Opinión > Opinión

Carlos Real de Azúa: un valioso "loco lindo"

Trujillo con su libro nos refresca esta figura de la intelectualidad uruguaya del siglo pasado, que no fue parte de "roscas" y que se rió –a carcajadas– de lo políticamente correcto
Tiempo de lectura: -'
19 de enero de 2018 a las 11:39
Leí por casualidad el libro Real de Azúa: una biografía intelectual de Valentín Trujillo. De antemano no se me hubiera ocurrido incluirlo entre mis lecturas prioritarias y menos comprarlo. Si me lo hubieran regalado, de seguro que lo habría dejado a un costado.

Santiago Real de Azúa, sobrino de quien motivó la obra, me pidió que se lo llevara a Washington. Con unas once horas de vuelo por delante, y algunos días más hasta el encuentro con mi amigo, y sin una mejor opción, me dio por hojearlo. Qué bueno, me atrapó. Muy recomendable.

Recuerdo claramente al profesor Carlos Real de Azúa, como supongo le ocurre a cualquiera que haya pasado por el IAVA a fines de los años de 1950. Es más, integró la mesa ante la que salve mi examen de literatura de primer año de preparatorios (ojo: con tres B). Creo que completó el trío a pedido de Idea Vilariño, mi malhumorada profesora. No fue un año fácil con ella. Pero la excuso; con el tiempo y revisando, pienso que tampoco fue un buen año para Idea, en particular en lo que tenía que ver con sus relaciones con Juan Carlos Onetti.

Tengo muy presente la imagen del profesor Real de Azúa, sentado muy displicente y luciendo un soberbio y muy a la moda ambo claro –color arena– de poplin (tela pilot). Luego de "interrogarme", Idea le pasó la posta: "Querés preguntar, Carlos". Me miró , como sobrándome –estoy frito, pensé– y me hizo una pregunta más o menos de este tenor: ¿por qué motivo Manrique escribió sus coplas? Tras mi acertada respuesta, le dijo a Idea: "Para mí está bien".

Desde ese día le tomé una gran simpatía al profesor Real de Azúa, quien además tenía uno de los mejores trajes príncipe de Gales que he visto y lo mismo con un saco de tweed. Algunas veces compartí su mesa, con otros muchos, en el Sportman y en casos fui testigo de sus breves diálogos futboleros con Manolo, dueño del mítico bar de 18 y Tristán Narvaja.

Trujillo con su libro nos refresca esta figura de la intelectualidad uruguaya del siglo pasado, que no fue parte de "roscas" y que se rió –a carcajadas– de lo políticamente correcto. Nos muestra un buscador inconforme, que más que un escandalizador fue un hurgador para atrás y para adelante, y viceversa, y una figura a la vez que polémica siempre atrayente.

A través de las paginas sabremos, con testimonios y aporte documental, del Real de Azúa fervoroso falangista y antifranquista defraudado, del antiterrista y a la vez del convencido herrerista de todas o de varias épocas, del profesor de literatura que no quiso y atacó a Rodó y del que más tarde y al final fue un gran defensor, de uno de los intelectuales que se sumó al ruralismo del anticomunista y antibatllista Benito Nardone y que diez o doce años después se transformó en un defensor e integrante del Frene Amplio.

Que era un contradictorio, un frívolo, un confrontador intencional, un inconsistente e inconstante, todo puede caber, pero, según surge del libro, siempre honesto y sin duda respetable. Real de Azúa vivía una permanente dialéctica y en ello iba de aquí para allá, y viceversa, repito.

Una vez, en momentos en que Real de Azúa sostenía una de sus polémicas periodísticas le pregunte por él a Héctor Rodríguez, el dirigente obrero textil, columnista de Marcha y mi jefe en Hechos: "Es un loco lindo", me dijo y añadió: "Un loco lindo muy valioso. Es una dialéctica andante, que ayuda y mucho a la discusión y a esclarecer las cosas", dijo Héctor.

Años después le pregunté a Juan José Gari, hombre clave en las "conquistas" del ruralismo, con Nardone primero y Bordaberry luego, sobre aquellos varios intelectuales que a fines de los años de 1950 apoyaron a Chicotazo. Me habló de unos y otros, y a Real de Azúa lo definió como "un loco lindo", pero fue a quien se refirió con mayor respeto y admiración.

El libro de Trujillo ha tenido muy buena critica y creo que la merece. Me consta sí que más reservadamente ha merecido algunos reproches fuertes. En fin, más allá de todo ello y de ciertas desprolijidades en la edición y alguna " caída" innecesaria en lo políticamente correcto u obligatorio en que incurre el autor, pienso que constituye un muy buen aporte recuperar a este uruguayo, uno de los primeros en denunciar la uruguayez, incluso siendo víctima y a la vez amante de esta condición que nos aqueja a los propios de este país y que generosamente llamamos celos.

Importa también, y mucho, el hecho de que el libro nos acerca a otro Uruguay, más tolerante, en el que se polemizaba y confrontaba, pero en el que se leían y se escuchaban los unos a los otros.
Quizá sea que me ataca el síndrome aquel de que " como el Uruguay no hay", o no había, o simplemente por aquello otro de que "a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor", como decía Jorge Manrique en sus coplas, las que escribió a la muerte de su padre, por si no lo sabían.

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...