Hay gobiernos que se manejan con realidades –les guste o no, como la pandemia que estamos padeciendo– y gobiernos que se manejan sobre la base de fantasías –lo que a ellos les gustaría que fuera la realidad–. A veces, pueden llevar a cabo fantasías por circunstancias económicas internacionales muy favorables. Fue lo que ocurrió en la primera década de este siglo en los países productores de commodities, que exhibieron un auge sin precedentes en los últimos 60 años y quizá en los últimos 100, dependiendo el producto. Esa bonanza inesperada fue aprovechada en forma distinta por los diversos gobiernos. En general, fueron más proclives a gastarla en el momento que a reservarla para el futuro. Optaron, en diferentes grados, por actuar más como la cigarra que como la hormiga de la fábula de La Fontaine. Y es comprensible desde una perspectiva de corto plazo que es la que predomina cada vez con más asiduidad en nuestros tiempos: desde un punto de vista político es más agradable dar que ahorrar. Del dar se beneficia el gobierno de turno, del ahorrar se beneficia el próximo gobierno o los próximos. Son pocos los países que tienen fondos de reserva donde ponen las ganancias extraordinarias. Chile con el cobre, Noruega con el petróleo. Y muy pocos más.
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