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Chernobyl es una de las sorpresas del año: ¿merece tantos elogios y entusiasmo?

La serie de HBO reconstruye el accidente nuclear de Chernóbil de 1986 y sus consecuencias humanitarias, ambientales y políticas
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09 de junio de 2019 a las 05:00

La cara de Boris Shcherbina, vicepresidente del consejo de ministros de la Unión Soviética, es nuestro termómetro, nuestro contador geiger en pantalla. Al principio, su mueca predilecta es una sonrisa de autosuficiencia. ¿A él le van a venir a decir que esto de Chernóbil es un problema grave, a él que ha tenido que lidiar con situaciones mucho más adversas para el partido? Pero el gesto se borrará. La sorpresa dará pie a la necesidad de una explicación rápida y resolutiva, y luego vendrá el horror. El terror reflejado en la posibilidad de una nueva explosión que borre cualquier atisbo de vida desde Kiev hasta Minsk. Y luego la ira, por la ineptitud y el secretismo que condujo a lo peor. Y al final, la resignación. Ya no hay mucho por hacer más que vivir con las consecuencias y tratar de que la historia no se repita.

Fue sorprendente, pero Chernobyl, la serie, pegó tan masivamente como Chernóbil, la central nuclear ucraniana que explotó el 26 de abril de 1986. Y las vías por las que las que la popularidad de esta producción de Craig Mazin para Sky y HBO se propagó casi que puede ser explicada en un suerte de analogía con las partículas radioactivas que se diseminaron delante y detrás de la cortina de hierro tras el desastre nuclear. Las dos partieron de un secreto a voces, se esparcieron con un ritmo cada vez más acelerado y, de un día para el otro, eran fenómenos sin control. Una puso a una potencia en jaque; la otra jaqueó la mente del público.

Tal vez por un efecto rebote del final de Game of Thrones, o por una vara de calidad fluctuante ante el cada vez más masivo universo de la series, Chernobyl fue vista de manera instantánea como una obra maestra. Crítica y público se dieron la mano sin discusión y generaron, así, algunas situaciones inauditas y extrañas para el mundo audiovisual, entre ellas el flamante puesto número 1 entre las series mejor valoradas por los usuarios de la página IMDB. Sí, en esa lista Chernobyl está hoy por encima de The Wire, Los Sopranos, Breaking Bad o Game of Thrones.

¿Una exageración? Es muy probable. Sin embargo, y aunque hay matices, hay algo de lo que no se puede dudar: aunque apenas nos asomamos a la mitad del año, Chernobyl de seguro estará entre las cinco mejores series del 2019.

La radioactividad está en el aire

Lo primero que vemos es el final de la historia. Valery Legasov, un prominente científico ruso, se cuelga en una habitación vacía de Moscu exactamente dos años después del accidente nuclear de Chernóbil. Su confesión queda grabada en cinta y el secreto se sella para las generaciones que vendrán después. Enseguida, el tiempo retrocede. Es abril de 1986 y en el puesto de mando de los ingenieros de la planta reina la calma, pero solo hasta que lo impensado sucede y la tranquilidad se contamina con la desesperación. A tres kilómetros de allí, los ciudadanos de la próxima Pripyat ven como las llamas consumen el reactor 3 de la planta y generan un espectáculo inédito. Expuestos y sin saberlo, observan asombrados el amanecer de un infierno que se les va a caer encima.

Esos primeros minutos de la serie –impactantes, ominosos, tremendistas– funcionan como un adecuado adelanto de lo que vendrá después. Chernobyl, compuesta de cinco capítulos de una hora y poco y producida a medio camino entre EEUU y el Reino Unido, es una recreación desoladora de uno de los eventos más catastróficos del siglo XX. En la serie, el hecho se reproduce con una autenticidad desgarradora. A pesar de algunos detalles –como las voces inglesas de sus protagonistas–, la serie es una meseta de calidad para la televisión y HBO. En un año especialmente fértil para la cadena  –ya pasó GOT, Barry 2, y todavía falta que se estrenen Big Little Lies 2 y la nueva serie de Watchmen–, Chernobyl aparece como un faro inesperado de cualidades artísticas y narrativas innegables.

Desde las diversas historias que vincula, pasando por las imágenes más fuertes del quinteto de episodios que la forman, la producción plantea su narrativa a partir de los intentos de Legasov –interpretado por Jared Harris, un enorme actor usualmente desperdiciado en roles secundarios–, Shcherbina –Stellan Skarsgard– y Ulana Khomyuk –Emily Watson, en un rol que reúne y homenajea a todas las científicas mujeres que trabajaron en el accidente– por mitigar las devastadoras consecuencias de la explosión. Entre reuniones, intentos infructuosos de parar el apocalipsis nuclear y discusiones políticas, la serie también se mete con otras historias que le dan cuerpo humano al desastre. Allí aparecen Ludmyla Ignatenko y su esposo bombero –personajes reales rescatados por la premio Nóbel Svetlana Aleksiévich en su libro Voces de Chernóbil–, los soldados encargados de matar a los perros que corretean por la abandonada Pripyat, los mineros que desnudos se adentran en la boca del lobo para limpiar la zona que rodea al reactor, y los numerosos hombres y mujeres que regalaron su vida para “liquidar” el perímetro del desastre.

Con los intentos de la cúpula soviética para ocultar tamaño desastre al mundo de fondo y una recreación de la época que no ha dejado indiferentes a quienes vivieron aquellos años agitados –hay diferencias, son pequeñas, y todas ellas recogidas en una nota recientemente publicada en El Observador, Chernobyl no pierde pie en lo humano y regala un puñado de escenas poderosas. Un ejemplo es esa en la que Ludmyla Ignatenko, embarazada y advertida por los enfermeros, no resiste a abrazar y despedirse de su esposo reducido a jirones de carne sanguinolenta por la radiación. Otra es la evacuación de Pripyat, al ritmo de las sirenas y la paranoia. Así, entre lo gráfico y lo sutil, Chernobyl muestra el verdadero horror del accidente. 

Sin que nos demos cuenta, HBO se implantó de nuevo en la conversación y trascendió a los públicos.  Esta vez no lo hizo con dragones o batallas, sino con un error de cálculo que costó miles de vidas. El accidente es de nuevo tendencia y en YouTube se suceden los videos despertados a causa de este nuevo fenómeno televisivo. Podemos agradecer que haya sucedido con un producto finamente realizado, con una enorme producción detrás y que une lo mejor de las disaster movies, la intriga de espionaje y algunas de los momentos más poderosos de la televisión reciente.

Con este tipo de situaciones, es frecuente utilizar frases que de tan trilladas resultan odiosas. Una de ellas es aquella adjudicada a Napoleón que dice que quienes que no conozcan su historia están condenados a repetirla. Tras el desastre ambiental, humano y emocional que dejó Chernóbil y que retrata de forma tan impactante la serie, parecería que los humanos aprendimos la lección. ¿Un spoiler? No pasó. De seguro ya lo sabe, pero en 2011, con otras características y bajo otras circunstancias, la central de Fukushima en Japón también reventó. Eso, sin embargo, es otra historia, aunque viendo el éxito de Chernobyl es probable que la veamos pronto en pantalla. Si al menos empata la calidad de la serie que atañe a esta nota, ya podemos respirar y disfrutar.  

¿Disfrutar? 

Cuatro escenas
El último adiós - Ludmyla Ignatenko se despide de lo que queda de su esposo en el hospital. En la escena, el peligro no importa: el último abrazo es más fuerte que la radioactividad.
La evacuación - Hace horas que el núcleo del reactor está expuesto y el gobierno decide que es momento de evacuar Pripyat. La escena, sonorizada por una grabación real, es estremecedora.
Mineros sin miedos - El gobierno decide emplear a un grupo de mineros para la construcción de un túnel que rodee al reactor. Ellos deciden, haciendo caso omiso a los cuidados, cavar desnudos sin ninguna protección.
La limpieza del techo - Se hace necesario limpiar los restos de grafito del techo del reactor para poder encerrarlo. El problema es que los hombres encomendados solo podían estar allí 90 segundos. Varios minutos de tensión en tiempo real.

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