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Carl Honoré: “La lentitud nos rehumaniza”

Entrevista con el escocés impulsor de la filosofía slow y autor del libro "Elogio de la Experiencia"
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06 de noviembre de 2020 a las 05:03

Por Carolina Anastasiadis

Es periodista y su vida cambió hace 20 años cuando escribió el libro Elogio de la lentitud. Se confiesa como un “adicto a la velocidad, rehabilitado” y cuenta sobre su experiencia de desaceleración en ese libro y en las conferencias que da en distintos lugares del mundo.

Al tiempo de escribir ese bestseller mundial, fue padre y cayó nuevamente en la “vorágine”. Contándole un cuento a su hijo pequeño tuvo otra epifanía que derivó en un nuevo libro: Bajo Presión. Allí habla sobre las virtudes de bajar la velocidad en la crianza de los niños, en las familias, para disfrutar más. Hace menos tiempo escribió Elogio de la Experiencia y sigue investigando e indagando sobre el TIEMPO y profundizando en la FILOSOFÍA SLOW de la cual es impulsor, referente y el gran embajador.

Carl Honoré es escocés pero vivió en Canadá desde pequeño. Viajó mucho, llegó a vivir en Buenos Aires, y hoy se encuentra –pandemia mediante- confinado en Londres. Al igual que muchos conferencistas internacionales, este parate mundial lo obligó a detener agenda. Por eso lo contactamos, por si podía regalarnos un ratito para conversar, y accedió con esa gentileza y humildad que caracteriza por lo general a los más grandes. Y porque es fan del Mercado del Puerto.

Conversamos vía zoom porque está momentáneamente enemistado con Instagram y tuvimos un intercambio de esos que inspiran y nos encantan a quienes llevamos adelante Mamás Reales, dos mamás periodistas y en profunda transformación personal. Acá va una síntesis de esa hora y tanto de intercambio. Hablamos del tiempo, la lentitud, la maternidad y paternidad consciente, y de cómo dedicar el “tempo justo” a las cosas, hace que las experimentemos a niveles más profundos.

¿Qué te llevó a bajar la velocidad e indagar en los beneficios de la lentitud?

Tengo un antes y un después muy claro. Era un correcaminos total. Viví un momento de epifanía cuando le estaba leyendo un cuento a mi hijo chico, con una rapidez impresionante. Me salteaba páginas enteras, mi versión de Blanca Nieves y los 7 enanitos tenía apenas tres enanitos, algo que no tenía ninguna lógica ni encanto. El momento de epifanía llegó cuando oí hablar de un libro titulado Cuentos para dormir en 1 minuto. Dije, “oh, tengo que conseguir eso inmediatamente, lo voy a buscar en Amazon”. Enseguida se me encendió una luz y entendí que no podía seguir por ese camino, que estaba perdiendo mi humanidad. A partir de ese momento me lancé a buscar otra forma de ser, quería entender mi propia adicción a la velocidad. Viajé por el mundo, quería entender. Esa fue la chispa de un cambio personal y también del nacimiento del movimiento Slow.

Decís que sos un “adicto a la velocidad rehabilitado”. ¿Cómo fue tu proceso de cambio?

Somos tan impacientes que incluso queremos ralentizar rápidamente. Hay gente que un día se despierta y dice “quiero reconectar con mi tortuga interior”, entonces se apunta en un curso de meditación y luego corre a otro de yoga y así no funciona. Cuando bajás la velocidad, sucede lo mismo que con el drogadicto cuando le quitás la heroína; no te lo agradece ni festeja instantáneamente. Cambiar el tiempo de uno implica pasar por etapas y rachas de abstinencia, porque el proceso de ralentizar es un proceso lento por naturaleza. Hay que dar pequeños pasos y aun así, das un paso adelante y luego retrocedés. Pero con tiempo y disciplina podés curarte del virus de la prisa.

La paternidad o maternidad nos hace tomar consciencia de la velocidad con la que vivimos. Esto se vio bien en la pandemia. Muchos nos preguntamos, ¿para qué corro tanto para “producir” si luego no tengo tiempo para disfrutar con mi hijo?

Hace siete meses venimos consumiendo menos, haciendo menos. Muchos ya dicen que no quieren volver a la vida de correcaminos de antes. Creo que la pandemia nos brinda una oportunidad si abrazamos este momento; puede terminar siendo un gran momento de reseteo, un punto de inflexión en la historia humana. Nos hizo replantear la relación que tenemos con el medio ambiente, con nosotros mismos, con el trabajo, con la intimidad. También la paternidad para muchos es la chispa de ese cambio. Lo que pasa es que los niños tienen otro tiempo, un tiempo más natural, más humano y cuando ellos llegan se produce un choque con nuestro tiempo. El niño es el maestro del momento. La filosofía de la lentitud propone recuperar el arte de vivir plenamente en el momento, lo cual es un gran aprendizaje que los niños nos brindan si les hacemos caso.

¿Qué otra cosa aprendiste a partir de la paternidad?

Otra cosa que aprendí al ser padre es la importancia de la intimidad. Cuando salimos de la infancia llegamos al mundo del trabajo y nos ponemos como un escudo, a veces nos deshumanizamos en contacto con el mundo exterior. Como que montamos una fachada de fuerza, somos “súper-humanos”. En cambio, la emoción es lenta, requiere tiempo. No podés acelerar una amistad o forjar un espíritu de equipo rápidamente porque tienes prisa, esas cosas requieren tiempo y es el mismo que requerían hace 100 años. Los niños no tienen ese escudo, esa fachada, son lo que son. Si quieren abrazarse, te abrazan. Si quieren darte un beso, te lo dan. Si se enojan, te lo dicen. En cambio en el mundo adulto y, sobre todo, en el mundo laboral, tenemos muchos filtros. Yo creo que te libera quitarte esos filtros. Dejar que florezca esa intimidad es un gran regalo que aprendí con la paternidad.

Hace poco escribiste Elogio de la Experiencia, un libro que tiene también como eje al tiempo. ¿Qué es el tiempo para vos?

Es una palabra muy difícil de definir, y eso que llevo años lidiando con el tema. Con más claridad te puedo decir lo que no es el tiempo. No es lo que hemos montado o creado en esta cultura turbo, de la prisa, consumista, eso del tiempo como recurso para ser explotado. Benjamin Franklin con la frase “el tiempo es oro” definió un poco la época moderna.  Si piensas que el tiempo es oro y siempre se te escapa, se acaba o se te termina, entonces, ¿qué hacés? Corrés, te acelerás y caés en la trampa de la cantidad, emprendés una vida fast, poco sana.

Para mí el tiempo es el oxígeno. Es como el alimento en el cual existimos; flotamos en el tiempo. Podemos medirlo con el reloj pero eso es una forma del tiempo. En pandemia nos dimos cuenta que el tiempo se ha transformado, parece bastante elástico. A veces se mueve muy rápidamente, otras veces muy lentamente. Eso explica que nuestra experiencia del tiempo pasa por el reloj interno. Si llegás a cada momento con un espíritu slow de vivir enteramente y te entregás a lo que estás haciendo, vas a vivir esos minutos y segundos de otra manera, se van a extender. Vas a vivir plenamente en el momento. Y sucede que en la memoria, cuando visitás ese momento también se extiende.

En filosofía se habla del “cronos” y del “kairos”. Uno es el tiempo medible, el cronológico; el otro más psicológico, vinculado a cómo lo sentimos.

El tiempo lineal es el tiempo que domina, pero el tiempo que nos nutre, el más humano, el más luminoso es el kairos, el natural. En el fondo la cultura de la prisa lo que hace es deshumanizarnos. La lentitud nos rehumaniza. Genera una relación mucho más sana, sostenible y humana con el tiempo.

¿Qué es el “tempo justo” del que hablás en tus libros?

Es un término de los músicos. Cada pedacito de música tiene un tiempo natural, la cadencia o velocidad ideal para esa música. Tú puedes tocar una canción muy rápidamente o despacio, el “tempo justo” es ese tiempo ideal para la canción. Para mí es una idea útil para entender la filosofía slow. Es la idea de buscar en cada momento ese ritmo adecuado para que hagas las cosas bien y las puedas disfrutar muchísimo más; hagas lo que hagas, así estás comiendo, trabajando, haciendo el amor, ejercicio. La piedra angular de cualquier revolución slow es recuperar el “tempo justo” para cada cosa.

Filosofía Slow y Educación

Das charlas en Silicon Valley. ¿Cuáles son las cuestiones más frecuentes en ese lugar considerando que muchos de los jóvenes que trabajan allí son padres?

Lo que ellos viven es una paradoja complicada. Porque trabajan en empresas cuya razón de ser es vendernos pantallas, tablets, móviles, pero esos padres que trabajan en Facebook y Google no les dan aparatos electrónicos a sus hijos, al contrario. Los hacen esperar. Mandan a los niños fuera de casa a jugar, los mandan a colegios Montessori donde no usan nunca pantallas en las aulas. Ellos son inteligentes, están ahí en las trincheras, saben cuál es el impacto de estar constantemente distraído con la pantalla y no quieren reproducir ese daño en sus propias casas. Steve Jobs a sus hijos no les daba ni iphone ni tablets, nada. Él quería que ellos jugaran como antes jugaban los niños, que buscaran su propia creatividad, sus intereses sin ese bombardeo de inputs ni distracciones que vienen de su propia empresa.

Has dicho que tus libros son terapéuticos y en Bajo Presión hablás de los “niños proyecto” y de los “padres helicóptero”. ¿Algo de eso tiene que ver con tu propia paternidad?

Ahora que tengo cuatro libros me doy cuenta que siempre hay algún trauma y escribir es mi manera de superar ese trauma. Para Bajo Presión el trauma fue que en aquella época llevaba como tres años como el “gurú antiprisa” y me pasó que fui padre y con mi hijo en el colegio caí en esa vorágine de competición entre padres. Una noche, hablando con el profesor de arte de mi hijo, me contó que estaba chocho con él, que veía que tenía talento. Luego me lanzó una palabra detonante. Me dijo que mi hijo era un artista superdotado. Eso fue un game over. Caí totalmente en la trampa del padre helicóptero. Volví corriendo a casa buscando un curso privado de arte para mi hijo y di con un maestro que vivía cerca de casa. Al otro día iba al colegio con mi hijo y le dije que había encontrado un profesor de dibujo para  que dibujara aún mejor. Me miró con cara de extraterrestre y me dijo: solo quiero dibujar. Y luego me hizo una pregunta que me sacudió en lo más íntimo: ¿por qué los padres tienen que controlarlo todo? Ahí me di cuenta que me estaba convirtiendo en todo lo contrario de lo que  promovía. Fue un momento de profunda y amarga epifanía. Salí de eso, me quité esa manía de padre helicóptero  y me convertí en un padre slow. Mi hijo sigue dibujando, estudia química y es su pasión académica. Sigue dibujando bien pero por placer, para él.

El niño nace conectado con lo que es. Hoy los padres tratamos de hacer de aquello que parece bueno algo “útil” y a veces los desconectamos de lo que son. ¿No te parece que los corremos de tiempo y de eso que traen por naturaleza?

Es verdad. Tenemos una visión muy transaccional. Si una actividad no la podemos poner en el currículum es como que no tiene valor. Simplemente jugar a veces se ve como una pérdida de tiempo; como que tenés que estar en una clínica con un coach de alto nivel, todo debe ser medible. Queremos medirlo todo y si no se puede medir, entonces creemos que no tiene valor. La ironía es que las cosas no medibles suelen ser las más valiosas.

El aburrimiento es como la receta mágica para el desarrollo del niño. Y nosotros hemos aniquilado el aburrimiento de ellos con agendas abultadísimas. Al aburrimiento le tenemos miedo, es como el pecado del siglo XXI. Antes los padres mandaban a los nenes a usar su imaginación. Hoy el padre se siente culpable si el niño se aburre. Necesitamos dejar que el niño se aburra porque es precisamente en esos momentos no estructurados, sin estímulos externos, en que los chicos aprenden a usar su creatividad y a conocerse a sí mismos. Siempre digo que hay que dejar que florezca el aburrimiento para dejar volar la imaginación. Rige para adultos y niños.

Podés leer más sobre estos temas en el blog Mamás Reales.

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