Eduardo Espina

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Carrera contra el destino

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27 de marzo de 2018 a las 05:00
Fue en una tarde tranquila, de esas que transcurren desapercibidas incluso para los más fanáticos del turf que pueden pasar horas seguidas de un día laboral en el hipódromo. Las secciones deportivas de los medios noticiosos tendrían poco para reportar pues, como pasa siempre en jornadas hípicas entre semana, no se corría ninguna carrera importante de las que ameritan al menos un par de minutos en el noticiero central de la noche y una foto en portada en los diarios de la mañana siguiente.

El lunes pasado, el jockey peruano José Flores (1960–2018), en la monta del caballo Love Rules, disputaba el liderato de una carrera de 1.200 metros que se corría en el hipódromo de Bensalem, en las afueras de Filadelfia. Viendo el desarrollo de la misma, debe haber creído en la recta final que ganaría de punta a punta, agregando un nuevo triunfo a su impresionante foja de victorias.

De pronto, sin embargo, el caballo se desplomó, tirando al piso a su conductor. Otros dos caballos que venían detrás también cayeron, pero sus jockeys salieron sin heridas graves. Flores sin embargo, golpeó su cabeza contra el piso, sufriendo traumatismos en el cráneo y en la columna vertebral que provocaron su muerte el jueves pasado en el hospital donde lo habían internado.

Nadie que presenció lo sucedido podía entender cómo en una carrera totalmente intrascendente y en la cual todo había estado signado por la normalidad, la realidad de los hechos tuvo un vuelco tan inesperado y trágico. Como todo jockey, Flores vivió momentos riesgosos en la pista a lo largo de los años, pero siempre había salido airoso.

A los 57 años de edad comenzaba a pensar en el retiro, para disfrutar así los frutos de una vida profesional espectacular: en 30 años como jockey había ganado 4.650 carreras y obtenido más de US$ 64 millones en ganancias. Flores, padre de un niño de siete años, tiene el récord de carreras ganadas en el hipódromo de Parx, donde ocurrió el accidente.

Tal cual sucede siempre cuando la vida exhibe sin pudor su misteriosa condición, un insólito detalle se transformó en cuestión de segundos en bisagra de una fatalidad cuyo desenlace se salteó las reglas de la lógica de la realidad, en caso de que haya alguna.

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