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Capturando el encanto ancestral de la voz

"La voz y la palabra" registra a autores leyendo sus cuentos o poemas y, en el proceso, abre un mundo de nuevos sentidos
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29 de noviembre de 2015 a las 05:00

Puede que sean elecciones puramente editoriales. O que quizá, en cambio, sea un público que se expresa con claridad, reticente al universo de los e-books e incapaz aún de disfrutar la compañía etérea de un audiolibro.

Sin importar las causas, el resultado se percibe igual. El libro, por decreto, sigue contenido entre los márgenes del papel, mientras que sus demás manifestaciones se convierten en gustos adquiridos por quienes importan costumbres y productos del extranjero.

En ese entorno, La voz y la palabra (Banda Oriental y Ayuí, $650) desentona por lo inusual, presentándose como libro y como audio a la vez, sin descuidar lo tangible a la hora de recorrer caminos nuevos.

El producto se torna aún más insólito por su cualidad antológica, que reúne a Washington Benavides, Mario Benedetti, Francisco "Paco" Espínola, Eduardo Galeano, Circe Maia, Horacio Quiroga, Mauricio Rosencof e Idea Vilariño.

Con la excepción de Quiroga, de quien no se tienen registros de audios, las pistas reproducen la voz de cada autor leyendo una selección de sus propios poemas o relatos.

Desde el mismo concepto, entonces, La voz y la palabra apela a lo ancestral, a despertar los significados verdaderos de cada palabra, cada enunciado, con el poder de la voz que los generó. En ese juego de la tradición oral, la poesía se ubica por encima de la prosa, al tener la oportunidad de develar sus verdaderas pausas, intensidades e intenciones. De cobrar vida.

De voces y timbres

El contraste inicial, dado por Benavides en Yo no soy de por aquí, se genera entre el título hablado del poema y su primer verso, una evolución breve, de unos pocos segundos, en la que la dureza se desarma. En Benavides, el acento toma protagonismo, enfatizado por una energía que denota convicción.

Con Benedetti, en cambio, los poemas se tornan rápidos, ansiosos, enlenteciéndose solo al final, cuando quizá pedían pausas en momentos anteriores. No obstante, la imperfección de la respiración y los crujidos del papel le inyectan la cercanía que el autor no logra con su voz.

En Espínola entran los personajes de Rodríguez y ¡Qué lástima!, cada uno con su timbre y su ritmo propio, una peculiaridad que no supone afectación, sino que suma a la naturalidad de una prosa cuidada.

Galeano, en cambio, oscila entre la declamación sentenciosa y la narración fluida, que parece darle forma al relato junto con la voz. Mientras, Maia se mantiene constante, con una voz apacible y fiel a una temática que refiere al día a día, aunque buscando lo peculiar.

La tortuga gigante de Quiroga marca el punto de quiebre temático, al ser un cuento infantil. El viraje también está en lo sonoro, reemplazando a Quiroga con el escritor Ignacio Martínez, quien, aunque efectivo, le resta a la evocación creativa del resto.

Tras ese punto de inflexión, el poder del habla emerge por completo con Rosencof y Vilariño. En uno, la lucha y el cansancio se permean en una voz grave, mientras que en la otra el desamor sobrevive con parsimonia, con un cuerpo que sabe que "ya no".

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