota con las coloridas corbatas de seda que se han puesto tan de moda como los barcitos de cocina al wok.

Finalmente, y no menos producidos, veo pasar a los cincuentones elegantes. El bigote siempre perfecto, brillante. Las uñas esculpidas, señal de heteroflexibilidad en otras partes y de coquetería en esta. La dedicación y el esmero para, todavía, conservar cierta gracia en el pelo. La camisa dentro del pantalón, el buzo rodeando a la camisa; el cinturón de cuero, los zapatos lustrosos, a tono, avisando que aquí, en Bogotá, nadie se rinde. Vestirse es sobrevivir. Hay mujeres demasiado bellas como para prescindir de la producción. Por eso, quizá, aquí en Unicentro (primer centro comercial de la capital, y bastión histórico de las compras de la clase media) haya más tiendas de ropa masculina que femenina: "Los hombres se sienten demasiado agraciados por las mujeres que les tocan: saben que ellas son mucho más lindas, que no están a la altura. Entonces también tienen que preocuparse bastante por verse bien", confiesa un diseñador colombiano cuando le pregunto, sin eufemismos, cómo es la relación estética entre géneros tan dispares.

Salir a pasear

Caótica y de un desorden desconcertante, Bogotá fue sin embargo pionera mundial en la instauración de ciclovías. Hace más de 40 años que, cada domingo, la ciudad empezó a cerrar religiosamente tramos de decenas y decenas de kilómetros de sus principales avenidas. Hoy la alcaldía calcula que más de 1,3 millones de bogotanos usan los 121 kilómetros de ciclovías para descansar, al menos los domingos de 7 a 14, del esmog, de las colas interminables y de las bocinas.

Pero las opciones para descansar del ajetreo y revitalizar las opciones sobran. Además del famoso parque Simón Bolívar y otros megaparques urbanos, abundan las zonas verdes, como el bellísimo parque El Country, un enorme rectángulo de un verde estupendo y con una vista inmejorable a la montaña. Buscando un poco más de la Bogotá bonita y pujante camino bastante por el famoso Parque de las 93, epicentro del mundo de la publicidad y los almuerzos entre ejecutivos del próspero negocio audiovisual. Aprovechando el sol del mediodía también hago de punta a punta Chicó —con sus imponentes edificios residenciales— y Usaquén, el barrio histórico de tienditas de cosas lindas, caras e innecesarias, restaurantes de corte autoral y una coqueta feria los domingos.

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Bogotá entra en la lista de las 10 urbes con más potencial de América, lo que parece notarse en cada esquina del centro y de las zonas ejecutivas del norte. Mucha gente afuera de sus oficinas pisando a fondo el celular, hablando siempre de trabajo. Un tema recurrente, también en la buseta, en el sauna del gimnasio, en las mesas de al lado de cualquier Juan Valdez, la famosa cadena de cafeterías: trabajo, trabajo, trabajo. Dinero, mercadeo, resultados. Una ciudad obsesionada con su productividad, como San Pablo, Buenos Aires o Santiago. Si se quiere, cada vez menos colombiana y más global.

Hay que salir de acá para comprender. Para comprenderlo. En Armenia, en Ibagué, en Cali, y sobre todo en la costa, el aire siempre se respira un poco más colorido, descontracturado. Allá, en el pintoresco Caribe, se encuentra la Colombia paradigmática de las postales. La vida caliente. Y Colombia se parece a Colombia. La rumba, el vallenato, las mujeres de curvas exageradas. La imagen que muchos extranjeros tienen, antes de venir, cuando imaginan una tierra de celebración. Quizá peligrosa, quizá sufrida, pero con buena vibra. Ese país caribeño casi en nada se parece a Bogotá, y por eso es imprescindible visitarla.

A levantarse temprano (para acostarse tarde)

Bogotá es una ciudad madrugadora. Tiene muchos gimnasios que abren a las 4 o 5 de la mañana y muchos que incluso funcionan las 24 horas. Pero también termina todo muy temprano: me he vuelto hambriento a casa, un domingo a las 22, por no encontrar nada abierto. El mito de la "noche colombiana" es, al menos en la capital, solo eso: más allá de los bares de la Zona T (barrio que conglomera cafés y discotecas) y los lugares más cool del centro de la ciudad, acá la oferta nocturna muchas veces termina por decepcionar a los turistas; si lo que el viajero busca es rumba garantizada, la opción segura es Andrés Carne de Res (ver recuadro), pero lo mejor que puede hacer es volar a Medellín o Cartagena. Ahora, si la idea es tomarse una copa, sobran los sitios para disfrutar de atención de primera y platitos preparados con amor. Para tal fin una de las zonas más interesantes es La Macarena, pero para ver algo realmente distinto vale la pena reservar una mesa en Céntrico, un elegantísimo bar que luego se convierte en discoteca y que ofrece una vista única a la ciudad, en particular a la psicodélica torre Colpatria.

Para aprovechar al máximo

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Bogotá no suele ser un destino turístico per se. Demasiado grande, víctima de serios problemas de transporte. La ciudad que se eleva 2.700 metros sobre el nivel del mar y creció a orillas de los Andes es más bien un lugar para ir a trabajar. Bogotá concentra las oficinas de muchas empresas internacionales con intereses en la región y es, junto con Medellín, el lugar ideal para aterrizar con capital e ideas. Colombia tiene selva, enormes ríos, montaña, clima de altura, recursos naturales, costa sobre el Pacífico y sobre el Atlántico, y cuenta con más de 47 millones de habitantes. Por eso, aunque alrededor del 85% de los colombianos aún no usa tarjetas de crédito ni tiene cuentas bancarias, en las dos ciudades más importantes hay una industria fuerte y próspera —sobre todo en Medellín, la capital textil de la tierra del café— y crece sin cesar la inversión extranjera.

Por otra parte, los turistas extranjeros en general solo visitan esta metrópolis cuando hacen escala para viajar al Caribe o al famoso Eje cafetero. En esos dos, o a lo sumo tres días, los manuales recomiendan visitar el famoso Museo del Oro, el Mirador de Monserrate y La Candelaria, un antiguo barrio bohemio y estudiantil en el que merece tomarse una chicha y probar el famoso chocolate caliente local. Lo malo: a pesar de la constante presencia de la policía turística, los robos son moneda corriente, por lo que es pertinente tomar las habituales precauciones en materia de seguridad.

Gigante, cosmopolita, capital de las capitales, ruidosa, vibrante. Amada y odiada, Bogotá es una ciudad que no suele enamorar a quienes hacia allí emigraron en busca de un futuro mejor. Pero la tierra más fría de Colombia, por esas cosas adictivas —aunque insalubres— de las grandes ciudades, inunda de orgullo el corazón de los rolos de ley. Y en esta tierra de pasiones y contrastes, ese ya es un motivo suficiente para animarse a visitarla.

Pequeña guía para turistas

Usaquén

Sin dudas, el barrio más bonito y disfrutable de la ciudad. Los domingos soleados es prácticamente imposible circular por las callecitas de su famosa feria de pulgas. Además, algunos de los restaurantes mejor recomendados de la ciudad se encuentran aquí, en su barrio más antiguo.

Estéreo Picnic

El famoso y supercool festival de música es uno de los grandes eventos del año. El próximo marzo (10 al 12) se presentarán, entre otros, Snoop Dog, Noel Gallagher y Florence & the Machine.

Andrés Carne de Res

Bar, parrillada, testigo de mil noches de rumba, Andrés es el "bodegón" más famoso de Bogotá aunque se ubica en sus afueras, en el poblado residencial de Chia (algo así como Solymar). A tener en cuenta: es imposible conseguir una mesa sin reserva durante los fines de semana. Y es muy, muy lejos, pero hay servicios de taxi y remises especiales para ir y volver.

Bike tours

Para turistas interesados en ver "la otra" Bogotá de forma segura y organizada, algunos de los paseos en bicicleta que salen de La Candelaria recorren barrios populares al sur del Centro. Allí donde alguna vez fuera tierra de nadie, hoy pululan los comercios, talleres de motos, burdeles y el famoso San Andresito, shopping de imitaciones u originales a precios rebajados. Si el guía es bueno, el paseo es de lo mejor que puede hacerse para entender de qué se trata esta ciudad.

Afuera de la ciudad

Los más aventureros pueden —y deben— tomarse un bus local y salir a conocer las "tierras calientes", los poblados y haciendas del departamento de Cundinamarca. En los pueblitos de La Vega o San Francisco los rancheros aún se juntan a tomar cerveza en la plaza con el sombrero a cuestas. Carnes asadas, atención de primera, precios ampliamente inferiores a la capital y varios grados más de temperatura. Vale la pena ir también para disfrutar, en el camino, la hermosa inmensidad de los Andes.


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